lunes, 23 de marzo de 2020

La envidia (Predicación de S. Basilio - IV)

Huir de la envidia es el mejor método para no caer en ella, y, por tanto, llenarnos de una caridad sobrenatural, cuya fuente es Dios.

La envidia debe corregirse con la caridad y también con el discernimiento, el pensamiento frío, que valora lo de los demás y se alegra, sabiendo también reconocer lo propio y estar agradecido por los bienes que uno ya posee.


Desaparecerá la envidia si en vez de anhelar y desear los bienes pasajeros y mundanos que vemos en los demás, elevamos la mirada y solamente deseamos los bienes eternos, los que de verdad valen, porque todo lo demás es absolutamente efímero: dinero, gloria, fama, poder... ¡Cuántos lo tenían todo y han caído después! ¿Vamos a envidiar algo tan mudable, que pasa tan pronto?



            "n. 5 ¡Huyamos de tan intolerable mal! Es enseñanza de la serpiente, invención del demonio, siembra del enemigo, garantía de castigo, obstáculo de piedad, camino del infierno y privación del Reino. En efecto, los envidiosos son reconocidos claramente por su propio rostro. Tienen los ojos secos y lánguidos, el rostro sombrío, el ceño fruncido, su alma turbada por la pasión, puesto que no tiene un juicio acertado de la verdad de las cosas. Para ellos no hay acción que daba ser alabada por su virtud; ni la elocuencia, aunque esté adornada con solemnidad y gracia, ni ninguna otra cosa de las que se alaban y admiran…

            Son terribles en hacer menos con sus desprecios lo que debe ser alabado, y en denigrar la virtud a partir del vicio próximo a ella. Llaman osado al valiente e insensible al prudente, cruel al justo, malicioso al sabio, y al magnánimo le tachan de vulgar y al liberal de derrochador; al frugal, por el contrario, de tacaño. En resumen, cualquier virtud tiene para ellos cambiado su nombre en el del vicio opuesto…


            ¿Entonces? ¿Cómo podremos no padecer la enfermedad desde un principio, o cómo podremos escapar de ella una vez contraída? Primero, si no tenemos por grande ni por extraordinaria ninguna cosa humana: ni la abundancia de recursos, ni la gloria pasajera, ni el vigor del cuerpo, puesto que no limitamos nuestro bien a las cosas pasajeras, sino que estamos llamados a participar de los bienes eternos y verdaderos. De modo que de ninguna manera ha de ser envidiable el rico por su riqueza, ni el gobernante por el esplendor de su dignidad, ni el fuerte por el vigor de su cuerpo, ni el sabio por su facilidad de palabra…
 
           En resumen, si elevas tu pensamiento sobre las cosas humanas y miras hacia lo verdaderamente noble y loable, estarás lejos de considerar envidiables y deseables las cosas perecederas y terrenas. Al que es así y no se impresiona por los honores mundanos, difícilmente le sobrevendrá la envidia; pero si anhelas la gloria de cualquier manera y pretendes sobresalir entre todos y por ello no soportas estar en segundo plano (pues también esto es ocasión de envidia), cambia tu ambición, como un torrente, hacia la adquisición de la virtud.

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