viernes, 14 de febrero de 2020

Santidad: enamorarse de Cristo




“Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21).


“Avanzad por el camino de la santidad, es decir, dejaos conquistar por la presencia de Cristo, el Salvador, que llama a sus discípulos a permanecer en su amor” (JUAN PABLO II, Discurso a los peregrinos a la beatificación de Josemaría Escrivá, 18-5-1992).





                “Si Cristo no ha resucitado, somos los hombres más desgraciados, no tenemos esperanza, pero Cristo ha resucitado el primero de todos”. Esa es la afirmación clave del capítulo 15 de la primera carta a los Corintios: El Señor ha resucitado, el Señor está vivo. Nuestra religión católica no es una conmemoración dolorista de alguien que sufrió mucho en la cruz y lo dejamos enterrado; no es un recuerdo; tampoco nuestra religión es simplemente una educación de tipo moral para ser buenos. No. Aquí tratamos y experimentamos y celebramos a Cristo Resucitado. El Señor está vivo.

                Esto es lo que viene expresado en la devoción al Corazón de Jesús: el Corazón como signo de vida, el Corazón glorificado de Cristo resucitado. La experiencia de los santos es la experiencia de vivir una relación personal de amor con Jesucristo. 

Nadie se enamora de una idea, nadie se enamora de un proyecto. Uno se enamora de una persona. Cuando uno se va a casar es porque se enamoró; porque se enamoró hubo matrimonio. No fue una idea sobre la otra persona, sino el enamoramiento de una persona. 

Los santos se han enamorado de Jesucristo, porque está vivo, porque es real, porque podemos unirnos a Él, con una mayor intimidad y una segura confianza más que la de cualquier matrimonio humano. 

Los santos vivieron la experiencia de enamorarse de Cristo, de vivir y tratar con Cristo, de entregarse mucho a la oración porque hablaban mucho con Cristo.



Tiene sentido entonces la Eucaristía, porque el Señor se hace presente, y porque le recibimos a Él en comunión, en unión de voluntades y de corazón; tiene sentido entonces el Sagrario, porque el Señor está ahí, realmente vivo, presente, resucitado; tiene sentido adorar al Señor en la custodia o pasr ratos largos en el Sagrario porque es el Señor resucitado. 

Nosotros no tratamos ni nos enamoramos de una idea ni de un proyecto, sino de Alguien que está vivo y lo tenemos tan cercano que queremos tratar con Él, hablar con Él. Si no, ¿en qué consiste que Cristo esté resucitado si no lo podemos ver ni podemos hablar con Él? ¡Más cercano, más concreto, más real, que está el Corazón de Cristo Resucitado en el sagrario y en la custodia..! Imposible encontrarlo así en otro sitio.

Nos enamoramos y nos enamoramos de una Persona. En el catolicismo no podemos enamorarnos de las ideas. Las ideas sirven en tanto en cuanto, porque se puede hacer de la más alta y perfecta teología, una ideología: entonces nos enamoramos de unas palabras, que nos vamos repitiendo, y al final, queda un discurso vacío, aprendido de memoria. Nos podemos enamorar -¡Dios no lo permita!- de un modo concreto de presentar el catolicismo, la catequización, pero otro modo no sirve, sólo el mío. Entonces no nos hemos enamorado de Cristo sino de una forma, de un método, de una idea, excluyendo a las demás. Eso es enamorarse de las ideas; éstas sirven y ayudan pero no son la totalidad, porque hasta lo más alto lo podemos corromper. Nos sentiríamos vinculados a modos de vivir el cristianismo, y nos habríamos enamorado de un modo de vivir el cristianismo, pero no de Cristo, porque si nos hubiésemos enamorado de Cristo, admitiríamos los diferentes modos de vivir el catolicismo, sin condenar a otros, ni pensar que otro no está en la Iglesia o que le va a pasar algo por no vivirlo al modo en que yo lo vivo. 

Esa es la experiencia de los santos, la Persona, el Corazón de Cristo. Esto es lo que significa que Cristo ha resucitado, que podemos enamorarnos de él, y enamorarse es hasta decirle locuras al Amado, porque cuando  uno ama el corazón se desborda, y se puede hablar con el Señor y decirle todo, hasta locuras de amor. 

Cuando alguien está enamorado tiene pasión por la persona a la que ama, y eso es lo que experimentan los santos: ¡pasión por el Señor! No es un rato de media hora, no es el rezo del Rosario deprisa, o Vísperas o Laudes, es ¡enamorarse!, ¡es tener fuego en las venas porque podemos amar al Señor y volcarnos en Él porque Él se ha volcado antes en nosotros!

Pidamos al Señor esa experiencia de amor, de pasión, sólo por la persona de Cristo, vivir en el Corazón de Cristo, tratar con el Señor en el sagrario, en la custodia, en la Misa, con amor; dedicarle nuestros buenos ratos de oración, abrirle nuestro corazón sin miedo, entregarnos a la santidad, a vivir enamorados; no nos quedemos en los métodos, en los caminos, en las asociaciones, en las palabras, ni en los discursos, ni en las formas externas de procesiones, de devociones o de iconos. 

Vayamos al núcleo, Cristo, y que Cristo sea la fuente de todo nuestro amor, sea nuestra pasión.

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