lunes, 22 de mayo de 2023

El pan eucarístico (Elementos materiales - IV)



            En el pan se ofrece cada fiel: es la ofrenda de la Iglesia al Padre para que lo transforme en Cuerpo de Cristo y haga de la Iglesia Cuerpo de Cristo.

            ¿Qué características debe tener el pan? En la Iglesia latina, ha de ser pan de trigo ázimo, es decir, sin levadura, sin fermentar, siguiendo la tradición del mismo Cristo.


            En los orígenes del culto cristiano, se había empleado pan fermentado. “Los fieles llevaban para el culto sencillamente algunos de los panes que tenían en casa” (Jungmann, p. 663). En su forma no difería del pan ordinario. Por ejemplo, en dos mosaicos de Rávena que representan el altar eucarístico aparece el pan en forma de rosca, una especie de trenza a modo de sortija del tamaño de una mano. Era la “corona” a la que alude san Gregorio Magno, conocida desde el siglo III como un pan más fino. Otras veces se le da la forma de disco (por ejemplo, en el mosaico del altar de San Apolinar, teniendo en el centro una cruz).

            Era costumbre sellar el pan con una cruz, o con el anagrama de Cristo, tanto en Occidente como en las liturgias orientales.


            La forma y elaboración del pan eucarístico se fue fijando con el transcurrir de los siglos:

            “Primitivamente, el pan que los fieles traían en el momento de la ofrenda era pan de trigo ordinario, el mismo que amasaban y comían en sus casas, por más que les gustaba darle ordinariamente la forma de un panecillo recortado en forma de cruz o de corona. Hacia el siglo IX o el X, cuajó en la Iglesia occidental la costumbre del pan no fermentado: salía más blanco y más doradito, y pareció que era, así, más digno del altar, aparte de que resultaba menos friable que el pan corriente y el desprendimiento de fragmentos era menos de temer.

            La prescripción del pan ázimo contribuyó en buena parte a que se fuera perdiendo el rito de la ofrenda, puesto que en adelante el mismo clero se encargó de proporcionarse las “hostias” (el sentido primitivo de Hostia es el siguiente: el animal –el cordero- que se ofrece en sacrificio; este nombre hace alusión a Jesucristo). Los nuevos panes ázimos para la comunión de los fieles presentaban la forma de gruesos discos blancos, que era preciso partir antes de la comunión. Posteriormente, hacia el siglo XI o XII, hicieron su aparición las hostias pequeñas que usamos todavía ahora”[1].


            Así pues, desde el principio, la Iglesia latina usó pan fermentado. Pero sobre el siglo XI lo sustituyó por pan ázimo (sin levadura), un uso que se propagó poco a poco.

            Había crecido la conciencia de la presencia real y de la adoración y, por tanto, una mayor reverencia: esto influyó para que se prefiriesen hostias puras y blancas que fácilmente podían partirse sin desperdicios.

            Este cambio modificó, por ejemplo, el rito del ofertorio, donde los fieles ya no llevaban el pan de sus casas. Se redujo al mínimo el rito de la fracción, porque no había que partirlo en tantas veces ya que se introdujeron las hostias individuales para los fieles ya en el siglo XI.

            Los orientales al principio no dijeron nada de este cambio latino, pero les iba sorprendiendo esta innovación, que fue uno de los puntos de discusión y acusación a los latinos que desembocó en el cisma del 1054. Frente a esta acusación, el Concilio de Florencia, 1439, buscando la unión, afirmó que era lícito usar pan ázimo o pan fermentado, y así las Iglesias unidas de Oriente siguen usando pan fermentado.


            En la primera época de este cambio, se fabricaban discos de pan ázimo de gran tamaño que se consagraban enteros para luego partirlos; por ejemplo, si eran muchos los comulgantes, se consagraban 5 hostias; en Letrán, hacia 1140, todavía se hacía así, consagrando grandes hostias de pan ázimo que luego se partían.

            Pero como la comunión del pueblo sólo se tenía ya en las grandes solemnidades, en el siglo XII se redujo el tamaño de la hostia, y para evitar la fracción, ya venían preparadas las partículas u hostias individuales… empobreciendo el rito.

            Hay que pensar que en otros ritos sí se mantuvo tanto el tamaño del pan como una verdadera fracción como el hispano-mozárabe o el bizantino (en general, todos los orientales).

            En el rito hispano se vincula la fracción con los misterios salvadores de la vida del Redentor disponiéndolos en la gran patena en forma de cruz, con dos partículas aparte:




            Para favorecer hoy la fracción del pan, el mismo Misal prevé que el pan sea, en apariencia de signo, verdadero pan (para que incluso se pueda masticar):

            “La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ázimo y hecho de la forma tradicional, se haga en tal forma que el sacerdote, en la misa celebrada con el pueblo, pueda realmente partirlo en partes diversas y distribuirlas, al menos, a algunos fieles. No se excluyen con eso de ninguna manera las hostias pequeñas, cuando así lo exige el número de los que van a recibir la sagrada comunión y otras razones pastorales. Pero el gesto de la fracción del pan, que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos” (IGMR 283).

            ¿Cómo realizarlo? O hacer obleas de pan más grandes, aunque se lleve más tiempo el partirlas, o consagrar varias formas grandes, de tal forma que el partir el pan sea algo que dure, que se vea, que todos participen de un pan partido. Puede que no sea un gesto práctico (se tarda mucho) pero sí expresivo. Pensemos que el canto del Agnus Dei está para acompañar la fracción del Pan consagrado, por tanto, no es un gesto brevísimo e insignificante, tampoco desmesurado, pero lo suficientemente simbólico para que dure el tiempo de un canto como el Agnus Dei. Incluso se pueden volver a repetir las invocaciones si la fracción se alarga, siendo siempre la última “danos la paz”:

            “La invocación acompaña la fracción del pan, por lo que puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta cuando haya terminado el rito. La última vez se concluye con las palabras danos la paz” (IGMR 83).





[1] JUNGMANN, J.A., Breve historia..., pp. 46-47.

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