A
través de muchas imágenes "plásticas" y de figuras del AT
y NT, S. Cipriano presenta el Misterio de la Iglesia, (Misterio de Comunión) y su unidad. Así
dice, por ejemplo, que:
"también la Iglesia, inundada de la luz del Señor, esparce sus rayos por todo el mundo... y es una sola la luz que se difunde por doquier, y no se divide la unidad del cuerpo; extiende sus ramas con gran generosidad por toda la tierra; envía sus rayos que fluyen con largueza por todas partes" (De Unit. Eccl. 5).
Para
este Padre, la Iglesia
es como el pan eucarístico formado por multitud de granos (cfr. Epist. 63,13);
es semejante a una madre (cfr. De Unit. Eccl. 23), como veíamos en el capítulo
anterior, es como un navío que tiene como piloto al obispo (cfr. Epist. 59,6),
es un cuerpo en el que no puede haber ninguna división (cfr. Epist. 63,13; De
Unit. Eccl. 17).
La Iglesia
es una e indivisible como la túnica de Cristo o como la imagen de la casa en la
que se ha de convivir en unidad y armonía (con claras resonancias bíblicas).
Fijémonos un poco más detenidamente en tres figuras, mencionadas con
anterioridad: la túnica, la casa y el pan y vino eucarísticos.
LA TÚNICA DE CRISTO
Siguiendo
el estilo característico de los Padres en el uso de las figuras y prototipos
contenidos en el AT y también en el NT, Cipriano ve reflejado el misterio de la
unidad de la Iglesia
en la túnica indivisa de Jesucristo. Así lo dice la Escritura: "los
soldados después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron
cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin
costura, tejida de una pieza de arriba a abajo. Por eso se dijeron: 'no la
rompamos; echémosla a suertes a ver a quién le toca'. Para que se cumpliera la Escritura: se han
repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que
hicieron los soldados" (Jn 19, 23-24). Comenta Cipriano el texto diciendo:
"este misterio de unidad... se nos muestra cuando la túnica de Jesucristo el Señor, no se divide absolutamente ni se desgarra... El traía la unidad que proviene de la parte superior, es decir, del cielo, del Padre; unidad que no puede ser destruida en absoluto por quien la recibe en posesión, ya que la obtuvo toda de una vez, como algo sólido e indisolublemente estable" (De Unit. Eccl. 7).
La
túnica de Cristo aparece en contraposición al manto de Ajías en 1Re 11, 29-33:
"por aquel tiempo salió Jeroboam de Jerusalén, y el profeta Ajías de Silo
le encontró en el camino. Este iba cubierto con un manto nuevo y estaban los
dos solos en el camino. Este iba cubierto con un manto nuevo y estaban los dos
solos en el campo. Ajías tomó el manto nuevo que llevaba, lo rasgó en doce
jirones y dijo a Jeroboam: 'Toma para ti diez jirones, porque así dice el
Señor, Dios de Israel: Voy a hacer jirones el reino de manos de Salomón y te
voy a dar diez tribus. Le quedará la otra tribu en atención a mi siervo David y
a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de Israel."
Cipriano comenta entonces:
"por otra parte, cuando la muerte de Salomón se dividen su reino y su pueblo, el profeta Ajías, saliendo al encuentro del rey Jeroboam en el campo, rasgó su manto en doce jirones y dijo: 'Toma para ti diez jirones...' Como iban a escindirse las doce tribus de Israel, por ello desgarró el profeta Ajías su manto, pero como el pueblo de Cristo no puede ser dividido, su túnica tejida toda de una pieza e inconsútil no es dividida por los que la poseen... Con esta imagen y este símbolo de su vestidura nos reveló El la unidad de la Iglesia" (De Unit. Eccl. 7).
La
túnica de Cristo es figura de la unidad de la Iglesia que tenemos que
conservar los que hemos sido revestidos de Jesucristo: "[la túnica de
Jesucristo] la recibe íntegra y la posee incorrupta e indivisa quien se haya
revestido de Cristo" (Ibíd.), y los que han sido revestidos de Cristo son todos los bautizados;
ímplicitamente Cipriano está citando la Escritura: "todos los bautizados en
Cristo, os habéis revestido de Cristo" (Gal 3,27) y el texto de Rm
13,14: "revestíos del Señor Jesucristo".
Por tanto, no es tan
sólo una figura de la unidad de la
Iglesia, sino que Cipriano lo presenta como algo inherente a
la vida de cada bautizado, porque al ser revestido del mismo Cristo, no puede
provocar la división y la discordia en la Iglesia del Señor Jesús.
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