Herodes y los sabios, realmente no sabían nada. Podrían citar -Herodes no, evidentemente- versículos y más versículos de las Escrituras, hallar textos paralelos que iluminaran, saber y aplicar cualquir precepto de la Ley, por mínimo que fuera... pero sin embargo no veían. No. Más vale decir que no eran sabios, en todo caso, unos técnicos de saberes religiosos, algo así como una enciclopedia, wikipedia o el mismo Google.
Pero, ¿y ante los signos de Dios?
No ven. No ven, no disciernen, no perciben, que Dios está proporcionando los signos verificables de su actuación: reyes de Tarsis y de las islas, la multitud de dromedarios de Madián y de Efá, la profecía cumplida y la estrella como señal conductora de un camino de búsqueda.
Los signos de Dios se dieron y se dan; pero quien está ciego, no los quiere ver. Se refugian estos ciegos en sus saberes técnicos (lo "de siempre", lo "que siempre se ha hecho así") para escudarse y disculparse. Interpretan la profecía a los magos de Oriente, pero permanecen en palacio. Con ellos no va la cosa. A ellos no les interpela, ni les mueve, ni les seduce la búsqueda de Dios manifestándose.
Nula es la capacidad de percepción. Pero, para nosotros, el oído debe estar bien abierto y el ojo siempre divisando cualquier signo de Dios, porque nos va a conducir a un Encuentro.
"¿Qué clase de personas eran [los magos] y qué tipo de estrella era esa? Probablemente eran sabios que escrutaban el cielo, pero no para tratar de «leer» en los astros el futuro, quizá para obtener así algún beneficio; más bien, eran hombres «en busca» de algo más, en busca de la verdadera luz, una luz capaz de indicar el camino que es preciso recorrer en la vida. Eran personas que tenían la certeza de que en la creación existe lo que podríamos definir la «firma» de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar descubrir y descifrar. Tal vez el modo para conocer mejor a estos Magos y entender su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios es detenernos a considerar lo que encontraron, en su camino, en la gran ciudad de Jerusalén.
Ante todo encontraron al rey Herodes. Ciertamente, Herodes estaba interesado en el niño del que hablaban los Magos, pero no con el fin de adorarlo, como quiere dar a entender mintiendo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que en el otro sólo ve un rival contra el cual luchar. En el fondo, si reflexionamos bien, también Dios le parece un rival, más aún, un rival especialmente peligroso, que querría privar a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder; un rival que señala el camino que hay que recorrer en la vida y así impide hacer todo lo que se quiere. Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras del profeta Miqueas (5, 1), pero sólo piensa en el trono. Entonces Dios mismo debe ser ofuscado y las personas deben limitarse a ser simples peones para mover en el gran tablero de ajedrez del poder. Herodes es un personaje que no nos cae simpático y que instintivamente juzgamos de modo negativo por su brutalidad. Pero deberíamos preguntarnos: ¿Hay algo de Herodes también en nosotros? ¿También nosotros, a veces, vemos a Dios como una especie de rival? ¿También nosotros somos ciegos ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos permite disponer de nuestra existencia como nos plazca? Queridos hermanos y hermanas, cuando vemos a Dios de este modo acabamos por sentirnos insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que está en el fundamento de todas las cosas. Debemos alejar de nuestra mente y de nuestro corazón la idea de la rivalidad, la idea de que dar espacio a Dios es un límite para nosotros mismos; debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza; más aún, es el único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría.
Los Magos, luego, se encuentran con los estudiosos, los teólogos, los expertos que lo saben todo sobre las Sagradas Escrituras, que conocen las posibles interpretaciones, que son capaces de citar de memoria cualquier pasaje y que, por tanto, son una valiosa ayuda para quienes quieren recorrer el camino de Dios. Pero, afirma san Agustín, les gusta ser guías para los demás, indican el camino, pero no caminan, se quedan inmóviles. Para ellos las Escrituras son una especie de atlas que leen con curiosidad, un conjunto de palabras y conceptos que examinar y sobre los cuales discutir doctamente. Pero podemos preguntarnos de nuevo: ¿no existe también en nosotros la tentación de considerar las Sagradas Escrituras, este tesoro riquísimo y vital para la fe la Iglesia, más como un objeto de estudio y de debate de especialistas que como el Libro que nos señala el camino para llegar a la vida? Creo que, como indiqué en la exhortación apostólica Verbum Domini, debería surgir siempre de nuevo en nosotros la disposición profunda a ver la palabra de la Biblia, leída en la Tradición viva de la Iglesia (n. 18), como la verdad que nos dice qué es el hombre y cómo puede realizarse plenamente, la verdad que es el camino a recorrer diariamente, junto a los demás, si queremos construir nuestra existencia sobre la roca y no sobre la arena" (Benedicto XVI, Homilía, 6-enero-2011).
Buenos días don Javier. Una entrada llena de sabiduría. En efecto ¡Cuántas veces he rivalizado con Dios! Insensato de mí.En la vida veo clara la decantanción de unos y otros en los ríos de la vida y el amor junto a la voluntad de Dios y los de la muerte contra el propio creador.Un abrazo.
ResponderEliminarQuien rivaliza con Dios, al final queda herido y vencido. Recordemos a Jacob (Gn 32) peleando durante una noche.
EliminarUn fuerte abrazo.
La soberbia nos cierra los ojos y nos obstruye los oídos. La soberbia nos hace envidiar y albergar odio en nuestros corazones. La soberbia nos hace sentirnos por encima de Dios y de su Palabra.
ResponderEliminarAl final terminamos pidiendo bozales para quien evidencia nuestra locura. Que Dios le bendiga D. Javier :D
¡Ay, con la soberbia!
EliminarLos bozales se le ponen a los animales, no a las personas. Quienes así hablan, no reconocen ni la capacidad de libertad de expresión en el otro (que dicen defender) sino que los rebajan al plano de los animales.
Por eso la soberbia se encierra en sí misma y jamás sale a los caminos a buscar la Verdad.
Un abrazo.
¿Cuántas “estrellitas” ha puesto Dios en nuestra vida y no las hemos “visto”? ¿Cuántas gracias desperdiciadas? Si los que hemos recibido el gran regalo de la fe estamos muchas veces tan ciegos ante los signos de Dios ¡cuán cegados no estarán los que no tienen fe!
ResponderEliminarLa gran mentira, “seréis como dioses”, no ha calado únicamente en los que ostentan el poder, en los reconocidos por sus conocimientos, sino también en todos aquellos de nuestros contemporáneos, los más, que aprenden a conformarse con “ser emperadores de su baldosa”.
Te pedimos, Señor, que ilumines nuestros corazones con el esplendor de tu divinidad, para que podamos pasar a través de las tinieblas de este mundo y llegar a la patria de la eterna claridad.(Laudes)
Julia María:
EliminarLos signos de Dios son elocuentes para quien tenga una mirada limpia de buscador; por el contrario son opacos para quien tenga la mirada sucia, llena de vanidad o soberbia.
Esperemos siempre saber reconocer sus signos, atrevernos a preguntar a otros para hallar respuestas verdaderas -los Magos preguntaron también: ¿Dónde está el Rey de los judíos?- y aprovechar gracia tras gracia.
Saludos cordiales.
Me da por pensar que el pecado es una extraña ceguera tóxica e irracional que no te deja salir de ti mismo. Padre, me ha dejado pensativo, más que de costumbre. Así que de nuevo muchas gracias. Abrazos.
ResponderEliminarMuy buena definición: "ceguera tóxia e irracional que no te deja salir de ti mismo". ¡¡Eso hace el pecado!!
EliminarFeliz año de Gracia, D. Javier.
ResponderEliminarYo, que quiere que le diga, creo que el problema de esos sabios que no son sabios no está en el anclarse "en lo de siempre", porque lo "novedoso" no es un problema para ellos (y el Antiguo Testamento está plagado de ejemplos). El auténtico problema es su indiferencia ante la verdad, su incapacidad para escrutar la realidad. Es por eso que "lo dado" se convierte en refugio para esos corazones y mentes perezosas, pero no es el empeño en aferrarse a ello el problema de fondo, sino la profunda hipocresía de no buscar la verdad de su propia existencia.
Un abrazo.
Conrad:
EliminarNo me atrevo ni a responderle... Confieso que entre unas cosas y otras he cometido la grosería de no responder a su atento email de hace dos semanas. Lo siento. Sirva esto para públicamente reparar mi dejadez y así mismo, felicitarle.
Y sí, también lo de anclarse en lo de siempre es un problema de soberbia y no querer escrutar la realidad. Se lo aseguro. Por ejemplo, ante el mismo Señor, la novedad de que sea de un pueblo insignificante, la rechazan diciendo: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?"... ¿Alguna vez salió algo bueno de ahí? ¿No? Pues lo rechazamos. Siempre los profetas son de otra parte...
Un gran abrazo.