La gloria de Yahvé entró
en la Casa por
el pórtico que mira a oriente. El espíritu me levantó y me introdujo en el
atrio interior, y he aquí que la gloria de Yahvé llenaba la Casa (43, 4-5).
De nuevo aparece el concepto de oriente: es la misma puerta
por la que la gloria del Señor salió en dirección a los desterrados y por la
misma puerta vuelve a entrar. Es un auténtico retorno del Señor, un nuevo
período de gracia y salvación.
El templo es denominado Casa[1], nombre usado en las
Escrituras para explicitar la propiedad personal del Señor, donde sólo Él
habita y todo queda santificado por su presencia, como veremos más adelante en
este pasaje.
Interesante la mención que hace Ezequiel del espíritu. Es el
espíritu el que lo levanta y el que lo introduce en el atrio interior, porque
todo auténtico profeta debe estar movido por el espíritu de Dios y no por sí
mismo o sus intereses personales. Breve esbozo de pneumatología: es el Espíritu
el que impulsa, el que permite ver a Dios, el que sitúa al hombre frente al
Señor.
Igual que en otros textos de las Escrituras, se emplea un
concepto muy preciso: la gloria del señor llenaba... Esto nos remite al
concepto de kabod para los hagiógrafos; la gloria no es algo etéreo, sino que
tiene volumen, todo lo llena ("los cielos y la tierra están llenos de
tu gloria" Is 6,3), y por tanto nadie "cabe" a la vez que la
gloria del Señor. Tiene una entidad en sí misma, puesto que es presencia
personal del Señor. Así aparece en otros textos del A.T. "La nube
cubrió entonces la tienda de la reunión y la gloria de Yahvé llenó la
morada" (Ex 40,34-35), "la nube llenó la Casa de Yahvé y los sacerdotes
no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de
Yahvé llenaba la Casa
de Yahvé" (1Re 8,10-11).
"Hijo de hombre,
este es el lugar de mi trono, el lugar donde se posa la planta de mis pies.
Aquí habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre" (Ez 43,7a).
En la teología israelita estaba bien claro que el templo no
podía, como tal, contener al Señor, puesto que Dios es infinito y todopoderoso,
su majestad sobre el cielo y la tierra, y no podía ser albergado en una casa
construida por hombre[2], ya que "¿los
cielos y la tierra no los lleno yo? -oráculo de Yahvé-" (Jer 23,24b).
Por esta razón, Ezequiel no presenta el templo como el lugar donde mora la
divinidad -concepción de otras religiones extrabíblicas-, sino el signo de la
presencia de Dios. Se comprende así que el gran templo sea el sitio "donde
se posa la planta de mis pies", ya que el mismo Señor supera la
capacidad del templo: su majestad sobresale de la Casa de Yahvé.
Tendrá, pues, un sentido de presencia, ya que en el templo
el Señor habitará para siempre en medio de su pueblo, en medio de los hijos de
Israel, creando un pueblo nuevo, y derramando un agua pura.
"...y la casa de
Israel, así como sus reyes, no mancharán más mi santo nombre con sus prostituciones
y con los cadáveres de sus reyes, poniendo su umbral junto a mi umbral y sus
jambas junto a mis jambas, con un muro común entre ellos y yo. Ellos mancharon
mi santo nombre con las prácticas abominables que cometieron; por eso los he
devorado en mi cólera. De ahora en adelante alejarán de mí sus prostituciones y
los cadáveres de sus reyes, y yo habitaré en medio de ellos para siempre"
(Ez 43, 7c-9).
El templo ha de ser un lugar enteramente santo y no manchado
por ninguna impureza; hasta ahora el palacio de David estaba ubicado en
contigüidad al templo (cfr. 1Re 7,8), siendo lugar de prostituciones y
prácticas abominables. Ezequiel, en plano político, relega el palacio a otro
barrio de Jerusalén y reserva exclusivamente para el templo la colina oriental
de la ciudad.
La idea de santidad es paralela a la gloria del Señor; si el
Señor es santo y se manifiesta en su gloria, el templo ha de ser lo más puro y
perfecto, sin contaminarse con las execraciones que se cometían en el palacio
contiguo. Es el templo el lugar de la santidad, majestad y gloria del Señor.
Por eso afirmará radicalmente el profeta: "éste es el fuero del templo:
En la cumbre del monte, todo el territorio es su ámbito es santísimo. Tal es el
fuero del templo" (Ez 43,12).
Separa el palacio del templo, lo profano
de lo sagrado, los cadáveres de la vida, es manifestar que Dios es el Señor de
la vida y que se está penetrando en el ámbito de lo sagrado[3]. Así se hará evidente la
presencia del Señor presente para siempre en medio de su pueblo. Jerusalén
recibirá entonces un nombre nuevo que señale su novedad: se llamará
Yhwh-sammah, es decir, "El Señor está allí"[4].
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