miércoles, 7 de mayo de 2014

La gloria de Cristo y su Pascua (Preces de Laudes de la Pascua - III)



3. Las preces


            3.1. Hijos de la luz

            La luz de la Pascua es la vida de Cristo glorioso que se expande, brillante, sobre las tinieblas que cubrían el orbe entero. Su “luz nos hace ver la luz” (Sal 35) y nos hace “pasar de las tinieblas al reino de su luz admirable” (1P 2,9). El deseo del cristiano es vivir y permanecer en la luz: “Padre santo, que hiciste pasar a tu Hijo amado de las tinieblas de la muerte a la luz de tu gloria, haz que podamos llegar también nosotros a tu luz admirable” (Dom. Octava). La luz de Cristo nos envuelve y nos permite caminar por sendas de vida nueva cada jornada: “Dios, Padre de los astros, que has querido iluminar el mundo con la gloria de Cristo resucitado, ilumina, desde el principio de este día, nuestras almas con la luz de la fe” (Lun II).

            Vivir en la luz, siendo hijos de la luz, nos renueva y llena de gozo, provocando la acción de gracias a Dios y la alabanza: “Dios, Padre de los astros, te aclamamos con acción de gracias en esta mañana, porque nos has llamado a entrar en tu luz maravillosa y te has compadecido de nosotros” (Mier II). La luz de la resurrección nos ilumina constantemente: “Tú que con la columna de fuego iluminaste a tu pueblo en el desierto, ilumina hoy con la resurrección de Cristo el día que empezamos” (Juev II).

            Mientras que la oscuridad y las tinieblas provocan inseguridad y angustia, la luz da seguridad y paz; se sabe dónde se está, se contempla todo, se ve al caminar. Cristo con su luz nos alegra: “Cristo, luz esplendorosa que brillas en las tinieblas, rey de la vida y salvador de los que han muerto, concédenos vivir hoy en tu alabanza” (Dom III). A Él, resucitado, suplicamos: “ilumina hoy nuestras mentes” (Mier III); Él, resucitado, ilumina y nos hace reflejar su gloria: “ilumina tu rostro sobre nosotros, para que, libres de todo mal, nos saciemos con los bienes de tu casa” (Vier III).


            3.2. Cristo nuestra Pascua

            La liturgia pascual permite ahondar en el misterio de Cristo; descubrimos y nos gozamos en quién es Cristo y en lo que ha realizado por su Muerte y gloriosa Resurrección. Siempre será una contemplación inacabada, imperfecta, pero necesaria, de la Persona del Señor resucitado.

            ¿Quién es Cristo? ¿Cuál es la grandeza del Misterio pascual del Señor?

            Dios hizo “pasar a tu Hijo amado de las tinieblas de la muerte a la luz de tu gloria” (Dom. Octava). Por la fuerza de la cruz y de la resurrección hemos sido redimidos y santificados: “por medio de tu Hijo resucitado de entre los muertos has abierto a los hombres las puertas de la salvación” (Lun II), y por Cristo, el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones: “por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo el Espíritu Santo” (Lun II). Cristo, y solamente Cristo, es nuestra salvación, que se nos da como Don inmerecido: “Que Cristo, el Señor, clavado en la cruz para librarnos, sea hoy para nosotros salvación y redención” (Lun II).


           Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es el Cordero inmolado, nuestra víctima pascual. Las profecías del Antiguo Testamento se han cumplido todas ahora en Él: “acuérdate de la muerte y resurrección del Cordero inmolado en la cruz” (Mart II), y como Cordero pascual, es Sacerdote, Víctima y Altar (cf. Prefacio pascual V) que ora por nosotros: “atiende su continua intercesión por nosotros” (Mart II); “Sacerdote eterno y ministro de la nueva alianza, que vives siempre para interceder en nuestro favor, salva al pueblo que pone en ti su esperanza” (Ascenc).

            Nos confiamos a nuestro único Mediador: “Intercede, Señor, por medio del Espíritu Santo, ante el Padre, para que seamos dignos de alcanzar tus promesas” (Dom VII); le invocamos, Sacerdote eterno, para una renovada efusión de su Espíritu; intercede constantemente por sus hermanos: “Tú que resucitaste de entre los muertos y estás sentado a la derecha de Dios, intercede siempre en nuestro favor ante el Padre” (Juev VII).


            La resurrección de Cristo es la afirmación de Dios sobre su Hijo; ha recibido su sacrificio que ha sido plenamente grato a Dios por el amor: “Padre santo, tú que al resucitar a tu Hijo de entre los muertos manifestaste que habías aceptado su sacrificio” (Vier II). Ha sido constituido Señor y Salvador y la Iglesia se complace en invocarle con los distintos títulos cristológicos: “luz esplendorosa que brillas en las tinieblas” (Dom III), “Hijo del Padre, maestro y hermano nuestro” (Dom III), “Rey de la gloria” (Dom III). Es “Salvador” (Mart III), “Salvador nuestro” (Mier III), “Rey de la gloria y vida nuestra” (Mier III), “vencedor del pecado y de la muerte” (Juev III), “príncipe de la vida” (Sab III).

            El sacrificio pascual de Cristo es la plena redención para el hombre. Cristo es ahora el Señor y su Vida ha triunfado: “en tu victoria destruiste el poder del abismo, borrando el pecado y la muerte” (Lun III), “alejaste de nosotros la muerte y nos has dado nueva vida” (Lun III), “diste vida a los muertos, haciendo pasar a la humanidad entera de muerte a vida” (Lun III). Con la resurrección “salvaste al universo entero” (Mart III) y nos permite aguardar con esperanza el momento final, cuando todo se complete: “has prometido la resurrección universal y has anunciado una vida nueva” (Mart III). Aguardamos ese momento: “Confírmanos en la fe de la victoria final, y arraiga en nosotros la esperanza de tu manifestación gloriosa” (Juev III).

            Nos atrae hacia Él porque el misterio de Cristo es nuestra propia vida: “Con tu victoria sobre la muerte nos has alegrado y con tu resurrección nos has exaltado y nos has enriquecido” (Mier III); nos ha sido revelado todo, por la fidelidad de Dios mismo: “nos has revelado tu plan de salvación proyectado desde antes de la creación del mundo y eres fiel en todas tus promesas” (Vier III).

            Por su triunfo pascual, Jesús, el Señor, el Rey de la gloria, es adorado y aclamado en el cielo y recibe también la amorosa alabanza de la Iglesia: “en el cielo eres glorificado por los ángeles y en la tierra eres adorado por los hombres” (Mier III). ¡Grade es el Misterio de la piedad que ha destrozado el Misterio de la iniquidad! “Señor Jesús, Rey de la gloria, que, habiéndote ofrecido una sola vez como oblación por nuestros pecados, subiste vencedor a la derecha del Padre, perfecciona para siempre a los que van siendo consagrados” (Ascens).

            Él, Espíritu que da vida, se convierte ahora en la Fuente del Espíritu Santo, que es derramado sin medida: “Señor Jesús, que, elevado en la cruz, hiciste que manaran torrentes de agua viva de tu costado, envíanos tu Espíritu Santo, fuente de vida” (Pentecost); “glorificado por la diestra de Dios, derramaste sobre tus discípulos el Espíritu” (Pentecost).

2 comentarios:

  1. La GLORIA de CRISTO y su VICTORIA. Urge revestirnos de ella si queremos ser LUZ del mundo. Y es fácil con no estorbar, la GRACIA actúa. Optar, no conforme a lo humano, sino conforme a la acción de la GRACIA y a la Ley de DIOS. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  2. Aunque vivo con pasión la Liturgia de las horas y parece que mi comentario no tiene relación con la entrada de hoy (acepto la regañina por anticipado), considérese una expansión de mi ánimo:

    Nos dice Juan: “En el principio era el Verbo… En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo… A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios… y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia…”

    Toda su vida fue sacrificio porque toda su vida, su alimento, fue hacer la voluntad del Padre. Echo de menos que al hablar de su muerte y resurrección se olvide su encarnación y su vida mortal pues ¿existe algún sacrificio mayor que el que supone que Dios se encarne y viva como cualquier hombre sujeto a la muerte? ¿Podemos separar encarnación y vida de su muerte y resurrección? Era la luz del mundo antes de su muerte y resurrección.

    A título absolutamente personal: soy incapaz de alabarle, adorarle, darle gracias, si no lo hago en la totalidad de su Persona.

    Considerad vosotros que estáis muertros al pecado (de Laudes).

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