El artículo publicado, que hemos ido leyendo en el blog, termina con unas brevísimas conclusiones, dada la extensión que la revista concedía por artículo.
Tal vez de la lectura de entradas anteriores hayan surgido más conclusiones, más reflexiones, que se puedan compartir.
Sí queda claro que la liturgia posee belleza, que ésta debe ser cuidada, y que la belleza de la liturgia nos eleva y transforma en la Suma Belleza de Dios mismo.
Donde no hay belleza, difícilmente habrá orden, devoción y espiritualidad sinceras.
5. Conclusiones
La
belleza, la significatividad, la hermosura, la expresividad. Esto sí es un
estilo estético eclesial, lleno de noble sencillez, y participando de las tres
grandes cualidades de la estética: armonía, unidad, proporción. Una belleza
traspasada de verdad en su significado, en su sencillez, y una belleza
litúrgica que haga trascender el espíritu humano hacia la Hermosura siempre
antigua y siempre nueva.
La
belleza de nuestras celebraciones no puede convertirse en una asignatura
suspensa. Cuando hace falta reemprender con renovado y ardiente vigor el
diálogo fe-cultura, la liturgia tiene que potenciar sus elementos artísticos y
estéticos. Ser creadora de belleza, lugar de belleza, con calidad pero con
sencillez, con perfección y solemnidad, pero en armonía y proporción. No se
puede empobrecer la liturgia en sus aspectos estéticos. Ella es el Rayo de Luz
que rompe las tinieblas y arrastra a la Iglesia tras Jesucristo, “el más hermoso de los hijos de Adán” (Sal 44).
Por
eso hay un camino que recorrer:
1.
Saber valorar la estética, la belleza y el buen gusto en nuestras
celebraciones, porque es una creación estética la liturgia. Todo parte de que
Dios es Suma Belleza, hace al mundo bello, y pone en el alma del hombre una
aspiración radical y única a la belleza. El
hombre busca y crea belleza.
2.
Conocer la liturgia para saber qué celebramos y cómo debemos celebrarlo,
sabiendo cuáles son las claves estéticas de la liturgia.
3.
Buscar un estilo sencillo, práctico y, a la vez, bello, en flores, velas,
canto. Todo con calidad. Belleza en todos sus niveles, para que favorezca tanto
la alabanza al Señor como la contemplación de la asamblea y la elevación del
Espíritu al que es Sabiduría inmortal, Belleza y Hermosura eterna.
Sánchez Martínez, Javier, “Lo
bello y lo “inútil” de la liturgia”: Pastoral
litúrgica 236 (1997), 51-57.
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