La razón racionalista -valga la expresión- se encierra al final en sí misma; presumiendo de sabia se hace necia porque sólo admite aquello que llega a comprender y abarcar o medir. La razón racionalista, la razón ilustrada, es tremendamente estrecha, aunque presuma y se vanaglorie de exacta, precisa, conocedora de todo; tan estrecha, que lo que no entiende o no puede llegar a abarcar se cree con derecho a negar su existencia, su valor y arrinconarla en el inmenso cajón-desastre de la "superstición", superchería, o pre-racional.
¡Cuántos choques y cuántos prejuicios! Sólo porque partían del principio de la universalidad de la razón humana y su omnipotencia se encuentran luego con realidades que les es imposible comprender. Han usado mal la razón porque la han cerrado en lugar de abrirla a aquello que la supera. Se dan de bruces con la realidad una y otra vez. Lo que era "científico" ayer, hoy es desechado, saltando de "dogma" en "dogma científico" según pueda avanzar la razón en el orden práctico, científico o filosófico.
Pero hay un salto abismal -y lo han dado, y se han caído en el precipicio- cuando realidades que la superan, de orden trascendente y no por ello menos reales, son subestimadas por el prejuicio y el orgullo intelectual de esa razón ilustrada, de ese racionalismo presuntuoso.
El Logos, la razón de todas las cosas, la Inteligencia ordenadora y creadora de todo, el principio último de cuanto existe, no es el azar ni la casualidad, que se pueda determinar en un laboratorio o en una tribuna cultural. Ya lo sabían los filósofos de la antigüedad. El Logos está en Dios mismo: es el Verbo, la Palabra.
Pero la locura mayor que excede a esa razón empequecida, a ese pensamiento débil de la postmodernidad, es el momento en que la razón creadora de todo entra en la historia, en el tiempo, haciéndose carne en un niño, en un bendito niño, que es el Hijo de Dios. La razón así entendida se choca con el Misterio de la Razón.
"Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse.
Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo" (Benedicto XVI, Hom. Misa medianoche, 25-diciembre-2011).
Entonces, ¿qué está pasando en este Nacimiento, en este Misterio?
El Acontecimiento que despierta en nosotros la simpatía y el afecto es que el Logos habita en un Niño, que el Logos se ha hecho Niño y que por tanto Dios está hablando y revelándose de modo nuevo, pleno, definitivo, gratuito, al alcance de cualquiera que deponga el prejuicio racionalista y sea capaz de abrirse al Misterio.
Ahora es Dios el que, tomando la iniciativa, habla y se revela al alcance de nuestra inteligencia, y lo hace con lenguaje humano en los labios de su Hijo, por lo que el Logos, la razón, confluyen en el Niño que nos ha nacido, y la verdadera razón humana, si es fiel a sí misma y reconoce también sus límites, sabrá que lo más razonable, aquello que corresponde a su naturaleza más íntima, es prestar oídos y asentimiento a esas palabras divinas pronunciadas por Jesucristo nacido.
"Ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.
En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro..." (ibíd.).
La razón humana recibe la luz de un conocimiento pleno, que le viene dado, sobrenatural, porque ella no podía llegar por sí sola. El Logos se descubre y se desvela. La inteligencia humana, abierta a algo más allá de sí misma, reconoce la Verdad.
¡Ha aparecido la bondad de Dios! Se ha manifestado la verdad, la realidad queda iluminada.
Sólo nos queda ser inteligentes y cultivar nuestra inteligencia en el reconocimiento del Misterio.
La razón racionalista.
ResponderEliminarBuena expresión de una enfermedad:
el logos que abusa de sí mismo y se desvincula del Logos.
Muy inteligente, amigo Alonso, la paradoja construida en la frase: "el logos que abusa de sí mismo y se desvincula del Logos". ¡Esa es la cuestión! Abusando de sí mismo, el pequeño logos personal, el intelecto, se vuelve absurdo, disparatado y en lugar de reconocer la Verdad (adecuatio rei intellectu, ¿no?) fabrica la Verdad en su mente y luego la proyecta a la realidad.
EliminarDe hecho, con la iluminación del Logos con el empuje de la gracia,
ResponderEliminarla razón comprende su propio límite, y en esta compresión se libera. Nada más razonable que esto.
El racionalismo lo que impide es esta comprensión del propio límite, y proyecta la inteligencia, de forma indebida, hacia aquello que la supera.
Un abrazo
Y sin embargo, lo que está de moda, incluso a nivel popular, es ese racionalismo, la fabricación de productos de desecho que sólo entran en la estrecha razón, rechazando aquello que no puede comprender o abarcar.
EliminarBellísima catequesis que finaliza con una frase genial: "Sólo nos queda ser inteligentes y cultivar nuestra inteligencia en el reconocimiento del Misterio".
ResponderEliminar¡Qué el Niño Jesús les bendiga!
Gracias por el calificativo sobre la catequesis: "bellísima", o lo que es lo mismo, hermosa y por tanto, unida a la Verdad.
EliminarSaludos!
Otra catequesis genial del Papa del Logos! Gracias
ResponderEliminarBenedicto XVI bien puede ser llamado el Papa del Logos. Espero que todos, todos, todos, entremos en esa enseñanza y no quedarnos en la periferia de las cosas o de los gestos.
EliminarEl intelecto humano y finito, no creo que sea capaz de abarcar la infinitud de DIOS, nuestro SEÑOR y CREADOR, nuestro PADRE. Para eso necesitamos de la GRACIA de DIOS, sin eso me da por pensar que es imposible. Alabado sea DIOS.
ResponderEliminarMuchas gracias, Padre, por seguir instruyéndonos. DIOS le bendiga.
Antonio Sebastián:
EliminarPero ya el Concilio Vaticano I, en la const. Dei Filius, afirma, siguiendo la Tradición, que el hombre con un cierto conocimiento natural puede llegar a Dios, descubrir y afirmar su existencia. Es una confianza poderosa en la recta razón.
En efecto, deducir la realidad de la razón (pienso luego existo)conduce al absurdo de negar lo que no se entiende, más bien hay que partir de la realidad para tratar de entenderla, puesto que la existencia es evidente y reconocer cuando no se puede entender toda la realidad que nuestra capacidad de entender es limitada, no negar la realidad porque no se puede entender
ResponderEliminarCierto, José. A eso aludía en una respuesta anterior a un comentario: al racionalismo, al pensamiento racionalista...
EliminarSaludos.