Nos encontramos con el salmo 89 una meditación sapiencial, una reflexión ante el Señor. Y la reflexión que hace es sobre la vida, sobre la muerte, sobre el tiempo y sobre la historia.
“Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: Retornad, hijos de Adán”. La muerte es un hecho evidente, está ahí. Es el Señor el que nos llama puesto que nuestra vida no es nuestra, es del Señor, y nosotros no somos dueños de nuestra vida, sino que es el Creador el dueño de nuestra vida. Y es el Señor el que nos llama: “Retornad hijos de Adán”. Y reduce al polvo y a la muerte.
Nosotros sabemos, por la fe, y cristianizando este salmo, que este polvo de la muerte, del sepulcro, no es lo último. El hombre del Antiguo Testamento lo intuía pero no lo llegaba a saber; nosotros sí podemos saber ya que la muerte no es lo último; que en ese “retornad hijos de Adán”, le falta una segunda parte, el “Ven a mi casa, y yo te resucitaré en el último día”. Cristo es la resurrección y la vida; no tiene la muerte, entonces, la última palabra.
“Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna”. Dios es eterno. No cuenta el tiempo como nosotros: “Mil años”, ¡lo que son para nosotros mil años, un milenio!, ¡con la guerra que nos dieron con el cambio de milenio, y que los ordenadores se estropeaban!, “son un ayer que pasó” para el Señor. Nuestro tiempo es pequeñísimo ante Dios, somos muy pequeños, somos criaturas, no valemos tanto como a veces nos pensamos.
Nosotros sabemos, por la fe, y cristianizando este salmo, que este polvo de la muerte, del sepulcro, no es lo último. El hombre del Antiguo Testamento lo intuía pero no lo llegaba a saber; nosotros sí podemos saber ya que la muerte no es lo último; que en ese “retornad hijos de Adán”, le falta una segunda parte, el “Ven a mi casa, y yo te resucitaré en el último día”. Cristo es la resurrección y la vida; no tiene la muerte, entonces, la última palabra.
“Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna”. Dios es eterno. No cuenta el tiempo como nosotros: “Mil años”, ¡lo que son para nosotros mil años, un milenio!, ¡con la guerra que nos dieron con el cambio de milenio, y que los ordenadores se estropeaban!, “son un ayer que pasó” para el Señor. Nuestro tiempo es pequeñísimo ante Dios, somos muy pequeños, somos criaturas, no valemos tanto como a veces nos pensamos.
“Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna”. La vela, la guardia, la vigilancia de los soldados, en turno por la noche; eso es: una vela nocturna, un vigilar por la noche y se acabó la vida. No somos tan grandes. En esa vela nocturna, descubrimos aquello que el Señor nos decía en el Evangelio: “Estad en vela”, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. En medio de la noche de nuestra vida hemos de estar vigilantes como el soldado, como el centinela, porque “a la hora que menos pensemos viene el Hijo del hombre”, para llevarnos con Él; aparece la muerte a la cual no debemos temer, sí debemos saber enfrentarnos a ella y hasta con S. Francisco de Asís decirle: “Bienvenida hermana muerte”, porque es el paso para la vida. “Estad en vela porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
Pensando en la muerte, pensando en la vida, la petición del salmista, que es nuestra propia petición, es saber vivir ante el Señor, saber situarnos ante nuestra propia existencia; por eso, “enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”. Pensamos que somos eternos, que no tenemos nunca que darle cuentas a Dios y vivimos a veces de modo indigno e incompatible con el Evangelio pensando que la muerte está muy lejos, “¡ya habrá tiempo de convertirse!” “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”.
Y sabiendo que necesitamos la ayuda del Señor para adquirir este corazón sensato, suplicamos: “Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. Por la mañana sácianos de tu misericordia”. En la mañana de la resurrección Cristo está alegre porque ha sido saciado con la misericordia del Padre en la Resurrección y “toda nuestra vida será alegría y júbilo”. Que también nosotros en la mañana seamos saciados de la misericordia de Dios, que podamos resucitar con Cristo, para que toda nuestra vida eterna sea “alegría y júbilo”.
Mis amigos y compañeros en nuestras puntuales conversaciones sobre la propia muerte expresan únicamente el deseo de morir sin sufrimiento, preferiblemente durmiendo, sin que suscite la conversación reflexión alguna sobre el modo de vivir.
ResponderEliminarNo tengo ningún "amor especial” al sufrimiento pero no sufrir ¿es tu único pensamiento ante la muerte? ¿Qué sentido tiene para ti, entonces, la historia de la humanidad con sus horrores grandes y pequeños (los tuyos) aunque no seas creyente? Y si dices creer en Cristo ¿piensas sólo en el posible dolor de la enfermedad ante un momento tan trascendental como es el inmediato encuentro con Él? Es inútil intentar profundizar porque únicamente recibes vaguedades o miradas que revelan incomprensión.
Un cantautor cristiano en una de sus canciones dice algo tan hermoso como esto: “… solamente una oración cuando llegue a tu presencia, oh Señor, ... sólo déjame mirarte cara a cara aunque caiga derretido en tu mirada, … Cuando caiga ante tus plantas de rodillas déjame llorar pegado a tus heridas y que pase mucho tiempo y que nadie me lo impida, que he esperado este momento toda mi vida.”
Nos lleva en la muerte con Él en un último y definitivo ajuste y, porque “a la hora que menos pensemos viene el Hijo del hombre”, debemos “estar en vela” ajustándonos ya, ahora, a su plan, suplicándolo, deseándolo y aplicándonos a ello para que se haga realidad nuestra petición de un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
No sé que pasará cuando me llegue el momento, pero ahora me produce un gran sentimiento de consuelo. Un gran regalo. En fin, un día de estos me tocará. Alabado sea DIOS. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
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