miércoles, 11 de marzo de 2020

La envidia (predicación de S. Basilio - I)

Como la conciencia siempre necesita luz para formarse, y vencer así la tiniebla de la ignorancia, edificando en el bien, conozcamos el pecado de envidia.

De este modo, sabiendo cómo es este pecado capital, sus raíces y sus ramas, podremos discernirla mejor y, en su caso, extirparla de nosotros con la gracia durante el tiempo cuaresmal.


San Basilio Magno dedicó un sermón amplio sobre la envidia y será su palabra la que nos enseñe, para acostumbrarnos, de paso, a ser formados por la Tradición de los Padres.



            "n. 1. Dios es bueno y procura sus bienes a quien los merece; el diablo es malo y es autor de toda maldad. Y como al bueno sigue la buena disposición, así al diablo le acompaña la malicia. Guardémonos, pues, hermanos, del mal de la envidia; no seamos partícipes de las obras del adversario y nos encontremos sentenciados a la misma condena, pues si el soberbio cae en la condena del diablo, ¿cómo escapará el envidioso al castigo preparado por el demonio?

            Ningún vicio tan funesto brota en las almas de los hombres como la envidia, que, sin afligir apenas a los de afuera, es el mal principal y característico de quien lo posee. Pues, lo mismo que la herrumbre corroe al hierro, así la envidia al alma que la posee; y, aún más, como las serpientes que, según cuentan, devoran el vientre materno que las engendró, así también la envidia provoca que se consuma el alma que la produce, porque la envidia es pesar por el éxito del prójimo.


            Por eso, las penas y las congojas nunca abandonan al envidioso. ¿Produjo mucho el campo del vecino? ¿Abunda su casa en todo lo necesario para vivir? ¿No abandonan al hombre las satisfacciones? Todo eso es alimento de este mal y aumento del dolor del envidioso. De manera que éste en nada difiere de un hombre desnudo al que todo hiere. ¿Alguien es valiente? ¿Goza de buena salud? Eso hiere al envidioso. ¿Otro es más agraciado? Otra herida para el envidioso. ¿Sobresale alguno entre muchos por las cualidades de su alma? ¿Es admirado y emulado por su prudencia y el poder de sus palabras? ¿Otro es rico y se afana espléndidamente en la benevolencia y la contribución hacia los necesitados, y es muy elogiado por los beneficiados? Todas estas cosas son llagas y golpes que le hieren en medio del corazón.

           Y lo terrible de esta enfermedad es que no puede manifestarse, sino que anda con la cabeza baja, es muda, está confundida, se lamenta y perece por este mal. Si se le pregunta por su padecimiento, se avergüenza de hacer pública su desgracia: “Soy envidioso y cruel, me consumen los bienes de mi amigo, lamento la alegría de mi hermano y no tolero la vista de los bienes ajenos, sino que considero una desgracia la prosperidad del prójimo”. Esto diría si quisiera decir la verdad, pero nada de esto quiere pronunciar y oculta en su interior el mal que abrasa y devora sus entrañas".

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