domingo, 11 de mayo de 2014

Cesan los ayunos (testimonios)

La Cuaresma es la preparación intensa, austera y penitente, de todos para la Pascua, ya sean penitentes, catecúmenos o el pueblo fiel. En esa preparación el ayuno caracteriza el tiempo cuaresmal, con la privación de alimento y los viernes, además abstinencia de carne. Un ayuno generoso, es decir, con rigor y austeridad, prepara bien el cuerpo y el espíritu para la santísima Pascua.

Pero cuando resucita el Señor, cesan los ayunos, se rompe el ayuno con la Comunión eucarística de la Vigilia pascual y comienza la fiesta cristiana con gozo espiritual.





Los cincuenta días de Pascua se viven con el gozo de comer y beber en honor del Señor, sin la privación del ayuno. Son días festivos que vivimos felices porque Cristo resucitó.


Ya el mismo Señor decía que "ayunarán cuando el Esposo les sea arrebatado", pero ahora que está vivo y glorioso, "¿cómo pueden ayunar los amigos del novio cuando el novio está con ellos?" El mismo Señor resucitado se hace presente e invita a comer, en varias ocasiones, a sus apóstoles el pan y peces asados. Las imágenes del banquete le sirven a Cristo para explicar la vida eterna y el Reino de Dios como una comunión feliz y festiva entre todos, presididos por Él.

El rigor del ayuno -que hemos de cuidar- da lugar a la alegría de la fiesta y del alimento. Sólo si se vive bien el ayuno se podrá apreciar el cambio de los cincuenta días de Pascua pudiendo comer con alegría.


"Nosotros consideramos que el domingo no está permitido ayunar ni orar de rodillas. Del mismo privilegio gozamos el día de Pascua y durante el período de pentecostés" (Tertuliano, De corona, 3).
 
También el mismo autor, en el tratado sobre el ayuno, dirá:

"Indudablemente, en el evangelio únicamente son considerados como días de ayuno aquellos en que el Esposo es arrebatado. En efecto, ésos son los únicos días legítimos en que los cristianos deben ayunar, una vez que han sido abolidas las leyes y las profecías antiguas" (De ieiunio, 2).

El motivo es la presencia entre nosotros del Señor resucitado y la participación, por tanto, en su insondable alegría, en su Corazón feliz. Los cincuenta días pascuales son los días de las bodas de Cristo con su Iglesia: no ayunamos porque estamos de fiesta.

Y un último testimonio:

"Nosotros no ayunamos durante pentecostés porque en esos días el Señor mora con nosotros. No ayunamos cuando el Señor está ahí, pues él mismo ha dicho: ¿Pueden caso ayunar los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos?" (S. Máximo de Turín, Hom. 44).

Como detalles festivos, a lo largo de los cincuenta días, se debería notar, por ejemplo, en platos más elaborados, más de fiesta, o también en la preparación de la mesa, con manteles y platos que no sean los de uso cotidiano... o mil detalles más. Se trata de que también al comer vivamos la Pascua del Señor y recordemos, festejando, que el motivo de nuestra alegría es la resurrección del Señor y que estamos de fiesta.


4 comentarios:

  1. Hablando de ayuno...es la primera vez que caigo en la cuenta de la importancia del número 40.


    -los días del diluvio universal;
    -los años transcurridos por Israel en el desierto;
    -los días transcurridos por Moisés en el Monte Sinaí;
    -los días transcurridos por el profeta Elías en el desierto antes de llegar al encuentro con Dios en el Monte Horeb;
    -los días de penitencia de los habitantes de Nínive;
    -los días del ayuno de Jesús en el desierto.

    Y después del ayuno, el des-ayuno, sin olvidar que «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»

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    1. La colmena:

      ¿qué por primera vez habéis caído en lo del número 40? ¡¡No me lo creo, hombre!!

      Lo que sí me ha gustado es lo del "desayuno". desde que al amanecer Jesús resucitado preparó ese "desayuno" en el lago Tiberíados de unos peces en las brasas, la Pascua es tiempo de "desayunar", comer, festejar al Señor....


      ¡¡¡Saludos!!!

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  2. “… Estaba al alba María porque era la enamorada” (Himno de Laudes). Nuestra alegría es Jesús. Nuestra sabia Madre, la Iglesia, nos convoca todos los años a celebrar durante cincuenta días la glorificación del Señor por su resurrección. Dios ha manifestado de qué lado está, se ha puesto de parte de Jesús y nuestro gozo es que Su gloria se haya hecho patente. Ya habrá tiempo y necesidad de nuestra penitencia a lo largo del año, hoy su luz brilla con todo su esplendor y por ello estamos de fiesta. Es a este esplendor al que se refiere san Pablo cuando dice: “seríamos los más desgraciados…”. Es una buena idea celebrar la Pascua con ‘platillos especiales’.

    Los apóstoles y los discípulos que le acompañaban no tenían necesidad de ayunar porque el ayuno es un medio de conversión y no tenían necesidad de este medio quienes compartían la vida y escuchaban la Palabra de Quién quita el pecado, de Quién da la vida: “estáis limpios por la Palabra que os he hablado”. Pero aquella segunda venida que se tenía como inminente por los primeros discípulos - ¡Ah la impaciencia del hombre! – se ha prolongado en el tiempo y sin alguna forma de penitencia es muy difícil que el cristiano entre por la puerta angosta que lleva a la resurrección (salvación), que viva como resucitado abandonando al hombre viejo. Dios sabe que nuestra fe y nuestra esperanza se derrumban al menor soplo de viento y ha establecido la ley de la penitencia que es parte de la ley de Dios para el hombre.

    Como propio de María que arrodillada se abraza a Sus pies, discrepo de Tertuliano: ¿Cómo no adorar la gloria de mi Señor de rodillas?

    No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. Aleluya (de Laudes).

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    1. Julia María:

      Pero... bajo ningún concepto el tiempo pascual es tiempo de penitencia. Ergo, glorifiquemos y cantemos gozosos. El ayuno y el duelo dan lugar a la fiesta y al gozo.

      ¡¡No me discuta a Tertuliano, por favor, señora mía!!

      la Iglesia jamás permitió la oración en común de rodillas durante la Pascua. Algo de eso queda aún hoy: en Pascua, si se cantan las letanías de los santos en una ordenación, por ejemplo, es el tiempo en que se cantan de pie, jamás de rodillas.

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