3.
Enriquezcamos toda esta reflexión con el comentario de los Padres de la Iglesia al Benedictus y
así beberemos de la
Tradición.
“Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos”:
“No pensemos
que aquí se habla de enemigos corporales, sino espirituales. Porque el Señor
Jesús, “fuerte en la batalla”, ha venido para destruir a todos nuestros
enemigos, para liberarnos de las insidias que proceden de la mano de todos
nuestros enemigos “y de la mano de todos los que nos odian”” (Orígenes, In
Luc., X,3).
“La
misericordia que tuvo con nuestros padres”:
“Yo pienso que
Abraham, Isaac y Jacob han gozado de la misericordia de Dios gracias a la
venida de nuestro Señor y Salvador. Pues es inimaginable que quienes vieron y
se alegraron con antelación de ese día, no hayan sacado provecho de él a su
llegada y de su nacimiento virginal. ¿Y qué digo de los patriarcas? Apoyándome
en la autoridad de las Escrituras, tendré la audacia de elevarme aún a más
altura y diré que la presencia del Señor Jesús y los planes de su Providencia
no solo han sido de provecho para la tierra, sino también para el cielo. Por
eso dice el Apóstol. ‘Por su sangre en la cruz ha pacificado la tierra y el
cielo’. Así pues, si la presencia del Señor ha sido útil para el cielo y para
la tierra, ¿por qué va a tener uno miedo de afirmar que su venida ha
aprovechado también a nuestros antecesores, para que se cumpliera aquello que
dice: ‘Para hacer misericordia con nuestros padres y acordarse de su alianza
santa, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham’, con el fin de
concedernos ser libres ‘del temor al poder de nuestros enemigos’?” (Orígenes,
In Luc., X,3).
“Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo”.
“Si me
pregunto a mí mismo la razón por la que Zacarías no profetiza sobre Juan, sino
que se dirige a él, diciéndole: ‘Y tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo’, etc. –porque es superfluo dirigir la palabra a uno que no oye e
interpelar a un pequeño lactante-, entonces pienso que puedo encontrar ésta:
que del mismo modo que Juan nació de una manera milagrosa, vino al mundo tras
el anuncio del ángel y llegó a la tierra después de que María habitase durante
tres meses en casa de Isabel, así también todo lo que sobe él se ha escrito, se
narra como un acontecimiento maravilloso” (Orígenes, In Luc., X,5).
“Está bien que
en esta profecía sobre el Señor se dirija una palabra a su profeta, para
mostrar que él es un beneficio del Señor, para que no pareciese que, al
enumerar públicamente sus cosas, callase, ingrato, lo que había recibido y
reconocía en su hijo. Puede ser que algunos juzguen irrazonable y extraño que
dirigiese la palabra a un niño de ocho días. Si reflexionamos, comprenderemos
perfectamente que él, una vez nacido, podía oír la voz de su padre si había
escuchado la voz de María antes de nacer. El profeta (Zacarías) sabía que otros
son los oídos del profeta, los que abre el Espíritu de Dios y no el crecimiento
del cuerpo; (San Juan Bautista) tenía el sentido para comprender, ya que tenía
el sentimiento para saltar de gozo” (S. Ambrosio, In Luc., II,34).
“Para iluminar
a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte”.
Comenta S.
Cirilo de Jerusalén: “Para los que vivían bajo la ley y en Judea, el Bautista
era como una lámpara que precedía a Cristo, acerca de lo cual Dios había
hablado con antelación: ‘He preparado una lámpara para mi ungido’. Y la ley
también lo prefiguraba en la lámpara, al ordenar que la lámpara fuera
conservada encendida en el primer tabernáculo. Pero los judíos, después de
haber sido agradados por él durante un corto tiempo, acudiendo a su bautismo y
asombrándose por su forma de vida, rápidamente lo hicieron yacer en la muerte,
intentando apagar la lámpara siempre encendida. Por esto también el Salvador
dice de él: ‘Aquél era la lámpara que arde y brilla; y vosotros quisisteis
durante un corto instante regocijaros en su luz’” (Com. Ev. Luc., 1,79).
Y san Beda el
Venerable explica cómo Dios entra en la oscuridad de nuestro mundo y trae la
luz:
“Cuando dice
‘a su pueblo’ no significa que al venir ha encontrado un pueblo que era suyo,
sino que al visitarlo y redimirlo lo ha hecho suyo. ¿Queréis escuchar, hermanos
míos, cómo encontró el pueblo y cómo lo transformó? Claramente lo indica al
final de este cántico, diciendo: ‘El Sol naciente nos visitará desde lo alto,
para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar
nuestros pasos por el camino de la paz’. Así pues, nos encontró yaciendo en
tinieblas y en sombra de muerte, es decir, atrapados en la honda ceguera de la
ignorancia y de los pecados, instalados en el error y burlados por el engaño
del antiguo enemigo. Por eso, a éste rectamente se le llama muerte y engaño,
mientras que al Señor, por el contrario, verdad y vida. Nos trajo la verdadera
luz de su conocimiento y, sacándonos de las tinieblas del error, ha abierto
para nosotros el camino seguro de la patria celeste. Él mismo guía el paso de
nuestras obras para que marchemos por el camino de la verdad que nos ha
mostrado y podamos entrar en la mansión de la paz eterna que nos ha prometido”
(Hom. In Ev., 2,20).
Así, cada
mañana, cantamos la salvación que Dios ha realizado por medio de su Hijo. El
amanecer, con los primeros rayos de sol, nos evoca al verdadero Sol de
justicia, Jesucristo Salvador, que vence toda tiniebla.
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