El Señor resucitado se hizo ver a
sus apóstoles para que fueran testigos de su resurrección: no era un fantasma,
ni una imagen ni una ensoñación, sino Él mismo que hablaba, comía con ellos,
desaparecía de pronto. ¡Era Él!
Con
esa experiencia pascual del Resucitado, con su mandato expreso de ser testigos
y con el Espíritu Santo que se les daría, comienza el testimonio, una cadena de
testigos ante los hombres y ante el mundo.
“¡Seréis mis testigos!” (Hch 1,8), y
ante el envío del Señor, la oración eclesial ruega vivir apostólicamente el
testimonio, suplica las gracias necesarias: “Tú que cooperas siempre con los
pregoneros de tu Evangelio y confirmas su palabra con tu gracia, haz que
durante este día proclamemos tu resurrección con nuestras palabras y con
nuestra vida” (Sab II).
Los
cristianos, por la experiencia de la santa Pascua, por los dones sacramentales
del Bautismo y la
Confirmación, somos testigos de Jesucristo ante los hombres:
“Oh Cristo Salvador, que en tu resurrección anunciaste la alegría a las mujeres
y a los apóstoles y salvaste al universo entero, conviértenos en testigos del
Dios viviente” (Mart III). Los apóstoles, y todos los miembros de la Iglesia, son constituidos
en testigos, apóstoles, misioneros, evangelizadores: “haz de nosotros
mensajeros del Evangelio de la vida” (Mart III).
Fuertes
y firmes en la fe, consolidados y cimentados en Cristo, la Iglesia anuncia el
Evangelio y da testimonio de su Señor: “aumenta la fe de tu Iglesia, peregrina
en la tierra, para que dé al mundo testimonio de tu resurrección” (Sab III). Al
subir a los cielos, glorificado, envió a sus discípulos como testigos y les
prometió el Espíritu Santo, vida y alma de la evangelización, protagonista de
la misión: “Tú que en el día de hoy prometiste a los apóstoles el Espíritu
Santo, para que fueran tus testigos hasta los confines del mundo, con la fuerza
de este mismo Espíritu robustece también nuestro testimonio cristiano”
(Ascenc).
Será
el Espíritu Santo quien otorgue la parresía –audacia, valentía- para proclamar
que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (cf. Flp 2,11) y hacerlo con
obras y palabras, con la vida entera y siempre, en cualquier ámbito y circunstancia:
“Envíanos, Señor, tu Espíritu Santo, para que ante los hombres te confesemos
como Señor y rey nuestro” (Sab VII). El don de Pentecostés transforma a los
discípulos, y a todos, en evangelizadores activos y testigos convencidos y
coherentes: “Tú que prometiste enviarnos el Espíritu de la verdad para que
diera testimonio de ti, envíanos este Espíritu para que nos haga tus testigos
fieles” (Pentecost).
Testigos y confianza. Testigos y experiencia personal con CRISTO. Confianza y experiencia. Las dos a la vez nos hacen creíbles a la hora de ser testigos. Al fin y al cabo la acción de la GRACIA de DIOS. Alabado sea DIOS.
ResponderEliminarSigo rezando. DIOS les bendiga.
Me gusta como lo expresa el evangelista Juan: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo“ (Juan 20,21). Y en versículos anteriores “El Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa…recibirá de lo mío y os lo anunciará” (Juan 16).
ResponderEliminarAcercándoos al Señor, piedra viva….vosotros como piedras vivas entráis en la construcción del templo del Espíritu (de Visperas).