sábado, 10 de septiembre de 2022

La Gloria del Señor en Ez 43 (II)



La gloria de Yahvé entró en la Casa por el pórtico que mira a oriente. El espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior, y he aquí que la gloria de Yahvé llenaba la Casa (43, 4-5).

De nuevo aparece el concepto de oriente: es la misma puerta por la que la gloria del Señor salió en dirección a los desterrados y por la misma puerta vuelve a entrar. Es un auténtico retorno del Señor, un nuevo período de gracia y salvación. 



El templo es denominado Casa[1], nombre usado en las Escrituras para explicitar la propiedad personal del Señor, donde sólo Él habita y todo queda santificado por su presencia, como veremos más adelante en este pasaje.

Interesante la mención que hace Ezequiel del espíritu. Es el espíritu el que lo levanta y el que lo introduce en el atrio interior, porque todo auténtico profeta debe estar movido por el espíritu de Dios y no por sí mismo o sus intereses personales. Breve esbozo de pneumatología: es el Espíritu el que impulsa, el que permite ver a Dios, el que sitúa al hombre frente al Señor.

 
Igual que en otros textos de las Escrituras, se emplea un concepto muy preciso: la gloria del señor llenaba... Esto nos remite al concepto de kabod para los hagiógrafos; la gloria no es algo etéreo, sino que tiene volumen, todo lo llena ("los cielos y la tierra están llenos de tu gloria" Is 6,3), y por tanto nadie "cabe" a la vez que la gloria del Señor. Tiene una entidad en sí misma, puesto que es presencia personal del Señor. Así aparece en otros textos del A.T. "La nube cubrió entonces la tienda de la reunión y la gloria de Yahvé llenó la morada" (Ex 40,34-35), "la nube llenó la Casa de Yahvé y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yahvé llenaba la Casa de Yahvé" (1Re 8,10-11).

"Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde se posa la planta de mis pies. Aquí habitaré en medio de los hijos de Israel para siempre" (Ez 43,7a).

En la teología israelita estaba bien claro que el templo no podía, como tal, contener al Señor, puesto que Dios es infinito y todopoderoso, su majestad sobre el cielo y la tierra, y no podía ser albergado en una casa construida por hombre[2], ya que "¿los cielos y la tierra no los lleno yo? -oráculo de Yahvé-" (Jer 23,24b). Por esta razón, Ezequiel no presenta el templo como el lugar donde mora la divinidad -concepción de otras religiones extrabíblicas-, sino el signo de la presencia de Dios. Se comprende así que el gran templo sea el sitio "donde se posa la planta de mis pies", ya que el mismo Señor supera la capacidad del templo: su majestad sobresale de la Casa de Yahvé.

Tendrá, pues, un sentido de presencia, ya que en el templo el Señor habitará para siempre en medio de su pueblo, en medio de los hijos de Israel, creando un pueblo nuevo, y derramando un agua pura.

"...y la casa de Israel, así como sus reyes, no mancharán más mi santo nombre con sus prostituciones y con los cadáveres de sus reyes, poniendo su umbral junto a mi umbral y sus jambas junto a mis jambas, con un muro común entre ellos y yo. Ellos mancharon mi santo nombre con las prácticas abominables que cometieron; por eso los he devorado en mi cólera. De ahora en adelante alejarán de mí sus prostituciones y los cadáveres de sus reyes, y yo habitaré en medio de ellos para siempre" (Ez 43, 7c-9).


El templo ha de ser un lugar enteramente santo y no manchado por ninguna impureza; hasta ahora el palacio de David estaba ubicado en contigüidad al templo (cfr. 1Re 7,8), siendo lugar de prostituciones y prácticas abominables. Ezequiel, en plano político, relega el palacio a otro barrio de Jerusalén y reserva exclusivamente para el templo la colina oriental de la ciudad.

La idea de santidad es paralela a la gloria del Señor; si el Señor es santo y se manifiesta en su gloria, el templo ha de ser lo más puro y perfecto, sin contaminarse con las execraciones que se cometían en el palacio contiguo. Es el templo el lugar de la santidad, majestad y gloria del Señor. Por eso afirmará radicalmente el profeta: "éste es el fuero del templo: En la cumbre del monte, todo el territorio es su ámbito es santísimo. Tal es el fuero del templo" (Ez 43,12). 

Separa el palacio del templo, lo profano de lo sagrado, los cadáveres de la vida, es manifestar que Dios es el Señor de la vida y que se está penetrando en el ámbito de lo sagrado[3]. Así se hará evidente la presencia del Señor presente para siempre en medio de su pueblo. Jerusalén recibirá entonces un nombre nuevo que señale su novedad: se llamará Yhwh-sammah, es decir, "El Señor está allí"[4].



    [1] Puesto que en hebreo no existe una palabra específica para "templo"; se le suele llamar Casa, Palacio, Lugar...
    [2] Es el precioso sentido de la oración que eleva Salomón en 1Re 8,27ss al consagrar el Templo.
    [3] SHÖKEL-SICRE, op. cit., pág. 841.
    [4] Cfr. Ezequiel en NDTB, pág. 652.

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