jueves, 1 de mayo de 2014

Oramos alegres (Preces de Laudes de Pascua - II)




2. Las respuestas de las preces


            Súplica y confesión de fe a un mismo tiempo, las respuestas de las preces de Laudes orientan la oración eclesial invocando al Señor, Alfa y Omega, Resucitado de entre los muertos. La Iglesia alaba a su Señor glorificado.

            “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12) proclamó Cristo; y como Luz brilló en la noche de Pascua, rompiendo las tinieblas que envolvían al orbe entero (cf. Pregón pascual). Su luz brilló; “la luz de Cristo que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del espíritu” oraba la Iglesia en el lucernario de la Vigilia pascual. La luz es vida, la oscuridad es muerte. Por eso la Iglesia, deseando vivir a la luz del Señor, reza: “Ilumínanos, Señor, con la luz de Cristo” (Dom. Octava). También la inteligencia del hombre, en ocasiones, ofuscada, necesita una luz orientadora en el camino de la Verdad: “Ilumina, Señor, nuestras mentes” (Lun II), y también: “Ilumínanos, Señor, con la claridad de Cristo” (Mier II).

            Cristo es la Vida del mundo, la vida de los hombres; es Vida y resurrección. Él, ahora, resucitado, es “Espíritu que da vida” (1Co 15,45), nuevo Adán. La muerte ha sido destruida y Él lo vivifica todo. ¿Cómo no pedir su vida: “Autor de la vida, vivifícanos” (Mart II)? ¿Vida fuera de Cristo? ¿Vida sin Cristo, al margen de Cristo? ¡Poca vida sería realmente! Así nuestro deseo es vivir con Él, por Él y para Él; que su vida se nos dé, que Él lo sea todo: “Que el Señor Jesús sea nuestra vida” (Juev II). Él es el que ha vencido; victorioso y triunfante, ahora es Salvador del mundo: “Por tu victoria, sálvanos, Señor” (Lun III).

            El gran Don y regalo de Cristo resucitado es el Espíritu Santo con el que da vida a su Cuerpo que es la Iglesia; su Espíritu todo lo santifica, conduce a la Verdad completa, recuerda su Palabra, genera ministerios, carismas, dones y virtudes que enriquecen a la Iglesia. Dirige sabiamente las almas con sus siete dones y empuja a la Iglesia en su misión evangelizadora. ¡Pascua es el tiempo del Espíritu Santo!, y los mismos textos de la liturgia nos llevan a reconocer la acción y la presencia del Espíritu Santo.

            Es nuestra súplica: “Vivifícanos, Señor, con tu Espíritu Santo” (Vier II). La liturgia pascual es una preciosa fuente para la pneumatología, es decir, para el tratado sobre el Espíritu Santo. Lo hace de modo orante, suplicante. El Espíritu Santo “viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rm 8,26); lo suplicamos porque sin Él nadie puede progresar en el bien ni en la virtud ni en la santidad: “Que tu Espíritu, Señor, venga en nuestra ayuda” (Dom VII). Es el Espíritu un Don inmerecido que, como en el Cenáculo apostólico, hemos de suplicar y prepararnos para su recepción: “Señor, danos tu Espíritu” (Lun VII), “Señor Jesucristo, danos tu Espíritu” (Mart VII), “Señor Jesús, santifícanos en el Espíritu” (Sab VII).

            La Liturgia de las Horas comienza entonando una invocación: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”; son palabras sálmicas con las que la Iglesia ruega que venga el Espíritu, eleve la oración y la haga espiritual, asistiendo en el servicio santo; con semejantes palabras, oramos: “Ven, Señor, en nuestra ayuda y sálvanos” (Vier VII).

            Será Pentecostés la plena efusión del Espíritu que todo lo renueva con gracia y poder: “Renueva, Señor, la faz de la tierra” (Pentecost).

            La vida del Señor resucitado se nos da; la santa Pascua es el principio de nuestra vida nueva, transformada: “Que tu resurrección, Señor, nos haga crecer en gracia” (Sab II). Su vida es nuestra vida, y entonces, por su acción, somos salvados: “Cristo, vida nuestra, sálvanos” (Dom III), porque no depende de nuestros méritos, sino conforme a su bondad (cf. Canon romano).

            En el santo tiempo pascual somos enriquecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales; somos agraciados con los bienes del Corazón insondable del Resucitado. Es un tiempo santísimo donde Dios derrama gracias abundantísimos: “Concédenos, Señor, los frutos de tu resurrección” (Mart III). Nuestra alegría ha sido colmada y llega a plenitud; como los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor (cf. Jn 20,20) y reciben el saludo de Cristo y su don: “Paz a vosotros” (Jn 20, 19.21), así suplicamos sus dones pascuales: “Señor, danos paz y alegría” (Sab III).

            La experiencia de los discípulos de Emaús expresa bien el deseo continuo de toda la Iglesia, de cada cristiano: “Quédate con nosotros, Señor” (Juev III), porque sin Cristo no sabemos vivir… Él ha encendido el corazón, ha desentrañado el Misterio oculto, ha hecho brotar la esperanza. ¡Quédate!

2 comentarios:

  1. Que el Señor Jesús sea nuestra vida, es la respuesta a las preces de hoy.

    Él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Camino que conduce a la verdad si lo recorremos como Jesús lo recorrió, Verdad que vivida como Jesús la vivió lleva a la Vida.

    Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre. Aleluya (de Vísperas).

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  2. Se quedó con nosotros. El hombre no parece tener demasiada prisa en atenderle. En abrirse a su GRACIA. No hay urgencia para eso. Probablemente para todo lo demás si. Y sin embargo lo único que urge es EL. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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