Resulta interesante siempre para un
cristiano acercarse a la experiencia de vida de otro cristiano. Más
enriquecedor aún si estos otros cristianos vivieron en otras circunstancias y
épocas distintas: reflejan una forma concretar de plasmar el cristianismo, una
concreción del Evangelio en un tiempo, en una época, en una sociedad, en una
persona con nombres y apellidos.
¿Cómo percibieron el mensaje de Cristo? ¿Cómo
se unieron a Él? ¿Qué obra hizo Dios en sus vidas? ¿De qué modo actuó la gracia
de Dios en ellos?
Al
entrar en contacto con ellos, con su corazón, con su alma abierta y
comunicativa, vivimos una experiencia ciertamente única: entramos en la
Comunión de los Santos, pues esta Comunión no sólo la vivimos con todos los
cristianos que hoy profesan la misma fe, sino con los cristianos de toda lengua
y cultura de todos los tiempos.
A la vez realizamos otra experiencia no menos
interesante: la de la catolicidad, la de la apertura de la mente y del espíritu
a otros cristianos, con otras sensibilidades, otras vocaciones, otros carismas,
diferentes espiritualidades, que permiten al cristiano de hoy enriquecerse y no
encerrarse en ninguna espiritualidad o modo de seguimiento de Jesucristo como
si fuera lo único y mejor, o pensando, como a veces ocurre, que la Iglesia “ha
nacido con nosotros”. Formamos un pueblo, el Pueblo de Dios, con una larga
Tradición, guiada por el Espíritu, a la que nos incorporamos y enriquecemos.
Esto es ser católico, “universal”, integrador, nunca encerrado, siempre
abierto a los aires del Espíritu Santo en la Iglesia de Jesucristo.
Los
cristianos a los que nos referíamos al principio no son otros que los santos,
“los mejores hijos de la Iglesia”, como los llama la liturgia. Secundamos así
un deseo del Papa Juan Pablo II con motivo del Jubileo del 2000. Los santos son “cristología
existencial”, es decir, encarnan y reflejan un aspecto o misterio de
Jesucristo.
Hay
un camino para este enriquecimiento y para seguir la invitación de Juan Pablo
II: leer, aunque no esté de moda, leer, y rezar y meditar lo leído, y pensarlo,
y dejarse seducir por el texto... para que se forje nuestra inteligencia (¡hace
falta que los católicos estén bien formados, también intelectualmente!) y se
forje el corazón y la vida.
Existen colecciones en distintas editoriales que ofrecen obras tan sugerentes
como el “Audi, filia” de San Juan de Ávila, sacerdote, apóstol y predicador; “Libro de la Vida” de la gran
Maestra de oración, Sta. Teresa de Jesús; del monje cisterciense, San Bernardo
de Claraval, “Tratado del Amor de Dios”, con un lenguaje vivo y sugerente;
“Historia de un alma” de Sta. Teresa de Lisieux, la doctora de la Iglesia más
joven (24 años); Carlos de Foucauld, sacerdote eremita de este siglo, una antología
de textos espirituales...
Es
un catolicismo rico, amplio y universal. Acercarse a él es lo que San Pablo
llama ensanchar el corazón: sería bueno entrar en esta literatura, en este patrimonio de
la Tradición viva de la Iglesia. Por algo son los santos, “los mejores hijos de
la Iglesia”.
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