Cuando Cristo dice: "Vosotros sois la luz del mundo", y el Apóstol señala que los cristianos son estrellas en el firmamento: "Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en resplandor" (1Co 15,41), vemos estas palabras cumplidas sobradamente en los santos, en cada santo, en su existencia particular, concreta, histórica.
Los santos son luz en el mundo, lámparas en la ciudad, estrellas que no producen una luz propia sino que reverberan la luz que reciben de Jesucristo, Sol de justicia. Así se erigen como luz para nosotros, brillando en la noche del mundo, para que nuestros pasos se encaminan siempre hacia Cristo. Son luz para entender las Escrituras, pues ellos son una plasmación de la Palabra misma; son luz para señalar caminos nuevos de santidad, de comunión y de misión en cada época y generación.
"Todo cristiano, a su modo, puede y debe ser testigo del Señor resucitado. Al repasar los nombres de los santos podemos constatar que han sido, y siguen siendo, ante todo hombres sencillos, hombres de los que emanaba, y emana, una luz resplandeciente capaz de llevar a Cristo" (Benedicto XVI, Hom. en la toma de posesión de la cátedra de Letrán, 7-mayo-2005).
Un santo es una persona transfigurada: refleja algo nuevo, superior y distinto; refleja al Señor. El contacto con ellos es una pura transparencia de Cristo en su voz, en su sonrisa, en su gesto y, sobre todo, en su mirada.
Cada santo, por tanto, es algo más, contiene un misterio en su persona: ellos son el rostro de la Iglesia, santa y joven, embellecida para Cristo.
La mejor muestra de la potencialidad de la Iglesia, de su tesoro de vida, de su capacidad para elevar lo humano, es el rostro de un santo.
Las presentaciones de tipo sociológico de la Iglesia, o voluntarista con el influjo de las ideologías, es insuficiente y parcial. Para ver lo que es la Iglesia y su misterio, su maternidad engendrando hombres nuevos, lo mejor es mirar a los santos. Cada uno de ellos es una "encarnación", una concreción del Misterio de la Iglesia, una imagen, un icono, un verdadero rostro de Iglesia.
"El verdadero rostro de la Iglesia [son] los numerosos santos" (Benedicto XVI, Disc. en la vigilia de los jóvenes, Colonia-Alemania, 20-agosto-2005).
“El verdadero rostro de la Iglesia [son] los numerosos santos". Los santos son estrellas brillantes y ardientes que encienden el corazón. Podemos orar con la vida de los santos porque son los verdaderos discípulos de Jesucristo que pusieron en práctica el Evangelio a pesar de problemas, dificultades, tentaciones y pecados. ¿Cómo alcanzaron la santidad? Al leer su vida (no idealizada) y sus obras (si las escribieron) llegamos a conocerlos.
ResponderEliminarSuelo llegar al templo un cuarto de hora antes de que comience la Santa Misa. Hoy, no había terminado la anterior cuando he llegado y he oído que el párroco, que debe tener cerca de 90 años, rezaba por la santidad de todos los que estábamos en el templo. A mí, que estaba esperando para confesarme, se me ha puesto la carne de gallina Sólo hay un camino para ir al cielo, el que tomaron los santos.
Antiguamente, las familias católicas se reunían, después de la cena, rezaban juntos y leían algunas páginas de las vidas de los santos, del Catecismo o del Evangelio. Ahora, las familias católicas ven la televisión o las televisiones. Mi amigo fraile siempre interpela a los católicos que pagan por dejarse envenenar a sí mismos y a sus familias. San Antonio María Claret, citando a san Lucas, se quejaba ante la inercia y flojera de los católicos: “… que sean más solícitos los hijos de las tinieblas en hacer circular sus pestíferos errores escritos que los hijos de la luz en hacer correr los escritos saludables”.
Debemos destruir la imagen falsa que se ofrece de los santos como seres enfermos, raros, tristes. Una anécdota del Padre Pío: un joven médico le dijo -Yo no creo en los estigmas; le han salido porque usted pensaba con demasiada fijación en las llagas de Cristo-. Y el santo le contestó con esa punta suya de malicia y buen humor: -¡Claro, hijo mío!: piensa fijamente en un buey y verás que te saldrán los cuernos-.
Cristo Jesús, tú que trajiste fuego a la entraña de la tierra, guarda encendida nuestra lámpara hasta la aurora de tu vuelta. Amén (de II Vísperas)
Julia María:
EliminarSimpática y elocuente la anécdota de San Pío.
Creo que le estará gustando esta larguísima serie de "Palabras sobre la santidad". Hay más de cien. Pretenden mostrar la santidad cristiana desde todos los ángulos posibles.
Saludos.