Hay escuelas difíciles por las que hay que pasar, y cuyas enseñanzas poseen valor incalculable. Al fin y al cabo, siempre somos discípulos del verdadero Maestro.
Las mejores lecciones nos la da Aquel que murió en la Cruz y resucitó; de hecho, su cátedra es la Cruz, la cátedra más sabia y elocuente. En ella se aprenden lecciones sublimes, se adquiere una ciencia divina, se alcanza una sabiduría superior, crecen las virtudes bien arraigadas.
Las situaciones de cruz en la propia vida son las que permiten madurar realmente, forjar la personalidad cristiana y que aquello que sólo sabíamos de oídas, y repetíamos sin mucha convicción, pasen a ser incorporadas a nuestro ser. De hablar de memoria de cosas que sólo hemos oído, pasamos a la experiencia que nos llevará a hablar con fundamento, a dar un testimonio vivo.
"Con la gracia de Dios acogida y vivida en la vida de cada día, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento puede llegar a ser escuela de esperanza. En verdad, como afirmé en la encíclica Spe Salvi, "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito" (n. 37)" (Benedicto XVI, Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22-noviembre-2009).
Sólo el que conoce la cruz sabe, y el que no, no sabe nada. ¡Como para no pensárselo!
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