martes, 6 de mayo de 2014

La corporalidad asumida, ha sido redimida

Todo el ser personal, que es cuerpo y es alma como dos co-principios, se ven implicados en la santa Resurrección del Señor y por la Pascua de Cristo vemos de qué manera la escatología -lo venidero, lo futuro, lo eterno- incluyen también la corporalidad.


Se podría decir que una verdadera teología del cuerpo no sólo incluye el momento creador de Dios, en el Génesis, sino que incluye, y hay que sumar, la resurrección de Cristo y la escatología. Sólo así hay una verdadera teología del cuerpo que pueda llamarse cristiana.

Y es que para mirar y valorar al hombre, y pensar cristianamente en su corporeidad, la resurrección de Jesucristo es determinante. Ahí se ofrece la más alta perfección al cuerpo humano y la mejor teología del cuerpo que podamos encontrar.

El Espíritu Santo tiene mucho que ver: Él "espiritualiza", "pneumatiza", la carne de Jesús y la deja vivificada y traspasada de Gloria; y esa es la obra de redención escatológica del Espíritu en nuestra propia carne (en la resurrección del último día).

"Es necesario añadir que también el cuerpo está implicado en esta dimensión de esperanza que el Espíritu Santo da a la persona humana. Nos lo dice, una vez más, san Pablo: "si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8,11; cf. 2Cor 5,5)" (Juan Pablo II, Audiencia general, 3-julio-1991).

La corporalidad no es una dimensión de nuestro ser de la que esperamos librarnos como un peso o un fardo que nos impide la vida espiritual y el encuentro con Dios, sino que nuestra corporalidad es el medio de contactar con Dios, por decirlo así, y nuestra corporalidad está llamada a una plenitud nueva por la Pascua del Señor. Será la forma en que pueda darse una "Pascua de la creación", llamada escatología.

Pensemos atentamente estas palabras del Magisterio ordinario de la Iglesia:
"Es necesario suponer que en la resurrección esta semejanza se hará mayor: no a través de una desencarnación del hombre, sino mediante otro modo (incluso se podría decir: otro grado) de espiritualización de su naturaleza somática, esto es, mediante otro "sistema de fuerzas" dentro del hombre. La resurrección significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu" (Juan Pablo II, Audiencia general, 2-diciembre-1981).

El hombre es una unidad "psico-somática", es decir, de alma y cuerpo. No tenemos un cuerpo prestado, una especia de domicilio, que luego abandonamos y nos desentendemos de él. El concepto de reencarnación, por ejemplo, en absoluto es conciliable con la verdad cristiana, porque el cuerpo lo entiende como algo accidental en la persona, y puede ir y reencarnase en otro cuerpo y en otro y en otro, infinitamente. Somos cuerpo. No lo tenemos, es que somos cuerpo como somos también alma, ambos indudablemente unidos. Su destino final, la escatología, es de nuevo la unión de la persona en su cuerpo y en su alma, glorificados. 

Y es que ser hombre es vivir en una unidad de cuerpo y alma:

"En el ser compuesto, psicosomático, que es el hombre, la perfección no puede consistir en una oposición recíproca del espíritu y del cuerpo, sino en una profunda armonía entre ellos, salvaguardando el primado del espíritu. En el "otro mundo", este primado se realizará y manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de oposición alguna por parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo como una "victoria" definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección consistirá en la perfecta participación por parte de todo lo corpóreo del hombre en lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la realización perfecta de lo que en el hombre es personal" (Juan Pablo II, Audiencia general, 9-diciembre-1981).

Estas son las consecuencias de la resurrección del Señor y esta es nuestra visión cristiana sobre la corporeidad y el ser personal. Sin duda, sugerentes, pero desconocidas, cuando mezclamos ideas y pensamientos espiritualistas, o de la New Age, o de la reencarnación, ignorando, desconociendo, lo que vemos en el Señor: su resurrección según la carne.


4 comentarios:

  1. Redimidos en cuerpo y alma y no redimidos a cachos. El cuerpo sufre tantas tentaciones como el alma. De la tentación nada del hombre se escapa. Aunque, a veces, con arbitrario criterio, se tenga que algunas tentaciones sean más vergonzantes que otras. Y es que la tentación no va al cuerpo, o al alma, va al hombre, que es uno, no desmembrado. Querer deshacerse del cuerpo es tan descabellado como querer deshacerse del alma. Tanto puede doler el alma como el cuerpo. Tantas cicatrices antiestéticas puede tener el alma como el cuerpo. Pensar que el cuerpo, por ser cuerpo, puede estar menos a salvo de la inmundicia que el alma, no sé si es muy acertado. Lo mismo que pensar que el cuerpo duele más que el alma.
    Sigo reznado.

    DIOS les bendiga.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Antonio Sebastián:

      Así es. Y por eso ambos son redimidos... y ambos participarán de la gloria... debidamente santificados, claro.

      Eliminar
  2. “Y vio Dios que todo era bueno” .

    No tenemos cuerpo, somos cuerpo y alma, indisolublemente unidos, dice la entrada. Para quien le guste la Física, son muy interesantes los escritos del padre Carreira sobre la materia y la resurrección. “Mi cuerpo” indica un modo de considerar a la materia como parte de un Yo de orden superior. Vida biológica, vida racional (cognoscitiva y volitiva) y conciencia, carácter distintivo del hombre: pues en el mundo animal solo él se conoce a sí mismo como sujeto último de su conocer y fuente de actividad libre. El hombre es uno, y las realidades que lo componen actúan con un influjo mutuo constante que subraya su unidad. A esta persona, el hombre, se atribuye el conjunto total de lo que somos y hacemos. La materia es muy distinta de lo que pensamos; muchísimo más flexible, más misteriosa, y fuera de las ataduras espacio-temporales se encuentra bajo el dominio del espíritu.

    Cuando una mujer tiene su primer hijo aprende a no cansarse de mirarlo; está aprendiendo, en palabras de un amigo de la orden de predicadores, el diccionario del bebé; esta mirada “comprensiva”, se convierte en un hábito que hace carne en ti como madre, de forma que, cuando tu hijo abre la puerta a cualquier edad, su espíritu se abre a tu mirada. Salvando las distancias, así tenemos que mirar al Señor, sus palabras, sus gestos, sus silencios, sus paradojas, sus enfados, los mínimos detalles de todo lo que se nos ha trasmitido, porque todos ellos nos abrirán a su Espíritu. Y el culmen: la recepción, de la Eucaristía, consciente, en gracia por la Penitencia, en disposición rendida, porque comulgar no es un acto de magia, ni un rito al que tengo derecho, comulgar es hacerse en la totalidad de tu ser, y dejar que te haga, uno con su Espíritu.

    Una confidencia tierna: cuando mi fértil imaginación corre por “las delicias del cielo”, la que corre es la niña sonriente de las trenzas con el blanco radiante de su traje de primera comunión.

    Tu nos devuelves la vida, Señor. Aleluya (de Laudes).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Julia María:

      curiosa la confidencia que nos regala...

      La mirada de la madre hace percibir al niño es un "yo" distinto de un "tú"... es la mirada que permite adquirir conciencia de la "mismidad". La mirada de Dios, inmensamente más tierna que la de una madre, nos permite calibrar nuestro propio "yo" y la importancia que tiene para Dios mismo pues se ha dignado redimirnos y santificarnos.

      Ese "yo" es mi cuerpo y es mi alma, soy "yo" completo, entero, sin parcelaciones.

      Me indigna cómo se pierde el valor de esa corporalidad redimida y el alma pasa a ser un "yo" absoluto y disperso...

      Eliminar