4. Campos estéticos de la celebración litúrgica
El
espacio celebrativo
No
sólo es la belleza artística y arquitectónica de la distribución y realización
de los lugares celebrativos y su mobiliario litúrgico; la estética de los
espacios celebrativos viene dada por el carácter de verdad y de armonía.
Conjuntados por su diseño, y en proporciones adecuadas, todos los elementos
para crear armonía, los lugares celebrativos serán estéticos, hermosos, si,
ante todo, reflejan la verdad de su uso litúrgico; es decir, sean expresivos y
significantes. El altar sea mesa y mesa amplia y festiva para el Banquete
Pascual del Señor; el ambón sea un lugar elevado, amplio e iluminado cual
cátedra del Espíritu Santo, con la dignidad que la Palabra de Dios tiene en
su Iglesia…
La
poesía
El
lenguaje verbal tiene una expresividad mayor y elocuente en una de sus
manifestaciones más plenas y genuinas: la poesía que se abre a la imaginación y
a la sensibilidad creando belleza y sugiriendo al intelecto formas e ideas.
Cuando la poesía surge, se crea un lenguaje simbólico que se diferencia
radicalmente del lenguaje conceptual y analítico.
La
poesía litúrgica no se queda sólo en los textos bellamente elaborados y orados
por un puro placer y deleite, sino que existe una poesía vital que es vivida y
cantada por los participantes, asimilando existencialmente lo orado, cantado,
proclamado, en los textos poético-litúrgicos. Es un matiz muy peculiar de la
poesía litúrgica…. que no lo tiene cualquier obra poética o estética… Así
encontramos los textos bíblicos. Los textos de la Escritura, poéticamente
elaborados, invaden la acción litúrgica teniendo por tanto un papel muy
relevante el lenguaje poético. La
Iglesia ora así también, poéticamente, con los salmos, cantos
poéticos de alabanza, en su celebración diaria, la Liturgia de las Horas.
Igualmente, la poesía de los textos litúrgicos. Como ejemplo de oración
litúrgica, que la Iglesia
compone según su fe y su ortodoxia, tenemos el más bello y claro ejemplo en los
textos de la plegaria eucarística, plegaria de acción de gracias y consagración
del pan y del vino; porque ella es el máximo exponente de la poesía litúrgica.
Acciones
y signos
La
liturgia es todo un lenguaje de acciones y signos, de símbolos, para llegar a
crear una estética. La belleza del signo litúrgico: la materialidad es vehículo
para la gracia del Espíritu. Transida la liturgia de signos litúrgicos y de
acciones, éstas serán tanto más verdaderas cuanto que sean visibles,
expresivas. Por citar algunos ejemplos.
a)
El pan y el vino,
usando así un plato y una copa –patena y cáliz- que el arte ha modelado de
forma artística, haciéndolos unos elementos estéticos de gran importancia.
b)
El perfume es
otro símbolo que usa la liturgia, siguiendo el uso de costumbres antiquísimas
que toman perfumes y aromas como expresión de belleza, solemnidad y
ambientación, a la vez que como ofrenda a la divinidad. La liturgia se recrea
en el incienso como aroma y perfume
agradable, usa aceites perfumados
para sus consagraciones, v.gr., el crisma, etc…
c)
La luz es
otro de los símbolos que desde la antigüedad se han asociado a Dios. La Iglesia lo ha tomado
también como símbolo de vida; e incluso lo ha asociado a Jesucristo: la Vigilia pascual del Señor
Jesús. La luz es símbolo, asimismo, de lo festivo: los templos llenos de velas
crean un ambiente sagrado y festivo; para las celebraciones litúrgicas siempre
se encienden, al menos, dos velas, para simbolizar la alegría de la celebración
litúrgica en la que Cristo Resucitado se hace presente.
Las
acciones litúrgicas son otro campo de belleza –armonía, unidad, proporción. De
esta manera podemos ver, a modo de paradigma, el lenguaje gestual. El hombre es
cuerpo y alma y también su cuerpo manifiesta su interioridad, expresándose
mediante movimientos y gestos. El hombre ante Dios se reconoce pequeño,
pecador, y lo expresa mediante palabras y gestos: los golpes de pecho,
postrarse en el suelo, ponerse de rodillas reconociendo su pequeñez. Son gestos
auténticamente estéticos. La oración también comporta la participación activa
del cuerpo, ya que el hombre es también cuerpo; expresa su oración mediante la
postura de las manos, brazos en alto, las palmas extendidas en actitud del que
pide al Padre Dios y le suplica… La vida del hombre es un peregrinar, recogido
en la liturgia por las diversas procesiones: de entrada, con el Evangeliario,
de comunión, etc… El lenguaje gestual ha de ser amplio y visible, auténtico,
expresión de algo interior, lento y solemne, evitando apresuramientos y
carreras…
Sánchez Martínez, Javier, “Lo
bello y lo “inútil” de la liturgia”: Pastoral
litúrgica 236 (1997), 51-57.
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