miércoles, 2 de julio de 2014

La construcción de la ciudad (política y oración)

La vocación apostólica del laicado en el mundo es la construcción de la ciudad secular según el diseño de la Ciudad de Dios; es ordenar las realidades temporales según el Espíritu de Cristo y por tanto transformar las realidades sociales en una cultura de la vida.

Lo propio del laicado es el mundo y el orden civil, social y político, para aportar según Cristo construyendo según los patrones de lo bueno, lo verdadero y lo bello. Sostenido, respaldado y enviado por la Iglesia, el laicado católico tiene una vocación grande, la de buscar el bien común de la ciudad sin plegarse a la cultura secularizada, sino inyectando vida verdadera en todo.

"La promoción y la defensa de la dignidad y de los derechos de la persona humana, hoy más urgente que nunca, exige la valentía de personas animadas por la fe, capaces de un amor gratuito y lleno de compasión, respetuosas de la verdad sobre el hombre, creado a imagen de Dios y destinado a crecer hasta llegar a la plenitud de Cristo Jesús (cf. Ef 4, 13). No os desaniméis ante la complejidad de las situaciones. Buscad en la oración la fuente de toda fuerza apostólica; hallad en el Evangelio la luz que guíe vuestros pasos" (Juan Pablo II, Disc. al Congreso sobre el apostolado laical, 25-noviembre-2000).

De modo particular y más directo, movidos por la identidad católica y llenos de fe, los políticos, parlamentarios y gobernantes reciben un mandato del mismo Cristo para desarrollar su vocación política y pública en consonancia con la fe, sin compartimentos estancos o reduciendo la fe a lo privado. 

"Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo. Si esta última nos hace conscientes del carácter relativo de la historia, no nos exime en ningún modo del deber de construirla. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: « El mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción el mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber »" (Juan Pablo II, Carta Novo millennio ineunte, 52).

Ofrecen así un testimonio válido, una palabra autorizada, una búsqueda real del Bien común:

"La Iglesia siente gran estima por la misión confiada a los políticos y a los gobernantes; por eso, no se cansa de recordar la dimensión fundamental del servicio, que debe distinguir la actividad de los representantes del pueblo y de toda autoridad pública.

En particular, la Iglesia recuerda esa dimensión a los creyentes, a quienes la fe presenta la actividad política como una vocación. Por lo demás, toda persona recta encuentra en los dictámenes de la ley natural, que resuenan en su conciencia, la orientación para las opciones que le exige la función que se le ha confiado" (Juan Pablo II, Disc. en la clausura del jubileo de los políticos y gobernantes, 5-noviembre-2000).

Los católicos que ejercen de manera directa tareas políticas, gubernamentales o legislativas, deben hacerlo responsablemente, buscando el Bien común, "no buscando la propia utilidad, ni la de su propio grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno y, por lo tanto, y en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad" (Juan Pablo II, Disc. en el jubileo de los políticos y gobernantes, 4-noviembre-2000).

Nosotros somos ciudadanos del cielo, pero no nos desentendemos ni de la tierra ni del orden temporal, sino que trabajamos la materia del mundo en Cristo, dándole la forma de Cristo, como corresponde a la verdad de la naturaleza creada. Todos, de una manera u otra, construimos la ciudad terrena.

Para no ser llevados adonde no queremos ir, arrastrados por la secularización y en lugar de transformar el mundo, ser transformados según la mentalidad del mundo, no cabe duda de la necesidad de una vida muy fuerte y seria de oración y contemplación, de contacto con el Señor:

"Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino « cristianos con riesgo »" (Juan Pablo II, NMI, 34).

Una reflexión muy sugerente, interpelante, nos la puede ofrece Jean Danielou. La oración y la contemplación no aislan, sino robustecen, concretan y envían a algo, a una misión; es la fuerza para asumir un reto y un compromiso, es un envío. La oración y la contemplación refuerzan la unión con Cristo y la identidad como católicos para salir al mundo e insertarse en las realidades temporales.

"A medida que el compromiso temporal adquiere más cabida en la vida de los cristianos, es preciso que el testimonio de la contemplación le prsente su contrapeso. A través de los cambios de la civilización de hoy se expresa una búsqueda oscura de un perfeccionamiento total del hombre. Pero este perfeccionamiento no puede verificarse al nivel de una civilización puramente material, ni siquiera de una sociedad humana fraternal. En última instancia se trata de una búsqueda de Dios, cual se da en el corazón de la crisis actual del mundo. Se trata pues de hacer presente en medio de la civilización técnica de la dimensión de la trascendencia fuera de la cual no hay humanismo posible.

Este fenómeno es cierto incluso al nivel de la construcción de la ciudad. Puesto que si la adoración no se halla representada en el seno de ésta, si se construye fuera de Dios, no será solamente un ciudad arreligiosa, sino también una ciudad inhumana. Y precisamente porque el hombre de hoy tiende a bastarse a sí mismo, por ello la adoración se convierte en el más urgente de los combates. Una ciudad donde los hombres mueren de hambre o se hallan sin abrigo es una ciudad inhumana; una ciudad donde no está presente la plegaria como una lumbre escondida es asimismo una ciudad inhumana.

Pero en este combate por la oración, los hombres necesitan disponer de instrumentos... Y la plegaria no es lujo de algunos privilegiados, sino una necesidad vital para todos" (J. DANIELOU, La Trinidad y el misterio de la existencia, Madrid 1969, pp. 7-8).

1 comentario:

  1. “Lo propio del laicado es el mundo y el orden civil, social y político”. “Sostenido, respaldado y enviado por la Iglesia”; “inyectando vida verdadera en todo”. Este es el reto y un reto muy difícil. No estaba descaminado el Papa al pedirnos que no nos desanimásemos ante la complejidad de las situaciones porque éstas pueden ser realmente muy complejas, somos pocos y, a veces, estamos muy cansados e, incluso, confusos.

    Sí, es absolutamente necesaria una vida seria de oración y contemplación ¡Qué bien lo expresa Danielou!: "Pero este perfeccionamiento no puede verificarse al nivel de una civilización puramente material, ni siquiera de una sociedad humana fraternal… la adoración se convierte en el más urgente de los combates Y la plegaria no es lujo de algunos privilegiados, sino una necesidad vital para todos"

    Apelaba el Papa a la ley natural pero por desgracia ya casi nadie acepta que exista tal ley y. por ello, no son capaces de oírla. Llamaba también a la búsqueda no partidista del bien común. La legislación española sustituyó en un determinado momento bien común por intereses generales; este cambio no era inocente. Mientras se siga identificando democracia con partitocracia, esta llamada del Papa ha de caer por fuerza en saco roto. Los partidos ya no se rigen casi nada por ideologías que perdieron su .fuerza a lo largo del siglo XX, ahora se rigen por intereses y han de apoyarse en las bambalinas que montan para conseguir votos y mantenerse en el poder, salvada alguna rarísima excepción.

    “Al romper el día nos apalabraste. Cuidamos tu viña del alba a la tarde” (del Himno de Vísperas)

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