La recta celebración de la liturgia es un deseo y una necesidad: en la liturgia el Misterio de Cristo se nos ofrece bajo los signos sacramentales, y la Iglesia Esposa lo recibe con amor, adoración, con plegaria, con canto.
La liturgia es una celebración de glorificación de Dios y santificación de los hombres tal como dice el Concilio Vaticano II: "en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno" (SC 7). Pero los modos celebrativos que muchas veces vemos –o padecemos- convierten la liturgia en una fiesta profana, en una sesión de catequesis con continuas intervenciones, moniciones y pequeñas homilías, o en una reunión trivial, de tono horizontalista como un banquete humano. Nada de esto responde a la naturaleza y esencia de la liturgia. Son abusos que hay que erradicar y denotan la carencia de una seria formación teológica, litúrgica y también pastoral (la pastoral rectamente entendida, y no con el tono de secularización y buenismo con que hoy se emplea).
La liturgia, por ser de la Iglesia, es establecida por ésta en sus principios, en sus normas, en sus rúbricas. Nadie puede usurpar el papel de la Iglesia para improvisar o para cambiar cosas a su antojo. Nadie puede omitir ritos, ni componer plegarias litúrgicas, ni introducir elementos extraños porque parezcan más simpáticos y atractivos. "Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia", dice el Concilio Vaticano II (SC 22).
¡La liturgia es algo más grande, más santo!
Con palabras de Pablo VI, verdadero maestro y testigo de la fe:
“Quisiéramos exhortar a las personas de buena voluntad, sacerdotes y fieles, a no tolerar este indócil particularismo, que ofende, además de la ley canónica, el corazón del culto católico, que es la comunión; la comunión con Dios y la comunión con los hermanos, de la que es mediador el sacerdocio ministerial autorizado por el obispo. Semejante particularismo tiende a formar su Iglesia, o tal vez su secta, es decir, apartarse de la celebración de la caridad total, a prescindir de la estructura institucional, como se dice hoy, de la Iglesia auténtica, real y humana, para hacerse la ilusión de poseer un cristianismo libre y puramente carismático, pero en realidad amorfo, evanescente y expuesto al soplo de todo viento de la pasión, de la moda o del interés temporal o político. Esta tendencia a separarse gradual y obstinadamente de la autoridad y de la comunión de la Iglesia puede llevar desgraciadamente muy lejos. No, como han dicho algunos, a las catacumbas, sino fuera de la Iglesia” (Alocución, 3-septiembre-1969).
La liturgia es una celebración de glorificación de Dios y santificación de los hombres tal como dice el Concilio Vaticano II: "en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno" (SC 7). Pero los modos celebrativos que muchas veces vemos –o padecemos- convierten la liturgia en una fiesta profana, en una sesión de catequesis con continuas intervenciones, moniciones y pequeñas homilías, o en una reunión trivial, de tono horizontalista como un banquete humano. Nada de esto responde a la naturaleza y esencia de la liturgia. Son abusos que hay que erradicar y denotan la carencia de una seria formación teológica, litúrgica y también pastoral (la pastoral rectamente entendida, y no con el tono de secularización y buenismo con que hoy se emplea).
La liturgia, por ser de la Iglesia, es establecida por ésta en sus principios, en sus normas, en sus rúbricas. Nadie puede usurpar el papel de la Iglesia para improvisar o para cambiar cosas a su antojo. Nadie puede omitir ritos, ni componer plegarias litúrgicas, ni introducir elementos extraños porque parezcan más simpáticos y atractivos. "Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia", dice el Concilio Vaticano II (SC 22).
¡La liturgia es algo más grande, más santo!
Con palabras de Pablo VI, verdadero maestro y testigo de la fe:
“Quisiéramos exhortar a las personas de buena voluntad, sacerdotes y fieles, a no tolerar este indócil particularismo, que ofende, además de la ley canónica, el corazón del culto católico, que es la comunión; la comunión con Dios y la comunión con los hermanos, de la que es mediador el sacerdocio ministerial autorizado por el obispo. Semejante particularismo tiende a formar su Iglesia, o tal vez su secta, es decir, apartarse de la celebración de la caridad total, a prescindir de la estructura institucional, como se dice hoy, de la Iglesia auténtica, real y humana, para hacerse la ilusión de poseer un cristianismo libre y puramente carismático, pero en realidad amorfo, evanescente y expuesto al soplo de todo viento de la pasión, de la moda o del interés temporal o político. Esta tendencia a separarse gradual y obstinadamente de la autoridad y de la comunión de la Iglesia puede llevar desgraciadamente muy lejos. No, como han dicho algunos, a las catacumbas, sino fuera de la Iglesia” (Alocución, 3-septiembre-1969).
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarEl ser humano en general y el católico en particular, tenemos inteligencia, emotividad y voluntad. Solo si somos capaces de poner en marcha y equilibrar estas tres dimensiones, podremos entender qué es la liturgia.
La Liturgia hay que conocerla y entenderla. Después podremos sentirla y amarla... toda vez que participemos y la vivamos con total voluntad.
Un saludo D. Javier. Que Dios le bendiga