Jesucristo se presenta como
Camino, Verdad y Vida; Él es la
Verdad plena, absoluta y definitiva, porque es el Hijo
unigénito. “Dios nos lo ha dicho todo en su Hijo y ya no tiene más que decir;
se ha quedado como mudo” (San Juan de la Cruz”, 2S 22). Cristo es la Verdad plena y la salvación para todos los hombres. “Bajo
el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” (Hch 4,12).
La
plenitud ha venido en Jesucristo. Él es la Verdad. Una reducción
cristológica hoy, que se difunde con el disfraz de la tolerancia y el
pluralismo quiere hacer creer que Cristo no es esta Verdad plena, sino sólo una
parte de la verdad y que todas las religiones son igualmente verdaderas,
válidas y salvíficas, por lo que da igual pertenecer a una u otra religión,
siendo ésta una forma cultural más. Prefieren prescindir de Cristo antes que
mostrarlo por un falso respeto a las distintas culturas y religiones.
Es lo que
explicaba Ratzinger, mostrando con agudeza el relativismo hoy, como forma de
dogmatismo:
“La verdad es sustituida por la
decisión de la mayoría, así se dice, precisamente porque no existiría la verdad
como entidad accesible al hombre y comúnmente vinculante para él. Por eso se
considera la pluralidad de culturas como la prueba de la relatividad de todas
ellas. Se contrapone la cultura a la verdad. Este relativismo, que hoy día es
el sentir fundamental del hombre ilustrado y que penetra extensamente hasta en
la teología, es el problema más hondo de nuestro tiempo. Es también la razón de
que la verdad sea sustituida por la praxis,
y de que con ello quede desplazado el eje de las religiones... El dogma del
relativismo actúa también en otra dirección: el universalismo cristiano,
realizado concretamente en la misión, no es ya la transmisión obligatoria de un
bien que está destinado a todos, a saber, la transmisión de la verdad y del
amor. La misión, bajo este presupuesto relativista, se convierte en la cruda
arrogancia de una cultura que se cree a sí misma superior, que habría pisoteado
escandalosamente una multitud de culturas religiosas y habría privado así a los
pueblos de lo mejor que tenían, de lo más auténtico. De ahí procede el
imperativo: ¡Devolvednos nuestras religiones, como los caminos legítimos por
los que los distintos pueblos llegan a su Dios y Dios viene hasta ellos! ¡No
atentéis contra las religiones, allá donde existan todavía! ¿Será adecuada esta
exigencia? En todo caso, esta exigencia nos hará ver si tiene sentido o si es
absurdo el dogma del relativismo en el ámbito de las culturas y de las
religiones” (Ratzinger, Fe, verdad, tolerancia, Salamanca 2005 (3ª), pp.
65-66).
Todas
las religiones se plantean en un plano de igualdad (el llamado pluralismo
religioso que degenera en sincretismo) y Cristo no es presentado como verdadero
Dios sino como un hombre más, un personaje más en la historia de las
religiones, fundador de una religión, un hombre santo, pero no el criterio de
la verdad y revelación absoluta.
“Es, por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis de carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las otras religiones. La razón que está en la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el hecho de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el Cristianismo ni por Jesucristo.Esta posición contradice radicalmente las precedentes afirmaciones de la fe, según las cuales en Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios. Por lo tanto, las palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado, “verdadero Dios y verdadero hombre”, y por eso llevan en sí el carácter definitivo y la plenitud de la revelación de las vías salvíficas de Dios” (Cong. para la Doctrina de la Fe, Declaración “Dominus Iesus”, n. 6).
Respeto a los creyentes de otras religiones sí, pero sin
confundirlo con la aceptación indiscriminada de todas las religiones
considerándolas iguales a Jesucristo y mezclando las enseñanzas y formas
cristianas con otras tradiciones religiosas. Sólo Jesucristo es la Verdad, sólo es el Salvador
de todos los hombres.
Negando la divinidad de Jesucristo y la plena revelación
de Dios en Cristo, la evangelización pierde su sentido. ¿Para qué evangelizar,
para qué la misión, para qué predicar y llamar a la conversión si todas las
religiones sirven y valen lo mismo? ¿Para qué las misiones si Cristo no es
necesario ya? Estas cuestiones las recogió y respondió Juan Pablo II en la Redemptoris Missio:
“No obstante, debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan: ¿Es válida la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso? ¿No es un objetivo suficiente la promoción humana? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿no excluye toda propuesta de conversión? ¿No puede uno salvarse en cualquier religión? ¿Para qué, entonces, la misión?” (n. 4).
Las graves cuestiones planteadas son respondidas por el
Papa que entre otras cosas, dice:
“Esta autorrevelación de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo... Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia. Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias” (n. 5).
Cuando se piensa que Cristo no es la Verdad última y definitiva,
se relativiza el cristianismo y se equipara a las demás religiones, por lo que
la misión parece un estorbo dando prioridad al pluralismo, al diálogo
interreligioso y al sincretismo, mezclando conceptos y formas de todas las
religiones.
“¿Qué decir pues de las objeciones ya mencionadas sobre la misión ad gentes? Con pleno respeto de todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre...A la pregunta ¿Para qué la misión? Respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación...
La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una “gradual secularización de la salvación” debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal.
En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.¿Por qué la misión? Porque a nosotros como a san Pablo, “se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo” (Ef 3,8)” (n. 11).
Magnífico, don Javier, vaya entrada majica, majica."La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros."
ResponderEliminarAbrazos fraternos.