viernes, 26 de mayo de 2023

Caritas, spiritalis unctio - Veni Creator!



            Caritas – Amor:

            Sabemos bien cómo el Espíritu es la Persona-Don, el Amor mismo de Dios dándose.

            La iniciativa, siempre, es de Dios: Él nos amó primero. Por eso el amor –dirá la primera carta de san Juan- no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero. Su Espíritu Santo es la prueba, la prenda, la garantía, de ese amor en nosotros. Dios nos ama con su Espíritu Santo.



            El Espíritu mismo mueve nuestro ser, libremente, para que demos una respuesta de amor al Amor personal de Dios. Y de ahí se difunde el amor a los demás, el amor con palabras y verdad a nuestros hermanos.

            Donde está el Espíritu, reina la caridad; extinguiendo el Espíritu, nace el odio, las rencillas, los recelos, las envidias, la prepotencia, la soberbia, el orgullo. Haciendo espacio interior al Espíritu, dejando que Él llene el alma, atentos a sus mociones, puede haber un amor servicial, oculto, discreto, entregado, veraz, sacrificado.
 

            Amaremos entonces con el mismo Amor con el que somos amados; amaremos tomando prestado el amor-caridad del mismo Espíritu Santo para distribuirlo a manos llenas a nuestros hermanos.


CAT 733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).

CAT 221. “Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.


            Spiritalis unctio – unción espiritual

            Con el santo crisma, el aceite mezclado con bálsamo y aromas, consagrado por el obispo, hemos sido ungidos en el bautismo y en la confirmación. Hemos recibido esta unción que ya es imborrable, ¡sello del Espíritu Santo! Con aceite visible se nos ungía y el Espíritu interiormente impregnaba nuestra alma.



            Así su unción permanece en nosotros; Él se constituye en maestro interior –“no necesitáis que nadie os enseñe” (1Jn 2,27)-, nos va conduciendo a la verdad completa, nos permite entender la revelación, nos adentra en los misterios, nos recuerda (vuelve a pasar por la memoria del corazón) las palabras evangélicas encarnándolas en nuestra vida.

            Lo describía así Juan Pablo II: “El recordar es la función de la memoria. Recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la conciencia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose especialmente del Espíritu Santo, Espíritu de una verdad cargada del poder divino, su misión no se agota al recordar el pasado como tal: “recordando” las palabras, las obras y todo el misterio salvífico de Cristo, el Espíritu de la verdad lo hace continuamente presente en la Iglesia, de modo que revista una “actualidad” siempre nueva en la comunidad de la salvación” (Audiencia general, 17-mayo-1989).

            Por eso, suplicamos: “Tú que prometiste darnos el Espíritu Santo para que nos lo enseñara todo y nos fuera recordando todo lo que nos habías dicho, envíanos este Espíritu para que ilumine nuestra fe” (Preces Laudes Pentecostés).

            ¡Unción espiritual!:

CAT 695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)

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