El rito propio de la Confirmación comienza con la renovación de las promesas bautismales, con dos partes bien definidas: la renuncia al Maligno y al pecado y la profesión de la fe de la Iglesia. “Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el caso del rito romano, la liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece claramente que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y participa en la Eucaristía” (CAT 1298).
1. Renuncias y profesión: el hombre viejo y el hombre nuevo.-
Por una parte renunciar a Satanás, al mal, y por otra, profesar nuestra fe en Dios. Renunciar es abandonar todo lo que es el hombre viejo, profesar la fe en Jesucristo Salvador es revestirnos del hombre nuevo. Toda nuestra vida se debate en estos dos polos: el hombre viejo y el hombre nuevo, el hombre herido por el pecado, sometido a sus instintos, y el hombre nuevo, viviendo la salvación. Así lo dicen las Escrituras (Ef 4,21-24).
La razón fundamental es que Cristo, por nuestro Bautismo, nos ha hecho pasar de la muerte a la vida, del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Nuestra vida debe ajustarse a esta realidad de salvación, y, sin olvidar, que “la gracia viene en ayuda de nuestra debilidad”. Nosotros, al profesar la fe en Dios en nuestra Confirmación, queremos vivir como hombres nuevos; y el hombre nuevo vive como Cristo. El hombre nuevo es el que vive el “mandamiento del amor” porque sabe que Dios lo ha amado antes; entonces, amando, cumple la ley entera.
Esto se hace en la liturgia de la Confirmación como un rito, pero lo fundamental es hacerlo vida; que lo que decimos de palabra se transforme en hechos. ¿A qué se renuncia? El obispo en nombre de toda la comunidad cristiana, nos pregunta: "¿Renunciáis a Satanás, a todas sus obras y seducciones?" (RC 28).
2. La renuncia a Satanás.-
Hoy no se habla de Satanás, del demonio: no está de moda, y cuando se habla de él, se desfigura su poder, su imagen, cayendo en superstición, magia... No es que no se hable, sino que se ignora o se niega su existencia y no nos preocupa. La mayor actuación del Maligno la descubrimos porque él convence a los hombres de que no existe para así actuar mejor. Sin embargo, nosotros sabemos que existe porque nos lo muestra la Escritura, la Tradición de los Santos Padres, y la Iglesia .
Si en la Confirmación renunciamos a Satanás, debemos saber quién es y qué hace. Satanás significa el que impide, el que hostiga, el que opone (su raíz hebrea es s t n, el que impide). El Maligno es el que quiere impedir la acción de Dios en el mundo, el que se quiere oponer al Reino de Dios. ¿Por qué? Por envidia, así dice la Escritura: "Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen" (Sb 2,23-24).
¿Quién es Satanás? Satanás es un ángel, un ser espiritual, sin cuerpo, creado por Dios al igual que todos los ángeles y que todos los hombres. Antes de la creación del mundo, el Maligno se rebeló, por sí solo, contra Dios (cf. Jds 6, 2P 2,4). Era libre y podía inclinarse al mal, quiso ser como Dios, quiso dominar y ser señor, por soberbia , pero Dios, el Sumo Bien, lo envió a la tierra, desterrado, con aquellos ángeles que le siguieron, como dice el libro del Apocalipsis: "fue arrojada la Gran Serpiente a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con ella" (Ap 12,9b).
Desde entonces Satanás se ha opuesto a Dios. El Maligno no es un dios, no tiene poder, está sometido a Dios porque el Señor es todopoderoso, como vemos en el libro de Job.
El objetivo del Maligno es apartarnos de Dios. ¿Cómo? Tentándonos. Él nos habla, entra en nuestra fantasía y nos sugiere el mal, influye como un hombre en otro hombre, o un amigo en otro amigo. Él quiere que le sirvamos, y le servimos cuando odiamos, somos rencorosos, provocamos divisiones, ponemos el sexo, el poder o el dinero como auténticos dioses. Va sembrando en nosotros el amor por nosotros mismos hasta el desprecio de Dios. Siembra mala semilla en nuestro corazón para debilitar la fe, la caridad y más aún la esperanza porque perdida ésta, la caridad se enfría rápidamente y la fe enferma.
3. Batalla y victoria contra el Maligno.-
PODEMOS VENCER AL MALIGNO, podemos derrotarlo, puesto que él no tiene poder sobre nosotros. Su única arma es la persuasión, la tentación. Lo podemos derrotar, porque Cristo lo venció en la cruz destruyendo su poder, y si nos unimos a la cruz gloriosa de Jesucristo podemos también nosotros derrotarlo. Confiando en Dios le venceremos, rechazaremos el pecado. La Iglesia siempre ha recomendado la oración, el ayuno y la limosna. Así podremos vencer la tentación.
La Iglesia todos los días pide verse libre del Maligno: "no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal", porque sabemos que Dios nos puede dar la fuerza suficiente para rechazar las tentaciones y librarnos de Satanás, como comentan los Padres de la Iglesia. En el Padrenuestro decimos diariamente: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Renunciamos a Satanás pero estamos expuestos a sus tentaciones. Éstas nos harán ver nuestros puntos débiles, servirán para crecer en humildad, ejercitarnos en la lucha.
Al mismo tiempo RENUNCIAMOS A LAS OBRAS DEL MALIGNO QUE SON EL PECADO, obras que son contrarias a las obras del Espíritu: "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, ira, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes" (Gal 5,19b-21a). Todo eso es pecado, porque nos aparta del Amor y del bien, que es Dios. "El pecado es amor de sí hasta el desprecio de Dios" , y, pecamos porque somos libres y podemos optar por el bien o por el mal, por la luz o las tinieblas.
5. Profesamos la fe de la Iglesia.-
PROFESAMOS NUESTRA FE EN DIOS. El obispo nos pregunta: "¿Creéis en Dios... en Jesucristo, su único Hijo... en el Espíritu Santo... en la Iglesia?" Es la Iglesia, por boca del Obispo, la que pide nuestro asentimiento personal a la fe, mediante el Símbolo, el Credo, formulado en forma de preguntas y respuestas (Sí CREO, así, en singular, en un “yo” concreto y personal).
No profesamos nuestras opiniones, nuestra forma de creer en Dios o de ver la Iglesia, o una forma vaga de “compromiso ético” por los hombres, no. Aquí profesamos la fe de la Iglesia en su integridad: Dios, para salvarnos del dominio de Satanás envía a su Hijo Jesucristo que se encarnó en María, Virgen; murió en la cruz y resucitó, nos dio el Espíritu Santo, nos reunió en una sola Iglesia que camina hacia la Jerusalén celestial, esperando la resurrección del último día.
Es por ello un abuso, sumamente reprobable, la costumbre de algunos "pastoralistas" de inducir a que escriban su "propio Credo", su profesión de fe... ¡Es la fe de la Iglesia la que uno profesa, a la que uno se adhiere! Lo otro es un manifiesto, muchas veces de tono social, reivindicativo, y otras veces casi panteísta.
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