La primera palabra con que
comienza el Símbolo es “Credo”, “creo”, que luego se desarrolla en una serie de
proposiciones y artículos. El Credo es el resumen, compendio y síntesis de
aquello que se profesa, de la fe.
Debemos poner en la base de nuestra concepción religiosa
y moral la necesidad de la fe: “El justo vivirá por su fe” (Rm 1,17); “sin la
fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6). Recordemos y aclaremos ideas sobre
el doble campo al que se refiere la fe: uno el campo objetivo, que mira a las
verdades que debemos creer, inmenso campo cuya síntesis es el Credo; un segundo
campo, el subjetivo, que mira a nuestro acto de adhesión a estas verdades, su
vivencia y la configuración cristiana de la vida toda.
“Será conveniente que todos volvamos a estudiar este tema fundamental, comenzando por afirmar con claridad la definición de la fe como un asentimiento intelectual a la palabra de Dios, determinado por la voluntad, movida por la gracia divina; un conocimiento singular, cierto y oscuro al mismo tiempo, cierto en sus motivos, oscuro todavía en su misterio contenido. “Ahora, escribe san Pablo, vemos por un espejo y oscuramente” (1Co 13,12); de tal modo que “la fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven” (Hb 11,1)” (Pablo VI, Catequesis, 1-agosto-1973).
La fe, siempre unida la obediencia, nace como una
respuesta libre y total, de toda la persona (en su inteligencia y en su
voluntad) a Dios que previamente se la ha acercado, ha salido a su encuentro,
se le ha revelado mostrándole la
Verdad, ofreciendo signos de credibilidad y el hombre –movida
su razón por la gracia- cree. El hombre acepta a Dios y aquello que Dios le
revela: “Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor
y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su
compañía” (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe. “Por la fe,
el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo
su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela”(CAT 143). Dios que es la Verdad, ni engaña ni se
engaña, y el hombre, recibiendo la
Verdad, sólo puede acogerla, porque eso es lo razonable, lo
que se ajusta a la estructura de su inteligencia y a la sed de su corazón. La
fe y la inteligencia, la razón, se unen en la búsqueda y conocimiento de su
objeto propio: conocer y amar la
Verdad.
“La fe y la razón –escribía Juan Pablo II- son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo” (Fides et ratio, 1).
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