lunes, 15 de mayo de 2017

Las dimensiones de un santo (Palabras sobre la santidad - XXXVIII)

En un santo convergen siempre la gracia y la libertad (ésta movida y preparada antes por la gracia misma); cooperan los santos con la acción de Dios, con absoluta docilidad y llenos de amor, para dejarse modelar y plasmar como barro en manos del Alfarero divino, como una obra de arte en manos del Divino Artista, el Espíritu Santo.

Ellos, los santos, se han entregado de tal modo a Dios, que se convierten en hombres nuevos, una humanidad nueva, que ve de modo distinto, que siente el mundo de manera diferente, nunca adormecidos, ni somnolientos, ni indiferentes al destino y a la vida de sus hermanos, los hombres.

                "Sería interesante examinar... lo que poseen los santos: una visión, que les resulta dolorosa y dramática en un principio; la visión del mal, de las necesidades, de las deficiencias, de la gran infidelidad a la misericordia y a la gracia de Dios. Muchos cristianos continúan pasivos, olvidadizos, por no decir desertores, algunas veces, de la gran llamada que Dios, con el cristianismo, ha lanzado al mundo. Él ha llamado a todos para ser hijos, para ser seguidores de Cristo, para que profesen su fe y ejerciten su caridad. Esta humanidad, que ha recogido la gran vocación cristiana, no pocas veces, por desgracia, se olvida de ella, cae en el sopor o retorna a sus hábitos temporales y se enfanga en los intereses inmediatos de la vida material. Los cree mejores, positivos y capaces de saciar los deseos humanos, superiores a la gran invitación que brota del cielo con la revelación evangélica. De esta forma la sociedad cristiana se convierte, con frecuencia, en inerte e insensible; los que son, por así decir, el manómetro revelador de las ondas divinas que agitan el mundo, son las almas grandes, los santos..." (Pablo VI, Disc. en Frascati, 1-9-1963).



Lo mejor que posee este mundo, su secreta riqueza, son las almas grandes, nobles: los santos. Ellos elevan y transforman el mundo, de manera que la santidad arrastra consigo hacia arriba cuanto toca.

La santidad transforma el mundo; se siente solidaria de los hombres, partícipe de sus dolores y angustias y búsquedas. Y ofrecen su vida santa como faro luminoso que indique nuevos caminos de salvación.

                "Ved entonces el modo de percibir, por un lado, el vacío, la necesidad de aquello que por todas partes aparece, y por otro, escuchar esta voz descendida del cielo con la llamada clarísima: ¡Mira, es necesario recomponer una sociedad cristiana, es preciso volver a despertarla; ten en cuenta que somos responsables! Palabra tremenda, dinámica, inquietante, llena de energía; quien la comprende no puede permanecer indeciso e indiferente; se da cuenta que dicha palabra cambia, no poco, el programa mezquino, y burgués acaso, de su propia existencia. Somos responsables de nuestro tiempo, de la vida de nuestros hermanos; y somos responsables ante nuestra conciencia cristiana. Somos responsables ante Cristo, ante la Iglesia y ante la historia; ante la mirada de Dios, Palabra que inyecta un dinamismo especial en las almas de quienes la comprenden.
                Esta palabra es familiar a los santos. La aceptan y le dan su justo valor, porque, a veces, los términos responsabilidad, miseria, resurgimiento, podrían engendrar en muchos un sentido de escepticismo y de pesimismo, y casi desesperación, con la que con tanta frecuencia los modernos  se resignan. Acaso no oímos con frecuencia el tedioso lamento: ¿Pero qué queréis que hagamos; el mundo ha sido siempre así; no es posible; el verdadero conocimiento de la naturaleza humana dice que está hecha de debilidad, de miserias; por qué insistir en la lucha, combatiendo en el vacío, queriendo ser los idealizadores de grandes conquistas, cuando la pobre arcilla humana no es capaz de tenerse en pie?" (Ibíd.).

La santidad vive de la esperanza que viene de Dios. ¡Nadie más lleno de esperanza que un santo! No es ingenuo optimismo, ni ilusión vacía que se desvanece rápida y fugazmente: es la sencilla, discreta y consistente esperanza cristiana. Por ella, los santos entran en el mundo, lo conocen con realismo, pero ven sus secretas posibilidades y se resisten a cruzarse de brazos, cuando saben que Dios no va a faltar y que su Gracia se sigue derramando.

Entran en el mundo, lo renuevan, lo transforman... nada los retiene, nada los escandaliza, nada los abate.
 
Van adelante con la esperanza que el Espíritu Santo ha infundido en sus corazones.

      "Los santos no; los santos se rebelan contra esta visión pesimista, contra las conclusiones que autorizan  la pereza y la renuncia. El santo ve y descubre. Ve que es posible; que hay algo escondido y que puede ser sacado fuera de esta psicología del hombre caído, del hombre frágil, del hombre habituado a la propia debilidad. Ve que el hombre es redimible, que se le puede dar una nueva forma y estatura. Ve, que, eficazmente dirigido y preparado, puede ser el santo, el héroe, el grande, el hombre verdadero, culto, bueno; el hombre de la sociedad nueva y moderna que nosotros  la idealizamos. Es el pionero. El pionero de Cristo se dirige de ordinario a aquellos que están investidos para despertar santidad y fuerzas morales en el mundo, el clero... El santo –y éste es el legado genial de su visión espiritual y social- sabe que el seglar mismo puede convertirse en elemento activo"  (PABLO VI, Discurso en Frascati, 1-9-1963).

La santidad despierta a la humanidad, provoca con su luz, haciendo que afloren los deseos más santos, las energías que parecen apagadas.

La santidad es la cualidad de los hombres de Cristo, de los pioneros y, digamos también, atrevidamente, de los "héroes del Espíritu".

Todas éstas son dimensiones de un santo, y así, cabal, renueva el mundo.

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