Renovado todo por la santa
Pascua, la existencia cristiana es transformada y renovada. Hay un estilo
cristiano que confiere su sello particular a lo que es la verdadera vida
cristiana. Es una vida, aquí y ahora, pascual; y esta vida misma se convierte
en un signo para todos: “Haz que nuestra vida, escondida con Cristo en ti,
brille en el mundo como signo que anuncie el cielo y la tierra nuevos” (Dom
Octava).
Salvados
por Cristo, vivimos de la fe desarrollando todo lo contenido en el bautismo y
que se nos dio gratuitamente: “Tú que nos has salvado por la fe, haz que
vivamos hoy según la fe que profesamos en nuestro bautismo” (Dom Octava). Se
adquiere, por gracia, la vida modelada según el Evangelio, traducción concreta
y vital, de las palabras del Evangelio: “concédenos vivir auténticamente el
espíritu evangélico, para que hoy y siempre sigamos el camino de tus
mandamientos” (Mart II). De los labios cristianos brotará siempre la oración,
la acción de gracias y la alabanza, porque el cristiano es hombre de oración:
“Llénanos, desde el principio de este nuevo día, de tu misericordia, para que
en toda nuestra jornada encontremos nuestro gozo en alabarte” (Mier II). Esta
vida cristiana es ejercicio sacerdotal de ofrecimiento y de alabanza: “Tú que
has hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes, enséñanos a ofrecer con
alegría nuestro sacrificio de alabanza” (Dom III).
La
vida cristiana, pascual, se configura con Cristo y vive con Él; por eso se
suplica: “Señor Jesús, que anduviste los caminos de la pasión y de la cruz,
concédenos que, unidos a ti en el dolor y en la muerte, resucitemos también
contigo” (Dom III). Es una vida nueva, verdadera vida: “Tú que alejaste de
nosotros la muerte y nos has dado nueva vida, concédenos andar hoy por la senda
de tu vida nueva” (Lun III).
La
santidad de vida es una nota esencial para la existencia cristiana; el
cristiano es santo por su consagración bautismal y llamado a vivir en santidad:
“purifícanos con tu verdad y encamina nuestras pasos por las sendas de la
santidad, para que obremos siempre el bien según tu agrado” (Vier III). La
santidad cristiana desarrolla la filiación divina, el gozo de ser hijos de
Dios. “Señor Jesús, haz que nos dejemos llevar durante todo el día por el
Espíritu Santo y que siempre nos comportemos como hijos de Dios” (Dom VII); el
cristiano entra en el Misterio de Dios, lo adora, adquiere un conocimiento
sobrenatural. “Danos, Señor, el sentido de Dios, para que, ayudados por tu
Espíritu, crezcamos en el conocimiento de ti y del Padre” (Dom VII).
La
vida del cristiano es ser hijo de Dios, engendrado por los sacramentos
pascuales: “Tú que por medio del Espíritu nos hiciste hijos de Dios, haz que,
unidos a ti, invoquemos siempre a Dios como Padre, movidos por el mismo
Espíritu” (Mart VII). Obra no por interés propio, sino buscando realizar la
voluntad del Padre, siempre a gloria de Dios: “Haz que obremos guiados por tu
sabiduría, y que realicemos nuestras acciones a gloria de Dios” (Mart VII).
Y
por encima de todo, el amor, la caridad cristiana, que vence sobre la muerte,
el odio y el egoísmo. La Pascua
conduce a la explosión de la caridad: “Que sepamos rechazar hoy el pecado de
discordia y de envidia, y seamos más sensibles a las necesidades de nuestros
hermanos” (Mart II). Con ese amor de Cristo, se sirve a los hermanos y se
edifica nuestro mundo: “Haz que nos entreguemos de tal modo al servicio de
nuestros hermanos que logremos hacer de la familia humana una ofrenda agradable
a tus ojos” (Mier II).
El
amor es servicio y entrega, activos y reales: “Bendice, Señor, las acciones de
este día, y ayúdanos a buscar en ellas tu gloria y el bien de nuestros
hermanos” (Vier II); “que el trabajo de hoy sirva para la edificación de un
mundo nuevo y nos conduzca también a tu reino eterno” (Vier II); “te pedimos,
Señor, que nos hagas estar siempre solícitos del bien de los hombres, y que nos
ayudes a amarnos mutuamente” (Vier II).
Al
querer vivir la experiencia nueva del amor de Jesucristo, el cristiano ruega y
espera que su egoísmo desaparezca y pueda vivir plenamente la caridad:
“convierte en generosidad nuestro egoísmo, para que nuestro gozo esté más en
dar que recibir” (Dom VII). El amor cristiano abarca a todos y sirve a todos:
“Haz que no juzguemos ni menospreciemos a ninguno de nuestros hermanos, pues
todos tenemos que comparecer para ser juzgados ante tu tribunal” (Lun VII).
La
caridad se rinde ante la necesidad del prójimo y no admite demora: “Haz que nos
esforcemos por complacer y servir a nuestro prójimo, para que realicemos el
bien en favor de nuestros hermanos y los edifiquemos con nuestro ejemplo” (Mier
VII); y la caridad es concordia, espíritu unánime, que evita todo pecado de
división: “Señor, fuente de toda paciencia y consuelo, concédenos estar de
acuerdo entre nosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una
vez, te alabemos a ti, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Mier VII). Acoge a
todos sin exclusión: “Enséñanos a acogernos mutuamente, como tú nos acogiste
para gloria de Dios” (Juev VII); esa acogida será fraterna, llena de delicadeza
y respeto, especialmente para los débiles en la fe, para los más pequeños:
“Concédenos comprensión para acoger a los débiles y frágiles en la fe, no con impaciencia
y de mala gana, sino con auténtica caridad” (Vier VII).
La
caridad cristiana es verdadera y no fingida: “Danos una caridad sin hipocresía,
para que seamos cariñosos unos con otros, como buenos hermanos” (Sab VII). La
fraternidad cristiana es posible, es real, es factible, por la gracia pascual.
La vida nueva del cristiano, la fraternidad, que seamos cariñosos unos con otros, son conceptos y expresiones de gran belleza. Solo asequibles a la GRACIA. Si la GRACIA no actúa porque estorbamos no hay nada que hacer. La GRACIA está por todas partes deseando actuar, pero para eso nosotros hemos de dar el:"Si, quiero". Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
ResponderEliminarPero, además del importantísimo tema de la Gracia, hay mucho más...
EliminarEn las cosas de DIOS, siempre hay mucho más. No es abarcable por lo humano, sé que mejor que yo, ya lo sabe Usted, Don Javier. Alabado sea DIOS.
EliminarLa santidad de vida es una nota esencial para la existencia cristiana; el cristiano debe ser santo porque, por su consagración bautismal, Dios le llamó a la santidad: “sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”. Por eso nos dice san Pablo: “comportaos como hijos de la luz y no participéis de las obras de las tinieblas”
ResponderEliminarPara mí, la caridad cristiana es el agápē (ἀγάπη), amor incondicional y reflexivo, en el que el amante tiene en cuenta sólo el bien del ser amado; amor que únicamente se produce en la verdad (Cristo se dirige a sus discípulos: "amaos como yo os he amado").
Todo lo demás será amabilidad, buena educación, filantropía, solidaridad, incluso amor al prójimo- no reniegues de tu propia carne- actitudes que no son malas sino incluso obligadas… también puede consistir en pretender “caer” bien y hasta puede que sentirse bien con uno mismo (cosas ya no tan buenas), pero no es caridad cristiana.
El agápē es tan profundamente serio que se ha vuelto incomprensible para nuestra meliflua época, incluso entre nosotros. Hay preces de "ese estilo" que rezo con bastante dificultad..., por pura obediencia.
Aquel que me ama será amado por mi Padre; yo también lo amaré, y a él me daré a conocer. Aleluya (de antifonas de Laudes).
Es que la caridad sobrenatural -virtud teologal- tendrá afinidad y se expresará en filantropía, buena educación y amabilidad..., pero no es eso, es más, mucho más...
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