Caritas – Amor:
Sabemos
bien cómo el Espíritu es la
Persona-Don, el Amor mismo de Dios dándose.
La
iniciativa, siempre, es de Dios: Él nos amó primero. Por eso el amor –dirá la
primera carta de san Juan- no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
Él nos amó primero. Su Espíritu Santo es la prueba, la prenda, la garantía, de
ese amor en nosotros. Dios nos ama con su Espíritu Santo.
El
Espíritu mismo mueve nuestro ser, libremente, para que demos una respuesta de
amor al Amor personal de Dios. Y de ahí se difunde el amor a los demás, el amor
con palabras y verdad a nuestros hermanos.
Donde
está el Espíritu, reina la caridad; extinguiendo el Espíritu, nace el odio, las
rencillas, los recelos, las envidias, la prepotencia, la soberbia, el orgullo.
Haciendo espacio interior al Espíritu, dejando que Él llene el alma, atentos a
sus mociones, puede haber un amor servicial, oculto, discreto, entregado,
veraz, sacrificado.
Amaremos
entonces con el mismo Amor con el que somos amados; amaremos tomando prestado
el amor-caridad del mismo Espíritu Santo para distribuirlo a manos llenas a
nuestros hermanos.
CAT 733
"Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don,
contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
CAT 221. “Al enviar en la plenitud de
los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo;
Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
nos ha destinado a participar en Él.
Spiritalis unctio – unción espiritual
Con
el santo crisma, el aceite mezclado con bálsamo y aromas, consagrado por el
obispo, hemos sido ungidos en el bautismo y en la confirmación. Hemos recibido
esta unción que ya es imborrable, ¡sello del Espíritu Santo! Con aceite visible
se nos ungía y el Espíritu interiormente impregnaba nuestra alma.
Así
su unción permanece en nosotros; Él se constituye en maestro interior –“no
necesitáis que nadie os enseñe” (1Jn 2,27)-, nos va conduciendo a la verdad
completa, nos permite entender la revelación, nos adentra en los misterios, nos
recuerda (vuelve a pasar por la memoria del corazón) las palabras evangélicas
encarnándolas en nuestra vida.
Lo
describía así Juan Pablo II: “El recordar es la función de la memoria.
Recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando
así en la conciencia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose
especialmente del Espíritu Santo, Espíritu de una verdad cargada del poder
divino, su misión no se agota al recordar el pasado como tal: “recordando”
las palabras, las obras y todo el misterio salvífico de Cristo, el Espíritu de
la verdad lo hace continuamente presente en la Iglesia, de modo que
revista una “actualidad” siempre nueva en la comunidad de la salvación”
(Audiencia general, 17-mayo-1989).
Por
eso, suplicamos: “Tú que prometiste darnos el Espíritu Santo para que nos lo enseñara
todo y nos fuera recordando todo lo que nos habías dicho, envíanos este
Espíritu para que ilumine nuestra fe” (Preces Laudes Pentecostés).
¡Unción
espiritual!:
CAT 695
La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también
significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en
sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación
cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias
de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene,
es necesario volver a la Unción
primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo
["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de
Dios. En la Antigua
Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30,
22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es
el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está
totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido
"Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61,
1). La Virgen María
concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como
Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo
a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está
lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en
sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien
resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto,
constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte
(cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta
que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo
de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la plenitud de
Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión
de San Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)
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