lunes, 5 de mayo de 2014

Magisterio: sobre la evangelización (XVI)

Una buena dosis de creatividad es necesaria para la nueva evangelización en la que estamos inmersos. Creatividad sana en virtud del principio: "nueva en su ardor, nueva en su método, nueva en sus expresiones", que dijo Juan Pablo II, al convocar para la nueva evangelización.

Probablemente estamos en una larga fase de tanteos cuando nos hemos querido dar cuenta. Sabemos que no hay fórmulas mágicas, ni programas pastorales que resuelvan las situaciones difíciles a las que hemos de dar respuesta. El programa es Jesucristo.

Ahora bien, la cultura ha cambiado en pocos años, las preguntas del hombre post-moderno (pocas preguntas desde luego) piden una respuesta comprensible. El gran reto hoy es evangelizar el mundo de la cultura. Como suena, sin que parezca algo lejano ni reservado a especialistas.

Primero, buscar al hombre, salir a su encuentro:
"En nombre de la fe cristiana el Concilio comprometió a la Iglesia entera a ponerse a la escucha del hombre moderno para comprenderlo e inventar un nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje evangélico en el corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de nuevo la creatividad apostólica y la potencia profética de los primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario presentar la palabra de Cristo en toda su lozanía a las generaciones jóvenes, cuyas actitudes a veces son difíciles de comprender para los espíritus tradicionales, si bien están lejos de cerrarse a los valores espirituales" (Juan Pablo II, Discurso a la plenaria del Pontificio Consejo para la cultura, 18-enero-1983).
Y entonces, ¿qué? Comenzar -proseguir, mejor dicho- un diálogo con las culturas, franco, abierto, elevador; implicar también a evangelizadores en el mundo de la cultura, cuan amplio es.


"En varias ocasiones he querido afirmar que el diálogo de la Iglesia con las culturas reviste hoy importancia vital para el porvenir de la Iglesia y del mundo. Permitidme volver a insistir en dos aspectos principales y complementarios que corresponden a los dos niveles en los cuales la Iglesia ejerce su acción: el de la evangelización de las culturas y el de la defensa del hombre y de su promoción cultural. Ambas tareas exigen definir nuevas caminos de diálogo entre la Iglesia y las culturas de nuestra época. Para la Iglesia este diálogo es absolutamente indispensable, pues de lo contrario la evangelización se reduciría a letra muerta. San Pablo no vacilaba en afirmarlo: «¡Ay de mí, si no evangelizara!». En este final del siglo XX, como en los tiempos del Apóstol, la Iglesia debe hacerse toda para todos y acercarse con simpatía a las culturas de hoy. Aún existen ambientes y mentalidades, países y regiones enteras por evangelizar; y esto requiere un proceso largo y valiente de inculturación para que el Evangelio impregne el alma de las culturas vivas, responda a sus expectativas más altas y las haga crecer incluso hasta la dimensión de la fe, la esperanza y la caridad cristianas. La Iglesia, en sus misioneros ha realizado una obra incomparable en todos los continentes, pero el trabajo misionero no se termina nunca, porque a veces las culturas se han tocado sólo superficialmente y, de todas maneras, por encontrarse éstas en trasformación incesante exigen un nuevo acercamiento. Añadamos asimismo que este término noble de misión se aplica hoy a las antiguas civilizaciones marcadas por el cristianismo, pero ahora están amenazadas por la indiferencia, el agnosticismo y la misma irreligión. Además, surgen sectores nuevos en la cultura con objetivos, métodos y lenguajes diferentes. El diálogo intercultural se impone a los cristianos en todos los países" (ibíd.)
Evangelizar es entrar en el mundo de la cultura y evangelizarlo desde dentro, dándole vida, esa vida que ahora no tiene, vida de la que carece. ¿Por qué? Porque encierra y agota el Misterio en las estructuras del mundo, en la inmanencia, y resulta asfixiante. Se agota en sí misma.

"Para evangelizar eficazmente hay que adoptar resueltamente una actitud de reciprocidad y comprensión para simpatizar con la identidad cultural de los pueblos, de los grupos étnicos y de los varios sectores de la sociedad moderna. Por otra parte, hay que trabajar por el acercamiento de las culturas de modo que los valores universales del hombre sean acogidos por doquier con un espíritu de fraternidad y solidaridad. Evangelizar supone penetrar en las identidades culturales específicas y, al mismo tiempo, favorecer el intercambio de culturas abriéndolas a los valores de la universalidad e incluso, yo diría, de la catolicidad. Pensando precisamente en esta seria responsabilidad he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, con el fin de dar a toda la Iglesia un impulso vigoroso y despertar en los responsables y en todos los fieles conscientes, el deber que nos concierne a todos de estar a la escucha del hombre moderno, no para aprobar todos sus comportamientos, sino ante todo para descubrir, en primer lugar, sus esperanzas y aspiraciones latentes" (ibíd.).

Estos son los objetivos de la evangelización de la cultura: un impulso vigoroso, despertar en todos el deber que nos concierne de escuchar al hombre post-moderno, fragmentado, roto, para descubrir sus esperanzas y aspiraciones, sus deseos y sus búsquedas.
Se hace por un gran amor al hombre, al que Cristo amó y por el cual se entregó en la Cruz. Este hombre que sigue necesitando vida y redención y que busca, de manera consciente o inconsciente, pero al que hemos de llevar la respuesta y la luz del Evangelio. ¡Entonces será plenamente hombre, conformado con Cristo, el Hombre nuevo (cf. GS 22)!

"Al impulsarnos a evangelizar, nuestra fe nos incita a amar al hombre en sí mismo. Ahora bien, hoy más que nunca el hombre necesita que se le defienda contra las amenazas que se ciernen sobre su desarrollo. El amor que brota de las fuentes del Evangelio, en la estela del misterio de la Encarnación del Verbo nos impulsa a proclamar que el hombre merece honor y amor para sí mismo y debe ser respetado en su dignidad. Así los hermanos deben volver a aprender a hablarse como hermanos, respetarse y comprenderse para que el hombre mismo pueda sobrevivir y crecer en la dignidad, la libertad, y el honor. En la medida en que sofoca el diálogo con las culturas, el mundo moderno se precipita hacia conflictos que corren el riesgo de ser mortales para el porvenir de la civilización humana. Más allá de los prejuicios y de las barreras culturales y de las diferencias raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas, los humanos deben reconocerse como hermanos y hermanas y aceptarse en su diversidad.

La falta de comprensión entre los hombres los hace correr hacia un peligro fatal. Sin embargo, el hombre está igualmente amenazado en su ser biológico por el deterioro irreversible del ambiente, por el riesgo de manipulaciones genéticas, por los atentados contra la vida naciente, por la tortura que reina todavía gravemente en nuestros días. Nuestro amor al hombre nos debe infundir el valor de denunciar las concepciones que reducen al ser humano a una cosa que se puede manipular, humillar o eliminar arbitrariamente.

Asimismo el hombre sufre amenazas insidiosas en su ser moral, porque está sometido a corrientes hedonistas que le exasperan sus instintos y lo deslumbran con ilusiones de consumo indiscriminado. La opinión pública es manipulada por las sugerencias engañosas de la poderosa publicidad, cuyos valores unidimensionales debieran hacernos críticos y vigilantes.

Además, el hombre es humillado en nuestros días por sistemas económicos que explotan enteras colectividades. Por otra parte, el hombre es la víctima de ciertos regímenes políticos o ideológicos que aprisionan el alma de los pueblos. Como cristianos no podemos callar y debemos denunciar esta opresión cultural que impide a las personas y grupos étnicos ser ellos mismos en consonancia con su profunda vocación. Gracias a estos valores culturales, el hombre individual o colectivamente vive una vida verdaderamente humana y no se puede tolerar que se destruyan sus razones de vivir" (ibíd.).

Entonces sólo cabe preguntarse de buena fe:

"¿Cómo hablar al corazón y a la inteligencia del hombre moderno para anunciarle la palabra salvífica? ¿Cómo lograr que nuestros contemporáneos sean más sensibles al valor peculiar de la persona humana, a la dignidad de cada individuo, a la riqueza escondida en cada cultura? La tarea ... es grande, pues han de ayudar a la Iglesia a ser creadora de cultura en su relación con el mundo moderno. Seríamos infieles a nuestra misión de evangelizar, a las generaciones presentes si dejáramos a los cristianos en la incomprensión de las nuevas culturas. Seríamos igualmente infieles a la caridad que nos debe animar, si no viéramos dónde hoy el hombre está amenazado en su humanidad, y si no proclamáramos con nuestras palabras y nuestros gestos la necesidad de defender al hombre individual y colectivo, y librarlo de las opresiones que lo esclavizan y humillan" (ibíd.).

Con estas palabras y este discurso, creo que tenemos materia suficiente para pensar, para palpitar con el corazón de la Iglesia y saber cuáles son las tareas prioritarias (y cuáles son secundarias), para no encerrarnos en lo nuestro, en lo pequeño que conocemos y vivimos. Y si alguien puede trabajar en estos campos, aquí tiene ya directrices para la reflexión y la formación.

3 comentarios:

  1. Solemos sublimar el pasado, olvidando que la primera evangelización no fue un camino de rosas, que los que con más facilidad aceptaron el Evangelio fueron los que no tenían nada que perder, que hubo bastantes apostasías en los momentos en los que era necesario jugarse la vida, los bienes y el destierro, que las circunstancias políticas fueron causa determinante de lo que se denominó la Cristiandad, así como que la Cristiandad dio lugar con el tiempo a lo que se ha denominado “cristianos sociológicos” y posteriormente a los 'católicos no practicantes' .

    Y esperamos demasiado del presente y del futuro. No me convencen los grandes discursos relativos al diálogo, a la escucha, al acercamiento porque, para nuestros contemporáneos, diálogo equivale a consenso, escucha y acercamiento a complicidad y, en definitiva, a que todo valga lo mismo, es decir que nada tenga importancia en la comprensión del hombre y de Dios.

    Emulando a Pablo: nosotros nos gloriamos en Cristo y Éste crucificado. De aquí deriva la comprensión de la vida humana sea en el oriente o en el occidente, en el sur o en el norte, nada conciliable con el llamado ‘bienestar’ convertido en norma de vida, ‘el placer por el placer’, la opinión elevada a la categoría de verdad, la democracia como ‘el paraíso’ ¿Cómo confrontarnos con esas ‘realidades’? Señalando claramente su falsedad, nos tachen o no de fanáticos intransigentes.

    “El programa es Jesucristo”, Jesucristo en la Sagrada Escrita y en la Doctrina acorde con aquella, y de este programa arranca nuestra visión de la vida y nuestro obrar. No influiremos en la cultura mientras no pongamos medios materiales y humanos en los “mass media” y mientras nuestros colegios y universidades no sean verdaderamente católicos y actúen como tales.

    El Señor será tu luz perpetua y tu Dios será tu esplendor. Aleluya (de Vísperas)

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  2. Julia María:

    ¡Ay, amiga mía! Completamente de acuerdo con su alegato y los motivos que presenta. Parece que el blog es más suyo que mío (jejejejeje)

    Nunca la evangelización fue fácil, ni tampoco ha habido etapas doradas de nuestra historia: siempre ha habido luces y sombras, Gracia y muchos pecados. Hoy las dificultades son patentes, en cierto modo, nuevas, hijas de una época nueva de ruptura, pero ni más fácil ni más difícil que en otros momentos de la bimilenaria historia de la Iglesia.

    Habrá que señalar la falsedad de muchas presuntas """"verdades""""" socialmente asumidas -que vd. señala- aunque en otras ocasiones tal vez sea mejor el silencio... por no echar las perlas a los cerdos y porque tal vez no sirva de nada; la prudencia debe medir qué decir, cómo y cuándo.

    Lo del diálogo: sí, creo en él, buscando y ayudando a buscar. Pero si el diálogo se convierte en complicidad, compadreo, y relativismo finalmente, mejor omitirlo.

    ¡Cristo y solo Cristo! Y ni siquiero hablo ya de los colegios y universidades "católicos"... porque ¡¡¡ya me gustarían que todos los que gozan de tal título lo fueran!!! Y lo digo tristemente.

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  3. No parece sino que nosotros hemos de hacer algo. Y aparte de no estorbar, poco más se puede hacer. La GRACIA actúa. No estorbar a la GRACIA podría ser la regla de oro del evangelizador. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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