1. Así como la liturgia no agota
la actividad de la Iglesia
(cf. SC 9), la constitución Sacrosanctum Concilium aborda la vida espiritual de
los fieles cristianos señalando que la liturgia tampoco agota la vida
espiritual de los fieles (SC 12-13).
Pero
también este terreno ese principio hay que combinarlo con que la liturgia es
fuente y culmen para la vida espiritual: a ella se encaminan los ejercicios
piadosos, devociones y la oración personal, y de la liturgia, como
prolongación, descienden la oración y la piedad, tanto personal como
comunitaria.
La
cuestión es hallar un equilibrio espiritual sano donde la liturgia ocupe un
lugar privilegiado pero sin excluir el aspecto personal: ascesis, oración,
meditación, contemplación, devociones. Ya pasaron los tiempos de la polémica,
en el plano teórico, acaecida en la primera mitad del siglo XX: para unos la
liturgia lo era todo y no daban el debido valor a la oración personal… mientras
que para otros la liturgia era el culto exterior de la Iglesia, incapaz de
generar una vida espiritual y ésta debía sostenerse con la oración mental y
ejercicios de devoción.
2.
Hallamos luz en esta constitución sobre la sagrada liturgia: los dos aspectos
–litúrgico y espiritual- van armonizados e integrados en la experiencia
cristiana. Queda, eso sí, que pastoralmente se llegue a ese equilibrio y se
eduque así al pueblo cristiano.
“Con todo, la participación en la
sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano,
llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para
orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el
Apóstol. Y el mismo Apóstol nos exhorta a llevar siempre la mortificación de
Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra
carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que, "recibida la
ofrenda de la víctima espiritual", haga de nosotros mismos una
"ofrenda eterna" para Sí” (SC 12).
El
adverbio “también” (“entrar también su cuarto…”) señala la coordinación y
armonía entre ambos aspectos: la liturgia y también la oración personal.
Por
una parte, la liturgia ya es oración, la oración de la Iglesia santa de Dios a la
que se unen los bautizados: sus oraciones se dirigen a Dios mismo rezando en
común, se cantan salmos e himnos de alabanza ante Dios, se escucha al Señor en
su Palabra, se medita en el silencio sagrado, se intercede con las preces, se
adora al Dios santo. La liturgia ya es oración, la liturgia es oración de la Iglesia. Es éste un aspecto
bellísimo: se trata de rezar la liturgia, rezar con la liturgia, convertirla en
oración espiritual. Esto es, a fin de cuentas, la espiritualidad litúrgica,
aquella que es común a todos los fieles cristianos y sobre la cual, luego,
vendrán las variaciones particulares de espiritualidades más específicas, con
rasgos identitarios, métodos de oración, etc[1].
Y
por otra parte, la oración en común en la liturgia necesita la calma y el
sosiego interior y personal, por lo que se requiere la oración mental, la
meditación, la contemplación a solas con el Solo, cumpliendo el precepto
paulino de “orad sin cesar” (1Ts 5,17). Quien vive la liturgia y participa en
ella activa e interiormente, sumándose a la oración común, necesitará también
su intimidad para estarse a solas amando con el Amado[2].
Habrá
que trabajar y educar en una doble dirección; primero, vivir la liturgia más
orante y espiritualmente y enseñando qué es participar, o sea, sumarse a esa
oración común eclesial e interiorizarla, y, segundo, iniciar en la vida de
oración personal como preparación y prolongación, fruto deseado, de la misma
liturgia.
3.
Y si bien antes, en muchos lugares, se consideraba la liturgia sólo un acto del
clero, culto exterior de la
Iglesia, incapaz de espiritualidad, por lo que se le
superponían las devociones privadas incluso durante la liturgia, luego se pasó
al otro extremo, igualmente erróneo: según el falso y etéreo “espíritu del
Concilio”, había que barrer y derogar todas las devociones, ejercicios
piadosos, piedad popular y hasta la oración personal como alienante.
Pero
esto no lo dijo el Concilio. Lo que esta constitución señala es que las
devociones (por ejemplo, culto al Stmo. fuera de la Misa, el rosario, el vía
crucis, etc.) deben respetarse y tener su espacio e ir en consonancia con la
liturgia. En ningún momento estos medios sencillos y populares deben
eliminarse, sino orientarse y cuidarse ya que alimentan, junto a la liturgia,
la vida espiritual de los cristianos.
Éstas
son las afirmaciones conciliares y deben conocerse: “Se recomiendan
encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean
conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia”, “es preciso que estos mismos ejercicios
se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de
acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella
conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza está muy por encima
de ellos” (SC 13). Más adelante la misma constitución dirá: “En diversos
tiempos del año, de acuerdo con las enseñanzas tradicionales, la Iglesia completa la
formación de los fieles mediante ejercicios de piedad espirituales y
corporales: la instrucción, la plegaria, la penitencia y las obras de
misericordia” (SC 105). Todo esto sirve para cultivar más el espíritu cristiano
que desembocará, sin duda, en la mejor y más consciente participación en la
liturgia.
Ésta
es la sabiduría de la Madre Iglesia:
“Si la liturgia no agota toda la
actividad de la Iglesia,
tampoco la participación en la sagrada liturgia abarca toda la vida espiritual.
Y si, como acabamos de ver, no hay contradicción entre liturgia y apostolado,
tampoco hay oposición entre piedad litúrgica y piedad extralitúrgica.
Una vez más, en este punto, el
Concilio busca la síntesis y la armonía. Ni la oración eclesial puede ser un
obstáculo a la plegaria personal, ni la piedad individual puede dificultar la
plegaria litúrgica. El Espíritu sopla donde quiere y como quiere, y nosotros no
tenemos competencia para imponer unos modos sobre otros, aunque sí debemos
tratar de buscar la unidad en la expresión de toda vida espiritual. Esa unidad
claramente manifestada y desea en la constitución. Si, por un lado, “el
cristiano está llamado a orar en común debe, no obstante, entrar también en su
cuarto para orar al Padre”, más tarde se recordará, hablando de la oración
oficial litúrgica de la
Iglesia, que “el Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además,
fuente de piedad y alimento de la oración personal” (n. 90)”[3].
Así,
todos los piadosos ejercicios y devociones constituyen una buena preparación
para una mejor participación en la liturgia como cumbre; ambas expresiones son
complementarias y enriquecedoras:
“En las acciones litúrgicas la
evocación-actualización [de los misterios de la redención] se produce bajo el
velo de los signos que hacen presente y operante el misterio; en los ejercicios
piadosos la evocación se reduce a la contemplación afectiva y al deseo de
imitar lo que se contempla. Ahora bien, establecida esta diferencia, como dice
Pablo VI, es preciso valorar al máximo estos ejercicios de piedad que
constituyen una óptima preparación para la celebración litúrgica… Por
consiguiente, los ejercicios piadosos no pueden ser condenados o rechazados en
bloque; tampoco canonizados a priori ni puestos por encima o en el lugar de la
liturgia. El dualismo cultual es un hecho de la vida de la Iglesia y su legitimidad
viene avalada por el curso mismo de la historia del culto cristiano”[4].
[1] “Esta espiritualidad
básica y común a todos los bautizados no sólo no excluye la existencia de
modelos de espiritualidad basados en el estado de vida (espiritualidad sacerdotal,
laical o religiosa), o en diversas escuelas (espiritualidad franciscana,
carmelitana, etc.), o en la historia (espiritualidad primitiva, patrística,
medieval, etc.), sino que las fundamenta a todas. La espiritualidad, por otra
parte, tiene en la liturgia algo más que un modelo” (LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la Verdad. Introducción
a la liturgia, Salamanca 1987, 381).
[2] Cf. S. Juan de la Cruz, Suma de la perfección y
Noche oscura.
[3] GRACIA, J.A., “La liturgia
no es la única actividad de la
Iglesia”, en AA.VV., Comentarios
a la constitución sobre sagrada liturgia, Madrid 1964, 205-206).
[4] LÓPEZ MARTÍN, J., En el Espíritu y la Verdad. Introducción
antropológica a la liturgia, Salamanca 1994, 461.
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