miércoles, 28 de mayo de 2014

Aguardando al Espíritu (Preces de Laudes de Pascua - VII)



La liturgia, con sus oraciones y ritos, se convierte en la mejor escuela de vida cristiana, el ámbito en que se forja el espíritu cristiano y, por la fuerza de la misma liturgia, sin necesidad de otros añadidos, es la mejor catequesis y la mejor cátedra de teología.


            Ahora, en Pascua, nos abre el espíritu y mueve nuestro deseo hacia las insondables riquezas del Espíritu Santo. La pneumatología –o tratado sobre el Espíritu Santo- halla aquí recursos constantes, pinceladas a base de oración y súplica. Toda la Pascua es tiempo del Espíritu y su culmen es la santa fiesta de Pentecostés, donde Cristo desde el Padre entrega su gran Don pascual, derramando el Espíritu prometido.

            La petición de la Iglesia es vivir con el fuego del Espíritu Santo que abrasa, purifica e ilumina: “Tú que por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo el Espíritu Santo, enciende nuestros corazones con el fuego de este mismo Espíritu” (Lun II); Cristo es el Mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu.

            La acción del Espíritu Santo es purificadora; quema los restos de egoísmo otorgándonos una caridad diligente y activa: “Haz, Señor, que la fuerza del Espíritu Santo nos purifique y nos fortalezca” (Mier II). El Espíritu todo lo renueva, superando lo caduco en nosotros, aquello que está muerto o paralizado, y de ese modo nos transforma y nos defiende del pecado y del Maligno: “Tú que te apareciste repetidas veces a los apóstoles y les comunicaste el Espíritu Santo, renuévanos por el Espíritu Defensor” (Mart III).

            Con la gracia del Espíritu Santo, Cristo santifica cada día y todo trabajo: “santifica nuestra jornada con la gracia de tu Espíritu Santo” (Mier III), corrigiendo toda tendencia a considerar la santidad como un esfuerzo moral o ético basado en las fuerzas naturales. Quien santifica, quien hace santos, quien da la santidad, es la gracia del Espíritu Santo. La santidad siempre es don y gracia. 

En el día de la Ascensión, la Iglesia recuerda las palabras de Jesucristo sobre el Espíritu, y pide que se derrame abundantemente para la misión eclesial y la evangelización confiada por el Señor: “Tú que en el día de hoy prometiste a los apóstoles el Espíritu Santo, para que fueran tus testigos hasta los confines del mundo, con la fuerza de este mismo Espíritu robustece también nuestro testimonio cristiano” (Ascens).


La intensidad de la súplica aumenta durante el VII Domingo de Pascua (si no se celebra la Ascensión trasladada al domingo) y durante toda la VII semana de la Pascua; la oración litúrgica evoca el Cenáculo donde María y los apóstoles están convocados en súplica y preparación a Pentecostés.
 

6 comentarios:

  1. Hace un tiempito que el ESPÍRITU ha llegado, pero parece que a algunos no nos encuentra muy propicios. Transformarnos de piedra a carne lleva su tiempo. todo se andará. El ESPÍRITU está en ello. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

    ResponderEliminar
  2. “La liturgia, con sus oraciones y ritos, se convierte en la mejor escuela de vida cristiana…” Discrepo de cómo se expresa este primer párrafo. Únicamente si se comprende, se vive lo que realmente es la liturgia católica, por lo que no se puede desconectar la liturgia de la doctrina. En consecuencia, sólo resultará una buena catequesis y cátedra si quien participa en la liturgia tiene o busca una sólida doctrina en las textos en los que la puede encontrar.

    Durante bastantes años se ha rechazado la forma de vivir la liturgia por nuestros antecesores, abuelos, bisabuelos reprochándoles que la vivían de una forma mecánica, externa… por decirlo de algún modo. Hoy muchos católicos no viven la liturgia porque no la comprenden, no están formados doctrinalmente, no saben (y a veces se pregunta uno si no quieren saber) qué se está celebrando, por qué y para qué; de que suceda esto todos somos responsables, tanto pastores como fieles.

    Y Jesús inclinó la cabeza a la hora de nona. Hora de gracia, en que Dios da su paz a la tierra por la sangre de Cristo. Amén

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Julia María:

      ¿discrepa?

      La primera afirmación significa que la liturgia misma, como llovizna, impregna a la persona que participa en ella, de manera fina y persistente.

      Claro que -como vd. señala- si se está con "chubasquero" o con un "paraguas" duratne la liturgia, impermeable, no hay manera...

      Eliminar
    2. Mi "discrepancia" se refiere a que por si misma la liturgia no significa nada para aquel que no la comprende (acciones especiales de Dios al margen) y que, por esa razón, no puede desconectarse la liturgia de la doctrina. Ejemplo de enseñanza para entender: el diácono Felipe enseñando las escrituras al etíope; san Pablo, "Y, ¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?"

      ¿Entienden la liturgia quienes niegan la presencia real de Cristo en la Eucaristía? ¿La entienden quienes consideran que la Eucaristía es únicamente un recuerdo de los que hizo Jesús? ¿Los que así interpretan sus palabras: "haced esto en memoria mía"?...

      Eliminar
  3. Ven, Espíritu Santo,
    Llena los corazones de tus fieles
    y enciende en ellos
    el fuego de tu amor.
    Envía, Señor, tu Espíritu.
    Que renueve la faz de la Tierra.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Añado la oración final:

      Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos siempre de ese mismo Espíritu para gustar el bien y gozar de su consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor.

      Y todos dicen: AMÉN.

      Eliminar