1. La paciencia es una virtud que
casi todos conocemos, aunque la practiquemos poco. La recomendamos con
frecuencia a los demás pero en vez de decir “paciencia” queremos decir “resignación”,
algo más bien pasivo, un aguantarse porque no hay más remedio.
La
paciencia es virtud de los fuertes que saben sobreponerse ante el mal que se
padece injustamente y resisten y es virtud de los que han puesto su esperanza
en Dios y permanecen firmes frente a las adversidades que se van presentando en
lo normal de la vida.
La impaciencia actúa muchas veces
con ira, queriendo eliminar bruscamente el objeto, la persona o las
circunstancias que nos dañan; a veces la impaciencia se convierte en rebeldía
pidiendo cuentas a Dios y volviéndose contra Él. Pero la paciencia sabe esperar,
resistir y aguardar a que Dios, como siempre, saque bienes del mal que aflige
momentáneamente, porque “Dios da trabajos, para que, sufridos con paciencia
pueda hacer mayores mercedes” (Ep. 29,2).
“Cuídate mucho –predicaba S. Bernardo- de no perderte por la impaciencia: sopórtalo todo por amor de aquel que antes sufrió mucho más por ti, y que recompensa todo acto de paciencia. Así lo dice el Profeta: “la paciencia del humilde no perecerá” (Sal 9,19)” (En la Resur. del Señor, Serm. 2, 11).
2. “Si Dios es nuestro Padre y
Señor, imitemos la paciencia de nuestro Señor y nuestro Padre, porque los
servidores deben ser obedientes y los hijos no deben degenerar” (S. Cipriano, De los bienes de la
paciencia, 3).
Dios es paciente, clemente y
misericordioso, porque Dios es amor y el amor es paciente, no se irrita, no
lleva cuentas del mal. Dios sabe aguardar a que los hombres vuelvan a Él aunque
se hayan alejado por sus pecados. La historia de la salvación es una historia
del amor y la paciencia de Dios. Hubo pecados y rebeldía en Adán, en Caín, en
Babel... hubo infidelidad en el pueblo que había sido liberado de Egipto, en
Israel consolidado su reino, y Dios los iba llamando mediante acontecimientos
en su historia y por los profetas.
Aguardaba la conversión de su pueblo
pacientemente.
En la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para dar la
salvación y permitir al hombre acceder a la vida divina.
Dios “no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y que viva” (Ez
18,32), y la voz profética anuncia: “Volveos
al Señor vuestro Dios, porque es misericordioso y benigno, y paciente, y de
gran misericordia, y suspende la sentencia pronuncia contra los malvados”
(Jl 2,13).
Es justo el juicio de Dios, siempre, “porque llega tarde, porque se
difiere mucho tiempo, porque la inmensa paciencia de Dios da lugar al hombre
durante su vida” (S.
Cipriano, De los bienes..., 4).
Continuamente llama y atrae
con lazos de amor, deja tiempo al hombre, el tiempo para que descubra su
infidelidad y se convierta. El tiempo y la paciencia de Dios son distintos del
tiempo y la paciencia de los hombres.
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