domingo, 28 de mayo de 2023

La virtud de la paciencia (I)



1. La paciencia es una virtud que casi todos conocemos, aunque la practiquemos poco. La recomendamos con frecuencia a los demás pero en vez de decir “paciencia” queremos decir “resignación”, algo más bien pasivo, un aguantarse porque no hay más remedio.



La paciencia es virtud de los fuertes que saben sobreponerse ante el mal que se padece injustamente y resisten y es virtud de los que han puesto su esperanza en Dios y permanecen firmes frente a las adversidades que se van presentando en lo normal de la vida.

 La impaciencia actúa muchas veces con ira, queriendo eliminar bruscamente el objeto, la persona o las circunstancias que nos dañan; a veces la impaciencia se convierte en rebeldía pidiendo cuentas a Dios y volviéndose contra Él. Pero la paciencia sabe esperar, resistir y aguardar a que Dios, como siempre, saque bienes del mal que aflige momentáneamente, porque “Dios da trabajos, para que, sufridos con paciencia pueda hacer mayores mercedes” (Ep. 29,2). 



“Cuídate mucho –predicaba S. Bernardo- de no perderte por la impaciencia: sopórtalo todo por amor de aquel que antes sufrió mucho más por ti, y que recompensa todo acto de paciencia. Así lo dice el Profeta: “la paciencia del humilde no perecerá” (Sal 9,19)” (En la Resur. del Señor, Serm. 2, 11).


2. “Si Dios es nuestro Padre y Señor, imitemos la paciencia de nuestro Señor y nuestro Padre, porque los servidores deben ser obedientes y los hijos no deben degenerar” (S. Cipriano, De los bienes de la paciencia, 3).

Dios es paciente, clemente y misericordioso, porque Dios es amor y el amor es paciente, no se irrita, no lleva cuentas del mal. Dios sabe aguardar a que los hombres vuelvan a Él aunque se hayan alejado por sus pecados. La historia de la salvación es una historia del amor y la paciencia de Dios. Hubo pecados y rebeldía en Adán, en Caín, en Babel... hubo infidelidad en el pueblo que había sido liberado de Egipto, en Israel consolidado su reino, y Dios los iba llamando mediante acontecimientos en su historia y por los profetas. 

Aguardaba la conversión de su pueblo pacientemente. 

En la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para dar la salvación y permitir al hombre acceder a la vida divina.

Dios “no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y que viva” (Ez 18,32), y la voz profética anuncia: “Volveos al Señor vuestro Dios, porque es misericordioso y benigno, y paciente, y de gran misericordia, y suspende la sentencia pronuncia contra los malvados” (Jl 2,13). 

Es justo el juicio de Dios, siempre, “porque llega tarde, porque se difiere mucho tiempo, porque la inmensa paciencia de Dios da lugar al hombre durante su vida” (S. Cipriano, De los bienes..., 4). 

Continuamente llama y atrae con lazos de amor, deja tiempo al hombre, el tiempo para que descubra su infidelidad y se convierta. El tiempo y la paciencia de Dios son distintos del tiempo y la paciencia de los hombres.

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