miércoles, 4 de marzo de 2020

"Gloria a Dios en el cielo" - y IV (Respuestas - X)



El himno, entonces, cobra otro aire, coge un nuevo giro: de las alabanzas a Cristo, enumerando los títulos cristológicos, se pasa a la súplica, a la petición.

            En los himnos clásicos latinos es un proceso habitual; primero un cuerpo amplio de alabanza, después unas súplicas y terminan con una doxología o alabanza a la Trinidad.



            Por ejemplo, el himno latino para Laudes de la I semana del Salterio “Splendor Paternae gloriae” comienza alabando e invocando:

Resplandor de la gloria del Padre,
y Destello de su Luz,
Luz de Luz y Fuente de toda Luz,
Día que iluminas el día.

            De ahí, de la alabanza, torna a súplica confiada:

Que informe nuestros actos decididos,
quiebre el dardo del maligno,
nos secunde en la adversidad,
y con su gracia nos asista.

Que gobierne y dirija nuestras almas,
guardando el cuerpo puro y dócil;
que preservándola del engañoso veneno,
avive con ímpetu nuestra fe.

Siendo Cristo nuestro alimento,
y nuestra bebida la fe,
libemos con gozo la sobria
efusión del Espíritu.


            Concluye con una doxología trinitaria:

Y mientras la aurora prosigue su curso,
que emerja Aquel que es todo Aurora,
todo el Hijo en el Padre,
y en el Verbo, el Padre todo.

Gloria al Padre ingénito,
gloria al Unigénito,
junto con el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

            En este caso, en el himno “Gloria in excelsis”, la súplica se formula o casi se repite por tres veces: “Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros”.

            A Cristo Jesús se dirige la Iglesia, contemplándolo glorioso, como Señor de todo, sentado a la derecha del Padre y glorificado por su santa Ascensión. Él es el Señor, el Redentor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Mediador único, el Pontífice. A Él acudimos suplicando que “tenga piedad de nosotros” y que “atienda nuestra súplica”, súplica en singular y no “súplicas”, porque una y única es la petición que ahora elevamos: ¡que tenga piedad! Débiles y pecadores, toda nuestra esperanza estriba en su gran misericordia. ¡Ten piedad!

            Por último, el himno se eleva hacia la glorificación de Dios, la doxología.

            Es un final vibrante, denso, solemne; una alabanza a Dios y confesión de fe en la Santísima Trinidad. Lo que se canta merece ser considerado: “Porque sólo tú eres Santo, sólo tú, Señor, sólo tú, altísimo, Jesucristo”.

            Jesucristo es el Santo de Dios (cf. Lc 4,34), realmente el tres veces Santo por su naturaleza divina. ¡Sólo tú eres Santo! Todos los demás son santos o serán santos no por sus capacidades naturales, no por sí mismos sin el auxilio de la gracia, no por sus solos méritos, sino porque participan de la santidad de Jesucristo, han recibido la santidad como don de Jesucristo, la reflejan como una epifanía, la transparentan. La santidad es siempre santidad participada de Jesucristo por gracia. Por eso ningún santo agota en sí toda la santidad, sino que cada uno refleja y plasma en su vida y se configura con un aspecto del Misterio insondable de Jesucristo. El único Santo es Jesucristo.

            “¡Altísimo!”, porque reina como Señor de cielo y tierra (cf. Sal 96), como Juez de vivos y muertos. Ha sido exaltado y glorificado por el Padre.

            “Con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén”. La santa Trinidad es glorificada por los labios de la Iglesia: Dios, uno y trino; Dios, tres Personas distintas de idéntica naturaleza e iguales en dignidad, alabada por siempre.

            Alabanza, súplica y confesión de fe: son los tres aspectos preciosos de este antiguo y venerable himno. Se entiende que su letra sea invariable, que no admita paráfrasis, adaptaciones o recrearlo, ni mucho menos sustituirlo por otro canto que recuerde remotamente al Gloria.

            Se entiende, asimismo, que por ser un himno tan solemne y festivo, su texto pida ser cantado, y debe ser mucho más habitual su canto en nuestra liturgia dominical y no el mero recitado.

            Para terminar, bien pueden iluminar este himno Gloria in excelsis las oraciones post-gloriam del rito hispano. Equivalentes a la oración colecta de la Misa romana, sin embargo en el rito hispano suelen glosar alguna frase del Gloria haciendo eco de lo cantado antes.

Oh Dios, tú quisiste anunciar la llegada de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, por medio de los coros celestiales ,
y por el pregón de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”,
manifestarlo a quienes lo aclamaban;
concédenos que, en esta celebración de la resurrección del Señor,
se incremente la paz devuelta a la tierra
y se mantenga el amor de la caridad fraterna.
R/. Amén. (Dom. I de Adviento)

Para ti entonamos cantos de gloria, Señor Dios nuestro,
y pedimos la acción de tu poder,
para que así como te has dignado
morir por nosotros, pecadores,
y al tercer día de tu glorificación
te apareciste en la grandeza de la resurrección,
también nosotros, liberados por ti,
merezcamos poseer el gozo eterno,
como nos precedió el ejemplo de la verdadera Resurrección.
R/. Amén. (Dom. Octava de Pascua).

Tú eres nuestra gloria, Dios nuestro,
aclamado y cantado sin interrupción
por los ángeles en el cielo,
mientras aquí eres celebrado solemne y sinceramente;
concédenos, por tu inmensa bondad,
vernos libres de todo mal y poder proclamar siempre tus alabanzas.
R/. Amén. (Dom. I de Cotidiano).

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