¡Soberana realidad de los Sagrarios cristianos, ven a dar a mi alma la respuesta y la seguridad de su dicha!
Dile que sí que el Jesús de la virtud aquella vive todavía y vive muy cerca de mí, junto a mi casa, ¡en el Sagrario!
Di a mi alma y di a todas las almas que quieran oír, que en el Sagrario vive el mismo Jesús de Jerusalén y Nazaret, con su mismo Corazón tan lleno, tan rebosante de virtud de sanar y tan abierto para que salga perennemente en favor de todos...
Desde que he meditado así el Sagrario, ¡cómo se ha agrandado ante mis ojos y ante mi corazón!
El Sagrario no está ya limitado por las cuatro tablas que lo forman, ni aun por los muros que lo cobijan. El Sagrario se extiende mucho más.
El Sagrario será el límite de las especies sacramentales, pero no de la virtud que debajo de ellas constantemente brota.
Yo ya miro al Sagrado Corazón de Jesús en el Sagrario como un sol que irradia luz, calor y vida del cielo en torno suyo en una gran extensión, como un manantial de agua medicinal siempre corriente en muchas direcciones, como un delicioso jardín esparciendo siempre los aromas más exquisitos...
¡Ay!, si nuestros sentidos no fueran tan groseros, ¡qué impresiones tan deleitosas recibirían alrededor de los Sagrarios!
¡Cómo me explico ahora aquella atracción que se dice sentían algunos santos hacia el Sagrario, aun ignorado, por cuyas cercanías pasaban! ¿No sería quizás que sus sentidos espiritualizados percibirían ya el ambiente del lugar de los Sagrarios?
¿Te vas enterando ahora de lo que significa esa frase sobre la que quizás habrás pasado muchas veces distraído: tener Sagrario?
¿Ves ahora lo mal que se unen estas dos ideas: tener Sagrario y seguir siendo desgraciado? ¡Pues qué!, la virtud aquélla de sanar que exhala siempre para todos el Corazón de Jesús de aquel Sagrario, ¿no es bastante para acabar con todas tus desgracias?
¡Jesús sacramentado! En esa oscuridad, en que el abandono de los hombres te tiene sumergido, te confieso Luz de la Luz de Dios y única Luz del mundo. En ese silencio, a que voluntariamente te has reducido ahí, yo te proclamo Palabra substancial de Dios y única Palabra creadora, restauradora, glorificadora y deificadora. En esa inmovilidad, a que te has obligado ahí, yo te reconozco Vida de Dios y única Vida de todo lo que vive”.
Beato D. Manuel González, Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario,
en O.C., Vol. I, nn. 409-411.
No hay comentarios:
Publicar un comentario