En octubre de 2012, san Juan de Ávila fue proclamado doctor
de la Iglesia
y en Montilla, donde está su sepulcro, se abrió un "trienio jubilar". Es una alegría para todos, pero muy especialmente para la diócesis
de Córdoba al ver elevado a tal honor a uno de sus sacerdotes. Él es un
sacerdote de una pieza, y su propia vida cotidiana, su estilo, son una
indicación concreta para ver qué es un sacerdote, cómo ha de ser y para que
todos valoremos realmente y apreciemos sinceramente el ministerio sacerdotal.
No
sólo su altísima espiritualidad sacerdotal o su teología son válidas, perennes,
sino que en san Juan de Ávila su modo concreto y cotidiano de vivir el
sacerdocio y desempeñar el ministerio, pueden ser una luz y una referencia hoy.
Aun cuando él no estuvo al frente de una parroquia, su estilo sacerdotal puede
ayudarnos en el desempeño pastoral y, a todos, considerar la amplitud del ministerio sacerdotal, viendo las múltiples facetas que desarrolló san Juan de Ávila.
“Juan es un hombre pobre y modesto
por propia elección. Ni siquiera está respaldado por la inserción en los
cuadros operativos del sistema canónico; no es párroco, no es religioso; es un
simple sacerdote de escasa salud y de más escasa fortuna después de las
primeras experiencias de su ministerio: sufre enseguida la prueba más amarga
que puede imponerse a un apóstol fiel y fervoroso: la de un proceso con su relativa
detención, por sospecha de herejía, como era costumbre entonces. Él no tiene ni
siquiera la suerte de poderse proteger abrazando un gran ideal de aventura.
Quería ir de misionero a las tierras americanas, las “Indias” occidentales,
entonces recientemente descubiertas; pero no le fue dado el permiso” (Pablo VI,
Hom. en la canonización, 31-mayo-1970).
El
ser sacerdotal está referido por completo a Cristo. En san Juan de Ávila,
Cristo era su pasión, su fuego, su amor, y todo su anhelo de mil maneras
distintas era llevar almas a Cristo, conquistarlas para Cristo, ganarlas para
Cristo.
Su
existencia concreta el método evangélico del “encuentro”, aquello que provoca
el estupor en la persona, verificándose un acontecimiento único. Como Cristo en
el encuentro con Juan y Andrés, o Felipe encontrándose con Natanael, la
experiencia sacerdotal de san Juan de Ávila es decir: “Ven y verás” (Jn 1,46), “venid
y veréis” (Jn 1,39).
Como
sacerdote en mil ministerios distintos, en tareas diversas, apostolados muy
variados, sólo quería que todos viniesen e hiciesen la experiencia del
encuentro personalísimo con el Señor que cambia la vida y la transforma. Él no
se detiene en sí mismo, ni los agrupa para sí, ni los vincula a su propia
persona impidiéndoles crecer. Mira al Corazón de Cristo y allí quiere que vayan
todos.
Ya
ofrecía esta perspectiva sacerdotal el papa Benedicto XVI:
“Su conocimiento debe ser siempre
también un conocimiento de las ovejas con el corazón. Pero a esto sólo podemos
llegar si el Señor ha abierto nuestro corazón, si nuestro conocimiento no vincula las personas a nuestro pequeño yo
privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace
sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor. Debe ser un conocimiento con
el corazón de Jesús, un conocimiento orientado a él, un conocimiento que no vincula la persona a mí, sino que la
guía hacia Jesús, haciéndolo así libre y abierto. Así también nosotros nos
hacemos cercanos a los hombres.
Pidamos siempre de nuevo al Señor
que nos conceda este modo de conocer con el corazón de Jesús, de no vincularlos
a mí sino al corazón de Jesús” (Hom. en la ordenación presbiteral,
7-mayo-2006).
La entrada se refiere a san Juan de Ávila como modelo de sacerdote y parece, por tanto, que va dirigida sólo a los sacerdotes pero como yo defiendo el sacerdocio, me voy a referir a los laicos, a los seglares, que en número no pequeño presentan una actitud totalmente descarada: sígueme a mí, o bien repiten “axiomas evidentes” (redundancia intencionada) sin razonamiento alguno. Antes estos no puedo evitar una mirada de sorna aunque sepa que oiré en el confesionario días después: Pero muchacha …
ResponderEliminarDesde el siglo pasado se ha llenado el mundo occidental de libros que podríamos titular de forma genérica “Conviértete en líder”. Y, como la mayor parte de lo secular, también esto ha calado en la Iglesia, intentando fundamentarlo en el Concilio Vaticano II aunque sea tan viejo como el mundo. El ser humano está lleno de inseguridades y sufre una tentación bastante común: atar a los demás a su carro, que los otros le consideren importante, que le den la razón a sus “geniales ideas” aunque de geniales no tengan nada; en resumen posesión, manipulación y, en cierta forma no confesada en voz alta, que “lo adoren”.
Analizada esta actitud con un cierto rigor, resulta ridícula y no se explica cómo puede darse de forma tan generalizada si no es en base a inseguridades inconfesadas, pues cuando amas apasionadamente la libertad no necesitas ni poseer ni manipular a nadie, ni que te den la razón y mucho menos que “te adoren” pues, entre otras cosas, todo esto constituye una pesadilla insufrible y, además, lo que realmente te mueve (tu espíritu sin concepto “magia-talismán”) es caminar por y hacia quien es la Verdad.
Nada proclive a poseer a otros, huyo materialmente hablando de todo quien tiene intención de posesión, manipulación y pretensión de “adoración”. Jesucristo es mi Señor y obedezco a la Iglesia sin dejar por ello de utilizar mi inteligencia por ser uno de Sus dones más preciados.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.