Otra acepción de gloria en el NT, no menos interesante, es
la que se refiere al ser de Jesús, a saber, cómo Él refleja en sí mismo la
gloria del Padre, puesto que Él es Dios.
Así lo expresa la carta a los Hebreos:
"el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su ser y el que
sostiene todo con su palabra poderosa" (1,3).
Esto, tomado de Sab
7,25-26[1] está mostrándonos la
divinidad del Hijo, puesto que participa de la misma gloria del Padre, la misma
divinidad.
Explicando la unión e
inseparabilidad del Hijo con el Padre, llama resplandor de la gloria y figura a
lo que eterna e infinitamente es contemplado junto con el Padre, infinito y
eterno: con resplandor, designa connaturalidad; con figura, designa la igualdad
de naturaleza[2].
Cristo es constituido en el icono de Dios: "Él es
Imagen de Dios invisible" (Col 1,15) como canta el himno cristológico
de Pablo, ya que en "Él quiso Dios que residiera toda la Plenitud" (Col
1,19), insistiendo en que "en Él reside toda la Plenitud de la Divinidad
corporalmente" (Col 2,8).
Quien ve a Cristo, contempla al Padre. Sí se
puede hacer realidad la petición de Moisés ("déjame ver tu gloria"
Ex 33,18) en Cristo, ya que Él es la gloria de Dios hecha carne, culminando así
la revelación que dio comienzo con Abraham y se perfeccionó en el Horeb
revelando su Santo Nombre.
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