El himno, entonces, cobra otro
aire, coge un nuevo giro: de las alabanzas a Cristo, enumerando los títulos
cristológicos, se pasa a la súplica, a la petición.
En
los himnos clásicos latinos es un proceso habitual; primero un cuerpo amplio de
alabanza, después unas súplicas y terminan con una doxología o alabanza a la Trinidad.
Por
ejemplo, el himno latino para Laudes de la
I semana del Salterio “Splendor Paternae gloriae” comienza
alabando e invocando:
Resplandor de la gloria del
Padre,
y Destello de su Luz,
Luz de Luz y Fuente de toda Luz,
Día que iluminas el día.
y Destello de su Luz,
Luz de Luz y Fuente de toda Luz,
Día que iluminas el día.
De
ahí, de la alabanza, torna a súplica confiada:
Que informe nuestros actos
decididos,
quiebre el dardo del maligno,
nos secunde en la adversidad,
y con su gracia nos asista.
quiebre el dardo del maligno,
nos secunde en la adversidad,
y con su gracia nos asista.
Que gobierne y dirija nuestras
almas,
guardando el cuerpo puro y dócil;
que preservándola del engañoso veneno,
avive con ímpetu nuestra fe.
guardando el cuerpo puro y dócil;
que preservándola del engañoso veneno,
avive con ímpetu nuestra fe.
Siendo Cristo nuestro alimento,
y nuestra bebida la fe,
libemos con gozo la sobria
efusión del Espíritu.
y nuestra bebida la fe,
libemos con gozo la sobria
efusión del Espíritu.
Concluye
con una doxología trinitaria:
Y mientras la aurora prosigue su
curso,
que emerja Aquel que es todo Aurora,
todo el Hijo en el Padre,
y en el Verbo, el Padre todo.
que emerja Aquel que es todo Aurora,
todo el Hijo en el Padre,
y en el Verbo, el Padre todo.
Gloria al Padre ingénito,
gloria al Unigénito,
junto con el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
junto con el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
En
este caso, en el himno “Gloria in excelsis”, la súplica se formula o casi se
repite por tres veces: “Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de
nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica. Tú que
estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros”.
A
Cristo Jesús se dirige la
Iglesia, contemplándolo glorioso, como Señor de todo, sentado
a la derecha del Padre y glorificado por su santa Ascensión. Él es el Señor, el
Redentor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Mediador único, el Pontífice. A Él
acudimos suplicando que “tenga piedad de nosotros” y que “atienda nuestra
súplica”, súplica en singular y no “súplicas”, porque una y única es la petición
que ahora elevamos: ¡que tenga piedad! Débiles y pecadores, toda nuestra
esperanza estriba en su gran misericordia. ¡Ten piedad!
Por
último, el himno se eleva hacia la glorificación de Dios, la doxología.
Es
un final vibrante, denso, solemne; una alabanza a Dios y confesión de fe en la Santísima Trinidad.
Lo que se canta merece ser considerado: “Porque sólo tú eres Santo, sólo tú,
Señor, sólo tú, altísimo, Jesucristo”.
Jesucristo
es el Santo de Dios (cf. Lc 4,34), realmente el tres veces Santo por su
naturaleza divina. ¡Sólo tú eres Santo! Todos los demás son santos o serán
santos no por sus capacidades naturales, no por sí mismos sin el auxilio de la
gracia, no por sus solos méritos, sino porque participan de la santidad de
Jesucristo, han recibido la santidad como don de Jesucristo, la reflejan como
una epifanía, la transparentan. La santidad es siempre santidad participada de
Jesucristo por gracia. Por eso ningún santo agota en sí toda la santidad, sino
que cada uno refleja y plasma en su vida y se configura con un aspecto del
Misterio insondable de Jesucristo. El único Santo es Jesucristo.
“¡Altísimo!”,
porque reina como Señor de cielo y tierra (cf. Sal 96), como Juez de vivos y
muertos. Ha sido exaltado y glorificado por el Padre.
“Con
el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén”. La santa Trinidad es
glorificada por los labios de la
Iglesia: Dios, uno y trino; Dios, tres Personas distintas de
idéntica naturaleza e iguales en dignidad, alabada por siempre.
Alabanza,
súplica y confesión de fe: son los tres aspectos preciosos de este antiguo y
venerable himno. Se entiende que su letra sea invariable, que no admita
paráfrasis, adaptaciones o recrearlo, ni mucho menos sustituirlo por otro canto
que recuerde remotamente al Gloria.
Se
entiende, asimismo, que por ser un himno tan solemne y festivo, su texto pida
ser cantado, y debe ser mucho más habitual su canto en nuestra liturgia
dominical y no el mero recitado.
Para
terminar, bien pueden iluminar este himno Gloria in excelsis las oraciones
post-gloriam del rito hispano. Equivalentes a la oración colecta de la Misa romana, sin embargo en
el rito hispano suelen glosar alguna frase del Gloria haciendo eco de lo
cantado antes.
Oh Dios, tú quisiste anunciar la llegada de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, por medio de los coros celestiales ,
y por el pregón de los ángeles: “Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”,
manifestarlo a quienes lo aclamaban;
concédenos que, en esta celebración de la resurrección del Señor,
se incremente la paz devuelta a la tierra
y se mantenga el amor de la caridad fraterna.
R/. Amén. (Dom. I de Adviento)
Para ti entonamos cantos de gloria, Señor
Dios nuestro,
y pedimos la acción de tu poder,
para que así como te has dignado
morir por nosotros, pecadores,
y al tercer día de tu glorificación
te apareciste en la grandeza de la
resurrección,
también nosotros, liberados por ti,
merezcamos poseer el gozo eterno,
como nos precedió el ejemplo de la verdadera
Resurrección.
R/. Amén. (Dom. Octava de Pascua).
Tú
eres nuestra gloria, Dios nuestro,
aclamado y cantado sin interrupción
por los ángeles en el cielo,
mientras aquí eres celebrado solemne y sinceramente;
concédenos, por tu inmensa bondad,
vernos libres de todo mal y poder proclamar siempre tus alabanzas.
R/. Amén. (Dom. I de Cotidiano).
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