3. Las preces
Como
las preces de Laudes tienen su peculiar tonalidad litúrgica y espiritual, que
es consagrar el día, y no directamente de intercesión, su lenguaje se presta
mucho más a la descripción del Misterio que se celebra y que va a iluminar la
jornada concreta. Por eso son un venero de espiritualidad y de dogma aplicado a
la vida.
3.1. Títulos cristológicos
Los
títulos cristológicos se suceden uno tras otro, proclamando y confesando quién
es Cristo. Es una continua confesión de fe llena de amor. Es un reconocimiento
a la Persona
del Salvador. Si Jesús preguntó: “¿Quién decís que soy yo?” (Mt 16,15), la Iglesia responde
enumerando aspectos del Misterio del Señor. Enlazando textos bíblicos, la
liturgia, mediante estas preces de las Laudes, nos ayuda a avanzar en el
conocimiento de Cristo y fijar amorosamente la atención en Él.
¿Un
profeta más? ¿Un personaje religioso llamativo? ¿Un ideólogo? ¿Acaso un
revolucionario social o un ilustrado moralista?
¡En
absoluto! Es más, mucho más.
Las
mismas preces del día de Natividad acumulan invocaciones cristológicos:
“Cristo, Palabra eterna”, “Salvador del mundo”, “Rey del cielo y de la tierra”,
“vid verdadera que nos diera el fruto de vida”. Esta mera suma de títulos
ensancha el horizonte de nuestra comprensión. Es “Palabra eterna del Padre” y
“Maestro de los hombres”, “que creaste el universo” (Sgda. Familia): es la Sabiduría misma que se
ha encarnado y se expresa y habla en lenguaje humano para conducirnos a Dios:
“Tú que nos has dado el pleno conocimiento de Dios” (7 ene).
“Estaba junto a Dios” (Jn 1,1) y en el
momento culminante, “en la plenitud de
los tiempos” (Gal 4,4) se ha encarnado siendo así el Dios-con-nosotros (cf.
Mt 1,23), el mismo Dios habitando entre los hombres: “Hijo de Dios, que en el
principio estabas junto al Padre y, en el momento culminante de la historia,
has querido nacer como hombre” (30 dic). Confesamos la divinidad de Jesús sin
ambages ni confusión: “Oh Cristo, Hijo consubstancial del Padre, engendrado
antes de la aurora, que naciste en Belén para que se cumplieran las Escrituras”
(31 dic), aludiendo al salmo 109: “yo
mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora”; asimismo confesamos:
“Tú, Señor, eres Dios y hombre, Señor de David y también hijo suyo, y en ti se
han cumplido todas las profecías” (31 dic).
La Iglesia Esposa no se cansa en
su continua alabanza a Cristo, Dios y hombre, invocándolo y exponiendo su
Misterio: “Hijo admirable y príncipe de la paz” (1 ene), “Rey y Dios nuestro”
(1 ene), “sol de justicia” (2 ene), “nuevo Adán” (2 ene), “Libertador del
género humano” (4 ene), “Esposo divino de la Iglesia” (5 ene), “Redentor de todos los pueblos”
(7 ene), “luz de los paganos y maestro de todos los hombres” (8 ene).
En
su Encarnación se descubren paradojas y contrastes: Él que es rico, se hace
pobre; Él que es Dios, asume la naturaleza humana; Él que es Creador, se hace
criatura; Él que es Señor del tiempo, deviene temporal; Él que es Dueño de la
vida, se convierte en mortal… y así podríamos seguir enumerando las paradojas
del Misterio.
La
liturgia subraya algunas de esas paradojas: “Rey del universo, a quien los
pastores encontraron envuelto en pañales” (5 ene), “Señor del cielo, que desde
tu solio real bajaste a lo más humilde de la tierra” (5 ene), “Tú que, sin
dejar de ser Dios como el Padre, quisiste hacerte hombre como nosotros” (8
ene), “Tú, Señor, que existiendo desde siempre has querido asumir una vida
nueva al hacerte hombre” (8 ene), “Creador del género humano, que te has hecho
hombre entre los hombres por medio de la Virgen inmaculada” (11 ene).
Se hizo hombre, asumió plenamente lo humano excepto el pecado que destruye lo humano y lo aniquila. Asume nuestra carne pecadora sin ser pecador, y así redime al hombre: “Oh Cristo, luz eterna, que al asumir nuestra carne no fuiste contaminado por nuestro pecado” (5 ene). Es lo que el Nuevo Testamento afirma: “encarnado en una carne pecadora como la nuestra” (Rm 8,3), “Dios lo hizo pecado” (2Co 5,21), “semejante a nosotros excepto en el pecado” (Hb 4,15).
En
la carne de Cristo, obra el poder de su divinidad y así sana, salva, cura,
redime y santifica. “Hijo de Dios vivo, que existes antes que el mundo fuese
hecho y que viniste a la tierra para salvar a los hombres” (9 ene), “Sol de
justicia, que brillas desde el seno del Padre e iluminas al mundo entero” (9
ene).
Pero
por su composición hermosa, destacan las preces del día 3 de enero, con una
enumeración de títulos, todos de raigambre bíblica, con textos que se proclaman
en las celebraciones litúrgicas navideñas. Retorna aquí la pregunta: “¿Quién es
Crisot?”, con la preciosa respuesta:
“Oh
Jesús, Hijo del Dios vivo, esplendor del Padre, luz increada, rey de la gloria,
sol de justicia e hijo de la Virgen María”
(3 ene).
¿Quién
es Cristo? Aquel Mesías que profetizó Isaías (9,1ss):
“Oh
Jesús, maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”
(3 ene).
¿Quién
es Cristo? ¿Qué representa para nosotros?
“Oh
Jesús, padre de los pobres, gloria de los fieles, pastor bueno, luz
indeficiente, sabiduría y bondad inmensa, camino y vida para todos” (3 ene).
Todo
esto es Cristo para nosotros, Él, que es “todopoderoso y paciente, humilde de
corazón y obediente” (3 ene).
La Iglesia peregrina se une a
la Iglesia
del cielo y canta, festeja y adora –no el sentimentalismo, ni la solidaridad,
ni los valores- sino el Misterio de Cristo que la llena de asombro y felicidad:
“Con los
ángeles, los patriarcas y los profetas, te alabamos, Señor.
Con la Virgen María, madre de Dios,
nuestras almas proclaman tu grandeza, Señor.
Con los
apóstoles y evangelistas, te damos gracias, Señor.
Con todos los
santos mártires de Cristo…
Con todos los
santos, que han sido testigos de la
Iglesia…” (10 ene).
Hacer de la Liturgia vida cotidiana, sentir diario es algo que parece empeño titánico, así que, Padre, siga en el empeño, porque lo hace bien. La profundidad consciente de como denominamos a CRISTO, a través de la Liturgia en cada instante de nuestras vidas, es algo que requiere disciplina, firmeza y fortaleza de la Fe. Sigo rezando, DIOS les bendiga.
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