La
liturgia es una acción sagrada, un drama sagrado, con una continua interacción
entre el sacerdote y los fieles, de manera que éstos no son pasivos y mudos
espectadores, que miran de lejos lo que un sacerdote hace en el altar y reza en
silencio, aguardando a que todo acabe.
“La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores” (SC 48).
Desde
el principio, la acción litúrgica se configura con un constante diálogo entre
el sacerdote y los fieles, o entre el diácono y los fieles, que responden, que
aclaman o que rezan juntos en alta voz. Es una acción común en la que todos los
fieles toman parte participando así con sus respuestas, su asentimiento o su
plegaria con una sola voz y un solo corazón. No hay que minusvalorar esta forma
de participación, antes bien, resulta el modo adecuado de implicarse en la
acción litúrgica.
Otras partes muy útiles para
manifestar y favorecer la participación activa de los fieles, y que se
encomiendan a toda la asamblea convocada, son principalmente el acto
penitencial, la profesión de fe, la oración universal y la Oración del Señor”
(IGMR 35-36).
Ha
de contestarse y rezar juntos buscando no apresurarse o retrasar a los demás,
llevando un ritmo conjunto, con un tono de voz normal (ni muy alto ni muy bajo),
conscientes de lo que se recita. Así el diálogo y las respuestas son
constantes: “Amén”, “Y con tu espíritu”, “Yo confieso…”, “Te alabamos, Señor”,
“Gloria a ti, Señor Jesús”, “Creo en un solo Dios…”, “Te rogamos, óyenos”,
“Bendito seas por siempre, Señor”, “El Señor reciba de tus manos este
sacrificio…” Eso en el rito romano.
Pero si acudimos, por ejemplo, a nuestro
rito hispano-mozárabe, las intervenciones y respuestas son más abundante en
número (más de treinta veces se responde “Amén”): “Y con tu espíritu”, “Demos
gracias a Dios”, “Hagios, Hagios, Hagios, Kyrie o Theos”, “Concédelo, Dios
eterno y todopoderoso”, “Lo ofrecen por sí mismos y por la Iglesia universal”,
“Y de todos los mártires”, “Y de todos los confesores”, “Y con los hombres de
buena voluntad”, “A Dios que es nuestra alegría”, “Toda nuestra atención hacia
el Señor”…
Los
fieles participan en la medida en que se integran en la acción litúrgica y
contestan al sacerdote y al diácono, rezan juntos, aclaman a Cristo. Participar
es esta interacción, ese diálogo constante, esa plegaria en común: todos los
fieles, juntos y a la vez.
A
veces se minusvalora tanto esa participación orante y dialogal de todos los
fieles, que se piensa que los fieles participan sólo cuando alguno interviene.
Por ejemplo, cuando se oye decir que “van a participar en la oración de los
fieles”, se suele estar diciendo más bien, no que los fieles van a orar ya que
esa es la participación (respondiendo “Te rogamos óyenos” o cantando otra
respuesta como “Kyrie eleison”), sino que cada intención la va a leer una
persona distinta, convirtiendo este momento orante en un movimiento de personas
y micrófono, pensando que eso es participar en la oración de los fieles. ¿Pero
no hemos quedado en que son los fieles todos los que oran y así participan?
Pues acabamos confundiendo los términos, dejamos de pensar en que los fieles
oren y hacemos que cada intención la lea una persona distinta soñando
equivocadamente que eso es participar, ¡y no lo es!
Las Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia sobre la Oración de los Fieles ya advertían que “de suyo ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones, salvo que sea conveniente usar más de una lengua en las peticiones a causa de la composición de la asamblea. La formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea” (n. 9).
El Misal, garantizando el orden y el decoro, insiste más en la oración como tal de los fieles que en los lectores de las intenciones: un diácono, y si no lo hay, un cantor o un lector: en todo caso, una sola persona señala a todos los fieles los motivos y necesidades para que oren.
Los
niños de Primera Comunión, o los jóvenes recién confirmados, o una cofradía en
una Novena, por ejemplo, no participan más porque 6 lectores enuncien uno a uno
las intenciones, sino que participan más cuando juntos oran a lo que un
diácono o un lector les ha invitado. Y es que participar no es sinónimo de
intervenir, ejerciendo un servicio o un ministerio, sino que participar es orar
juntos, responder en común, contestar al sacerdote, elevar a Dios las súplicas
conjuntamente (como el Padrenuestro) o confesar a una sola voz la fe (el rezo
del Credo).
Alto y claro. Quien propicia los personalismos en la Iglesia no sabe lo que hace.
ResponderEliminarParticipar en cualquiera de los ritos o formas de ritos aprobados por la Iglesia es vivir el “drama sagrado” en unión al sacerdote, al resto de los fieles asistentes y a la Iglesia triunfante, con el cuerpo, el alma y el espíritu; con la inteligencia, la voluntad y la memoria.
Para vivirla así se necesita fe, fe en la acción sagrada que celebramos, fe en la presencia y acción de Cristo y fe en algo que parece haberse olvidado y que a mí me llega a lo más profundo del corazón: que el sacerdote actúa in persona Cristhi, en la Persona misma de Cristo que se hace presente con su acción realmente eficaz. Cristo actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del vino y del pan para que sean realmente presencia del Señor. El Señor hace presente su propia acción en la persona que realiza estos gestos, en el sacerdote.
Aunque no iba a empezar a leer los libros hasta las vacaciones, no he podido resistirme y voy leyendo a ratos en la piscina a san Juan de Ávila (me han cambiado el reposo por ejercicio lento en la piscina unido a nuestra siesta mediterránea) ¡Qué claro tenía el santo el sentido del sacerdocio, Su llamada a la oración y a la santidad!
¡Dichosos los que viven en tu casa, Señor! (de antífonas de Laudes)
Julia María:
EliminarSin duda alguna, para participar de verdad en la liturgia (respondiendo, cantando, etc.), previamente es necesaria la virtud de la fe que reconoce a Cristo presente y se inserta en la liturgia como Misterio.
Referente a los libros:
Espero que le guste la edición (compartida) de esa obra de san Juan de Ávila. Los comentarios en nota a pie de página creo que ayudan a una lectura mejor y más honda.
Cuídese. Yo también estoy "de vacaciones".