Dos ejemplos de las Escrituras nos ilustran bien, según predica S. Basilio, sobre la envidia. Por una parte, lo sucedido al predilecto de Jacob, su hijo José, y la envidia de sus hermanos. Por otra parte, la envidia que se vuelca sobre el mismo Cristo.
Las descripciones y análisis que hace san Basilio son agudos, perspicaces, desenmascarando la envidia, siempre disfrazada de justicia, siempre hipócrita, reticente al bien.
En la medida de lo posible, hemos de preservarnos apartándonos del envidioso, pues éste envidiará siempre a los cercanos y, probablemente, a los que está unidos por razón de amistad o familiaridad.
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4. ¿Qué hizo esclavo al generoso José? ¿No fue la envidia de sus hermanos? En
este caso es digna de admirar la sinrazón de este mal, pues, por temor al
resultado de sus sueños, hicieron esclavo a su hermano, como si un esclavo
nunca pudiera llegar a ser respetado. Sin embargo, si sus sueños eran
verdaderos, ¿qué artificio impediría que sucediera completamente lo predicho? Y
si eran falsas las visiones de sus sueños, ¿en concepto de qué envidiáis al que
se equivoca? Mas lo cierto es que, por disposición de Dios, su argucia se
volvió contra ellos, pues a través de los mismos medios con que creyeron
impedir la predicción, prepararon claramente el camino de su cumplimiento.
En
efecto, si no hubiera sido vendido, no habría ido a Egipto, ni habría sido
acosado debido a su virtud por los deseos de una mujer intemperante, ni habría
sido metido en la cárcel, ni se habría hecho amigo de los criados del faraón,
ni habría interpretado sus sueños, gracias a lo cual recibió el gobierno de
Egipto y fue reverenciado por sus propios hermanos, que acudieron a él debido a
la carencia de trigo.
Traslada
tu pensamiento al caso de la mayor envidia, consistente en cosas de grandísima
importancia: la que tuvo lugar contra el Salvador por la locura de los judíos.
¿Por qué era envidiado? Por los milagros. Y ¿qué hechos milagrosos eran esos?
La salvación de los que la requerían; alimentaba a los hambrientos y el que los
alimentaba era hostilizado; resucitaba a los muertos, y el que daba la vida era
envidado, expulsaba a los demonios, y el que mandaba en ellos era acechado; los
leprosos quedaban limpios, los cojos caminaban, los sordos oían, los ciegos
recuperaban la vista, y el Bienhechor era ahuyentado. Finalmente, entregaron a
la muerte al que prodigaba la vida, azotaron al libertador de los hombres y
condenaron al Juez del universo.
Hasta
tal grado lo impregnó todo el mal de la envidia. Y con esta sola arma,
comenzando desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos, el diablo,
destructor de nuestra vida, el que goza con nuestra perdición, el que cayó por
la envidia, a todos nos hiere y abate, precipitándonos con él por el mismo mal.
Sabio era, en verdad, el que no permitía ni comer con un envidioso,
refiriéndose con el trato en la comida a cualquier relación en general en la
vida; porque del mismo modo que hemos de cuidar de colocar la materia
combustible lo más lejos posible del fuego, así también es necesario, en la
medida que podamos, sustraer la amistad de la compañía de los envidiosos,
situándonos fuera del alcance de la envidia.
En
efecto, no es posible caer en las redes de la envidia de otra forma, si no es
aproximándonos a ella por medio de la familiaridad, ya que según el proverbio
de Salomón: La envidia le llega al hombre
de su compañero. Y así es ciertamente. No envidia el escita al egipcio,
sino cada uno a su compatriota, y, entre sus compatriotas, no envidia a los que
no conoce, sino a los que más trata, y entre los que más trata, a sus vecinos,
a sus colegas y a los que de alguna manera conviven con él. Y, a su vez, entre
éstos, a los de su edad, a sus parientes y hermanos. En una palabra, como el
añublo es enfermedad propia del trigo, así la envidia es enfermedad de la
amistad…
Así,
lo mismo que las saetas lanzadas con fuerza, cuando dan contra algo sólido y
rígido, rebotan contra el que las arrojó, así también los impulsos de la
envidia no hieren al envidiado, sino que originan heridas para el propio
envidioso. Pues, ¿quién por afligirse disminuyó en algo los bienes del
prójimo?..."
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