3.4. Cumplimiento de las profecías y revelación
Cristo
ha roto el velo que cubría el Antiguo Testamento y ahora se puede entender con
total claridad (cf. 2Co 13-15): todo el Antiguo Testamento hablaba de Cristo,
en formas, tipos, figuras, acontecimientos, profecías. Todo hablaba de Cristo,
señalaba a Cristo.
Ahora,
con su Nacimiento y su Manifestación gloriosa, advertimos cómo todo lo que estaba
escrito se ha cumplido y Dios ha sido fiel a sus promesas: “con tu nacimiento
nos has revelado la fidelidad de Dios” (25 dic). Estamos ahora en la etapa del
cumplimiento de las promesas, en la que Dios muestra a las claras que Él es
fiel.
En
el orden del cumplimiento, las profecías se vean realizadas ahora. Dios, “desde
el principio prometiste que, por Cristo, darías tu victoria a los hombres” (29
dic), derrotando al mal y al pecado. El día de Cristo, es decir, el mismo
Cristo en su gloria, es lo que llenó de gozo a Abrahán (cf. Jn 8,56) y al que
las naciones desearon (cf. Ag 2,7): “Para gloria de tu Hijo, cuyo día Abrahán
contempló lleno de alegría, los patriarcas esperaron, los profetas anunciaron y
todos los pueblos desearon” (29 dic).
¡Dichosos
nosotros que lo vemos y oímos!, ¡cuántos otros quisieron esto y no pudieron
verlo! (cf. Lc 10,23-24).
Todo
lo que ahora celebramos, ya se encontraba profetizado en las Escrituras: “Oh
Cristo, Hijo consubstancial del Padre, engendrado antes de la aurora, que
naciste en Belén para que se cumplieran las Escrituras” (31 dic).
Siendo
Cristo el Logos, la Palabra
de Dios, la Sabiduría
misma, su misión es reveladora. En Él Dios se manifiesta, habla, se nos da
plenamente para que “todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4) porque “ésta es la vida eterna: que te conozcan a
ti y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).
Como
Revelador, Cristo es “Palabra eterna, que al venir al mundo anunciaste la
alegría a la tierra” (25 dic): la alegría de Dios ha entrado en este mundo y
nos ha señalado cuál es la verdadera alegría, distinta por completo de la
alegría mundana, efímera e incompleta. Es Revelador, es Palabra, es “Maestro de
los hombres” (Sgda. Familia); ha querido ser “luz de los paganos y maestro de
todos los hombres” (8 ene).
La
revelación de Dios en Cristo muestra cuál es su justicia de salvación,
redimiendo y justificando al hombre: “Desde el cielo hiciste brillar en la
tierra la justicia increada” (4 ene), y así da vida verdadera, eterna y
sobrenatural: “Tú que te has mostrado como señor de la vida, concédenos la
plenitud de tu vida” (12 ene).
Pero
todo se puede resumir y explicar afirmando que la plenitud de la revelación es
mostrar el amor inmenso de Dios por el hombre, su condescendencia (como decían
los Padres de la Iglesia):
“Hijo de Dios, que nos has revelado el amor del Padre” (4 ene), “Hijo de Dios,
que nos has manifestado el amor del Padre” (12 ene).
Es
Jesús quien nos da a conocer la salvación y el Misterio del Padre: “Tú que nos
has dado el pleno conocimiento de Dios, nuestro Padre” (7 ene). Suplicamos, así
pues, que siga iluminándonos en ese conocimiento: “Ilumina nuestros corazones,
para que brille en nosotros el luminoso conocimiento de la gloria de Dios” (12
ene), ya que se ha manifestado como Luz del mundo: “Oh Cristo, que al
manifestarte al mundo, has iluminado a todos los hombres” (Bautismo).
La Trinidad misma se revela
en este tiempo, el Misterio de Dios, Uno y Trino: “Oh Cristo, que en tu
bautismo nos revelaste a la
Trinidad” (Bautismo).
Todo
nos lo ha dicho en su Hijo. Él, el Hijo único del Padre, “nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,18).
3.5. Paz de Dios
La
paz que viene de Dios es nueva porque compagina amor, justicia y misericordia y
poco tiene que ver con la paz mundana de
los consensos egoístas, o de la complacencia de uno mismo, acallando la
conciencia y creando una falsa paz; tampoco es la paz del irenismo, del todo da
igual o no hay nada que defender y contemporizar con todos para sobrevivir. Ya
dice la Constitución Gaudium
et spes: “La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo
equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica,
sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia (Is
32, 7). Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino
Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia,
han de llevar a cabo” (GS 78).
La
paz que viene de Dios es única: su paz nos ha llegado reconciliándolo todo en
su Hijo; reconciliando a los hombres entre sí, reconciliando al hombre con
Dios, reconciliando cielo y tierra. Cristo es nuestra paz definitiva.
Los
ángeles, felices, cantan la noche de Navidad la gloria de Dios y la paz para el
hombre. Cristo mismo dará y entregará la paz: “La paz a vosotros” (Jn 20,19). Él es el Señor de la paz y su Reino
es reino de paz, justicia, amor, gracia y santidad.
Rogamos
y suplicamos vivir en esa paz serena y confiada: “Rey del cielo y de la tierra,
que por tus ángeles anunciaste la paz a los hombres, conserva nuestras vidas en
tu paz” (25 dic); que nada ni nadie rompa esa paz, ni el demonio, ni las
propias pasiones, ni nadie nos la arrebate. Cristo nos afianza en su paz.
Como
rey de cielo y tierra y Señor del universo, su paz no se limita a la intimidad
de cada alma, sino al mundo entero, al orden de las naciones, a toda la
creación: “Tú que quisiste que el nacimiento de tu Hijo fuera anunciado por los
espíritus celestes y celebrado por los mártires y los fieles de todos los
siglos, concede a la tierra aquella paz que anunciaron los ángeles” (29 dic).
Así se realizará lo que canta el salmo: “el
Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28).
Él
es llamado “Príncipe de la paz” por Isaías (9,1ss) y concede su paz: “Oh
Cristo, hijo admirable y príncipe de la paz, nacido de María virgen, concede al
mundo entero una paz estable” (1 ene). Deseamos que su paz se dilate por todo
el orbe y todos los hombres y todos los pueblos puedan vivir en la paz: “Oh
Cristo, en cuyo nacimiento los ángeles anunciaron la gloria en el cielo y la
paz en la tierra, te pedimos que tu paz se extienda por todo el mundo” (2 ene).
Ya
se anticipa el reino definitivo de Cristo, ya gustamos de él: “Tú que nos has
iluminado cuando vivíamos aún en tinieblas y en sombra de muerte, concédenos
también la santidad, la justicia y la paz” (30 dic). Su Reino ya ha comenzado
con su entrada en nuestro mundo. ¡Comienza la paz!
Todo el Antiguo Testamento habla de Cristo y todo él es el diccionario de Jesús de Nazaret, tal y como Él mismo señaló a sus discípulos. Dios y su Palabra (Cristo) “se encuentran” fuera del tiempo, por ello la Palabra tuvo que entrar en nuestras coordenadas de tiempo y espacio a fin de poder ser escuchada por todo hombre. Palabra prometida, profetizada, que es rechazada o marginada a un “algo” añadido a la vida.
ResponderEliminarAmor, justicia y misericordia tienen poco que ver con las definiciones al uso y con “el todo vale” o “el qué más da pues Dios es bueno”.”Ajustar”, “purificar” aquí o en el purgatorio cuesta y duele. Vivir en Cristo, unidos a Cristo, vivir como Él vivió, difícil ¿eh? Pero esa es nuestra alegría y nuestra paz. Nosotros somos realmente afortunados: Él vino, los testigos nos lo trasmitieron, la Iglesia y los santos nos señalan el camino, pues en el ajustarse y dejarse ajustar al plan divino se encuentran la plenitud y la salvación.
¡Qué Dios les bendiga!
La PAZ que surge de CRISTO, y la paz del mundo, fruto de su ceguera, y por tanto errónea, pequeña y escuchimizada. Una paz de la que se llenan las bocas de los hombres del mundo, y la PAZ de la que se llenan las entrañas y las almas de los creyentes. Ahí es nada. Un abismo entre ellas, como de la noche al día, como el abismo que hay ente el BIEN y el mal. Sigo rezando. DIOS les bendiga.
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