Queremos destacar aquí unos puntos breves que se deducen de
la lectura del texto de Ez 43,1-12.
a) La gloria del Señor es presencia de Dios en medio de
su Pueblo. Constantemente presenta el profeta la gloria de Yahvé como
sinónimo de Dios mismo, esbozando así su presencia en medio de su pueblo: "habitaré
en medio de ellos para siempre". La gloria será para Israel la señal
segura de que Dios está con ellos, de que Dios no los abandona, sino que cumple
su Palabra estando con su Pueblo, y estableciendo su morada en Jerusalén, en el
templo santo.
b) El Señor viene de oriente, del sitio de los
desterrados. Es impresionante comprobar la visión de Ezequiel en términos
de consolación, i.e., el Señor abandona el templo por la puerta oriental en una
de las primeras visiones, marchando hacia oriente, el sitio donde está su
pueblo desterrado a causa de sus infidelidades. Por oriente vuelve la gloria,
estableciéndose en el templo, al mismo tiempo que los desterrados vuelven a su
patria a inaugurar un reino nuevo, un período nuevo de la alianza.
Así pues, el
Señor nunca ha abandonado a su pueblo, sino que también ha estado con ellos en
el destierro, incluso en los momentos de amargura, aunque ellos no lo viesen y
se lamentasen: "Junto a los canales de Babilonia..." (Sal
136). El Señor es misericordioso y nunca ha olvidado a su pueblo y siempre ha
recordado[1] a su pueblo, escuchando
sus gritos. Dios es sensible al dolor de su pueblo: "¿Puede una madre
olvidarse de su hijo...?" (Is 49,15).
c) El templo es signo de la presencia de Dios. La
gloria de Dios no cabe en el templo, no es su morada porque nada puede contener
al Señor de cielos y tierra, y el profeta lo expresa de forma bellísima: sólo
cabe la planta de sus pies. La gloria del Señor toma aquí un significado más
amplio; es la majestad y presencia de Dios todopoderoso, es su poder que
desborda todos los planes humanos, todo templo que el hombre le pueda
construir. Dios sobrepasa todo esto. Desde esta clave podemos entender
correctamente la teología del templo para el pueblo de Israel. Dios sigue
existiendo aunque no haya templo, pero existiendo éste, tienen la certeza de que
Dios camina con ellos, que sigue estando con ellos y de que nunca los
abandonará.
Esta teología del templo es muy del gusto de la escuela
sacerdotal, a cuya cabeza hemos de situar al profeta Ezequiel. Es un concepto
nuevo del templo si lo comparamos con el que tienen otras religiones; no es un
santuario de oración privada, ni tampoco el templo que alberga la divinidad:
¡Dios sobrepasa todo esquema humano!
d) La gloria de Dios se asocia, primeramente, a la
santidad. Una santidad propia y única, que marca distancias con todo lo que
es profano, separado el templo del palacio real, alejado de todo crimen,
prostitución o abominación. El templo es un ámbito de santidad propio y no
puede ser invadido por nada. Es una forma de respeto y adoración de lo trascendente:
Dios tiene un ámbito propio, que es santo, y que no puede ser invadido por nada
humano que sea "pecaminoso"[2].
Por tanto, para Ezequiel, sólo podrá acercarse a Dios, al
templo, a su gloria, el que esté limpio, puro, no aquel que esté contaminado,
manchado por el pecado. Una santidad de corte legal y ritualista (y por ello, pedagógica, educativa) que respeta y
pone de relieve cómo Dios es el Santo de los santos, el Señor y Salvador,
totalmente distinto de los hombres.
e) En un segundo momento, la gloria de Dios se asocia a su
majestad, a su poder. Todas las visiones de Ezequiel referidas a la gloria
del Señor son narraciones en las que se muestra patente la majestad de Dios. Se
refleja su poder en la admiración que siente el profeta cuando ve venir la
gloria de Yahvé, envuelta en luz. Así se revela Dios como poderoso y señor de todo. Con razón cantará el salmista: "Yahvé
es rey, vestido de majestad, Yahvé se ha vestido de poder" (Sal 92).
En esta línea se expresan muchos textos de las Escrituras, cuando presentan a
Yahvé como Señor ("¡Poderoso es el Señor!"), como clemente y
todopoderoso.
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