viernes, 18 de enero de 2013

Silencio en el ofertorio... o cuando el sacerdote reza en silencio (y III)



III.


            ¿Qué hacemos mientras, durante ese silencio?


            Aquí entraría algo de piedad eucarística, hasta de íntima devoción me atrevería a afirmar. Ya el beato D. Manuel González señalaba cómo esta parte de la Misa debe servir para "actos de abandono (entrega), de esperanza y de caridad, o el amor que se ofrece, se inmola y se une"[1]. Y para que haya verdadera piedad, añadía que era necesario "la participación de la Misa asidua y consciente y, si vale decirlo así, la compenetración con la Misa haga otros tantos hijos de Dios inmolados para siempre y ofrecidos cada día en la misma patena que la Hostia consagrada"[2]. “Cada cual, en su medida y a su modo, sacerdotes son que ofrecen y se ofrecen”[3].

            Es la doctrina de la Iglesia misma:

            "En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda" (CAT 1368).

            Este sentido es subrayado por uno de los formularios con los que el sacerdote se dirige a los fieles: "Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, ofrezcamos el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso".

            Son verdades de fe que se derivan del dogma, de la verdad sobrenatural de la Misa. "La Misa es la oblación real del Sacrificio, no sólo del Cuerpo físico de Jesucristo, sino del Cuerpo místico. Y, por consiguiente, de todos sus miembros sanos, o sea, que los cristianos en gracia, ofrécense y son ofrecidos a Dios como Misa, del mismo modo, con el mismo valor y aprecio que se ofrece Cristo"[4].

            En virtud del sacerdocio bautismal, participamos del Sacrificio de Cristo ofreciéndonos con Él; somos co-oferentes, entregando todo lo nuestro para unirlo a su Sacrificio, de manera que así alcanza valor redentor y santificador. "Todas las tribulaciones y pesadumbres de la vida, todos los sufrimientos, todos los esfuerzos, penalidades y trabajos pueden convertirse en un instrumento de asimilación a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros, con sólo que demos cabida en nosotros al sentir íntimo de Cristo y dejemos que nos marque, con sólo que nos entreguemos por entero al Padre en amor y gratitud"[5].

            Devocionarios populares y guías catequéticas, incluso en Internet, explican este sentido espiritual. "¿Qué es lo que ofrece el sacerdote a Dios? La suma de todas las pequeñas cosas que los asistentes ponen en la patena: horas de trabajo, pequeñas mortificaciones, alegrías, dolores, deporte, diversiones del día, lucha por sacar propósitos, detalles de cariño y servicio... Puedes decir: "Señor mío y Dios mío, te ofrezco todo lo que tenga; mis planes y proyectos, mis sacrificios y alegrías. ¡Quiero ser todo tuyo! ¡Para ti, para siempre!""[6]

            Por todo lo visto, es muy recomendable que, si no hay canto acompañando la procesión de ofrendas, o bien en la Misa diaria, se guarde este espacio de silencio y el sacerdote recite en secreto las fórmulas de presentación del pan y del vino (por separado, dicho sea de paso y como recuerdo). Pero, ¿y mientras? ¿Se participa? ¡Claro! Muy bien podría ser el momento, como se solía decir, de poner en la patena, de llevar al altar, lo nuestro: tal trabajo, aquella hora de servicio a alguien, una mortificación, una alegría, una preocupación, el esfuerzo por adquirir una virtud... es decir, ofrecer lo nuestro y preguntarse siempre: "¿Qué puedo ofrecer al Señor para que se una a su ofrenda?"

            Ese silencio en la preparación de los dones eucarísticos permitirá que cada uno pueda poner en la patena sus propias ofrendas, sus propios sacrificios espirituales. ¿Qué mejor modo de participar en este momento?


NB. No sé si alguna vez lo he comentado en este blog, a esta comunidad virtual, pero muchos de estos artículos más específicamente de liturgia tienen su origen en la formación litúrgica del boletín de la Adoración Nocturna, tanto el boletín de ANE como de ANFE, de mi diócesis de Córdoba.
 

[1] El abandono de los Sagrarios acompañados en: OC I, n. 178.
[2] Arte y liturgia en: OC III, n. 5269.
[3] El abandono... OC I, n. 167.
[4] El abandono... en: OC I, n. 182.
[5] MÜLLER, G. L, La celebración eucarística. Un camino con Cristo, Barcelona 1991, p. 186s.
[6] http://elvelerodigital.com/iglesia/guiacristiano/santa_misa.htm: José Pedro Manglano, "Hablar con Jesús. La Misa antes y después”.

6 comentarios:

  1. ¡Qué claro lo tenía D. Manuel!

    Dejando sentado que no le pongo ningún “pero” al Catecismo, existen conceptos que, tal y como dice la entrada, se pueden encontrar en cualquier devocionario popular de todos los tiempos y que me han producido siempre un cierto desasosiego. En concreto: “Todas las tribulaciones y pesadumbres de la vida, todos los sufrimientos, todos los esfuerzos, penalidades y trabajos pueden convertirse en un instrumento de asimilación a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros”.

    Por ejemplo: metemos la pata hasta el fondo, y el afectado por nuestro comportamiento equivocado se rebela a nuestro egoísmo, pretensión u otra actitud nuestra inaceptable; nuestra mente comienza a inventar un drama inexistente convirtiéndonos a nosotros en “víctima inocente” cuando no somos tal, “drama y víctima” inexistente que pretendemos ofrecer a Cristo en vez de dedicar nuestra energía a convertirnos. No me lo estoy inventando, ha sido y sigue siendo así; de muchos de nuestros pretendidos agravios y sufrimientos somos más culpables que inocentes.

    Quizá se considere una barbaridad pero creo que la pasión, muerte y resurrección de Cristo responden a su predicación (entiéndase de palabra y obra), y, por tanto, en último término, al rechazo de Dios por parte del hombre que prefiere sus intereses y sus sueños (sean estos de liberación del yugo romano o cualquier otro). Y ahí es donde Jesús nos manda un verdadero misil de amor: su pasión. Todos los sufrimientos, tribulaciones… que se identifiquen con el actuar de Cristo, con el espíritu que le movía, podrán ser ofrecidos y se unirán al sacrificio redentor, los demás no.

    Me he puesto, quizá, demasiado seria. Ponemos en manos de Dios todo lo que somos y lo que tenemos, incluso nuestros pecados, pero reconociéndolos como tales; no todo se puede ofrecer como si fuera unible al sacrificio redentor de Cristo. Ante nuestro pecado, nuestra ignorancia, nuestra cobardía… sólo caben las palabras del buen ladrón: nosotros somos culpables, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Tiene razón, pero ¡qué complicado!

      No podemos ofrecernos como víctimas cuando a veces somos verdugos, y si nos protestan, pensar que somos incomprendidos o etc. Sí, si tiene razón.

      Pero ofrezcamos todo lo que no pueda repugnar al Señor. En Malaquías se insiste en que jamás le ofreceríamos al rey o al gobernador un novillo o una ternera coja o enferma, y sin embargo, a Dios ¡¡sí se las ofrecemos!! Mejor ofrecerle todo lo que sea digno de Él.

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    2. Tendrá vd razón don Javier, es tan complicado como nuestra doliente psicología, nuestros autoengaños y automentiras.

      Mi desasosiego es real, no es una frase hecha, pues veo a mi alrededor como los autoengaños impiden la evangelización interna y externa; interna porque nos situan en una cruz de Cristo que no es la real y sería terrible que nos tuviéramos que dirigir a Jesús: pero Señor no hemos profetizado en tu nombre…; externa: un Cristo placebo no será escuchado ya nunca más por los no creyentes porque la huella de Nietzsche y demás no va a desparecer ya que sus errores en alguna forma pusieron de relieve los nuestros, así los que siguen buscando y no tienen especial mala voluntad nos dirán claramente que autoengaños mejores les ofrece el mundo. ¿Exagerada? Es bastante posible.

      Una pregunta: partiendo de mi premisa de que a Dios debemos darle todo lo que somos y tenemos, también el pecado, pues si no se lo damos ¿cómo nos va a curar? yo no logro encajar esta entrega del pecado en el ofertorio y sí en el acto penitencial y en el Kyrie de la Santa Misa (además, claro está, en el sacramento de la confesión).

      Buenas noches



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  2. Julia Maria, yo también tiendo a pensar que de muchos de nuestros agravios y sufrimientos somos más culpables que inocentes. Tal vez por falta de madurez personal, tal vez por falta de una FE madura, tal vez por no abrazar la VERDAD, tal vez por muchas otras razones, pero quizá también y en cualquier caso por falta de AMOR.
    Se me ocurre la intensidad con que abrazamos la CRUZ, es la intensidad con la que amamos.
    Por otra parte, ¡¡¡cuánto dolor y cuánto sufrimiento nos causa el pecado!!! Colocarlo en la patena puede ser una buena forma de conversión. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. Muchas gracias Padre. DIOS le bendiga.

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    1. Bien por los matices.

      Así... la medida es siempre el amor-la caritas.

      Y todo ofrecido junto con Cristo en la Misa.

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  3. Renuevo hoy mi consagración; recibo de nuevo su llamada; y ahí estoy, en la "cola" de los pecadores... con Jesús. El está, yo soy. Estamos: El, realizando el objetivo de su venida; yo, asumiendo pecados -una larga lista, sí- errores, debilidades, fracasos..., ¿a dónde iría?
    En la Eucaristía, está igualmente; y recibe a los pecadores, come con ellos, se ofrece por ellos; yo quiero estar, le como, le ofrezco mis pecados con un gesto íntimo de la mano en el corazón (¡lo siento! le digo); y también con un gran deseo (¡te amo! digo igualmente), y quiero ofrecerme con El, como hostia pequeña, dejando mi vida en la patena, en las manos del sacerdote, del Sacerdote. Me conoce, lo sabe todo mejor que yo. No prometo, no propongo... repito: ¡lo siento! ¡te amo! No ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

    - Espero que no haya ningún disparate teológico!!

    - Disculpen esta anotación tan personal, quizás simplista.

    Gracias, D. Javier.

    Oremos.

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