domingo, 14 de mayo de 2017

Espiritualidad de la adoración (XX)

Cristo, con su glorificación y ascensión a los cielos, no ha desaparecido de la escena terrestre, ni nos ha dejado huérfanos; su presencia ha continuado ahora entre nosotros de modo sacramental. Ha cumplido así su promesa: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).


El Señor permanece con su Iglesia de un modo tangible, tremendamente cercano, en el sacramento de la Eucaristía, y la Iglesia, reconociéndole presente, vive el culto eucarístico como un tesoro de aliento y un impulso de vida y santidad. Cristo está con nosotros, permanece con nosotros.

Jesús nos pidió que permaneciéramos en su amor, como Él permanece en el amor del Padre, ofreciéndonos así una posibilidad de vida y amor que brota del seno de la Trinidad.

Se permanece en su amor cuando, sin resistencias interiores, uno está ante Él en el Sacramento del amor, en la Eucaristía expuesta en la custodia o reservada en el Sagrario. Allí se vive con Cristo, recibiendo su amor y entregándole el amor de nuestro corazón a Él. Se permanece en su amor cuando se vive la verdad de la adoración eucarística.
"“Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4) acabamos de escuchar en la lectura evangélica sobre la alegoría de la vid y los sarmientos: ¡Qué bien se entiende esa página desde el misterio de la presencia viva y vivificante de Cristo en la Eucaristía!

Cristo es la vid, plantada en la viña elegida, que es el Pueblo de Dios, la Iglesia. Por el misterio del Pan eucarístico el Señor puede decirnos a cada uno: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí y Yo en él” (Jn 6, 56). Su vida pasa a nosotros como la savia vivificante de la vid pasa a los sarmientos para que estén vivos y produzcan frutos. Sin verdadera unión con Cristo –en quien creemos y de quien nos alimentamos– no puede haber vida sobrenatural en nosotros ni frutos fecundos..." (Juan Pablo II, Alocución eucarística, Sevilla, 12-junio-1993).

La vida cristiana es la permanencia en el Amor de Cristo porque la vida cristiana es participar de su amor redentor, de su salvación. Quien participa de la adoración eucarística va ahondando en las riquezas insondables del amor de Cristo y se afianza en su Amor.

El culto eucarístico es la ocasión y el momento de vivir del Amor de Cristo, enteramente reconociendo su Amor, y nutriéndonos de Él. Promocionar y extender la adoración eucarística en las parroquias, comunidades y movimientos, será un ejercicio de amor que fecundará la vida de la Iglesia.

"La Adoración permanente –tenida en tantas iglesias de la ciudad, en varias de ellas incluso durante la noche– ha sido un rasgo enriquecedor y característico de este Congreso. Ojalá esta forma de adoración, que se clausurará con una solemne vigilia eucarística esta noche, continúe también en el futuro, a fin de que en todas las Parroquias y comunidades cristianas se instaure de modo habitual alguna forma de adoración a la Santísima Eucaristía...

Sí, amados hermanos y hermanas, es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía: Sacramento del Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador. Y sabéis bien que las varias formas de culto a la Santísima Eucaristía son prolongación y, a su vez, preparación del Sacrificio y de la Comunión. ¿Será necesario insistir nuevamente en las profundas motivaciones teológicas y espirituales del culto al Santísimo Sacramento fuera de la celebración de la Misa? Es verdad que la reserva del Sacramento se hizo, desde el principio, para poderlo llevar en Comunión a los enfermos y ausentes de la celebración. Pero, como dice el “Catecismo de la Iglesia Católica”, “por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1379)" (ibíd.).

Cristo ha permanecido entre nosotros, de modo sacramental. En cada sagrario está realmente el Señor y de un modo especialísimo, bien visible, en la exposición del Santísimo en la custodia. Su Presencia real reconforta y santifica a la vez que nos envía de nuevo al mundo como testigos de su Evangelio y de su Presencia.

"“Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Son palabras de Cristo Resucitado antes de subir al cielo el día de su Ascensión. Jesucristo es verdaderamente el Emmanuel, Dios–con–nosotros, desde su Encarnación hasta el fin de los tiempos. Y lo es de modo especialmente intenso y cercano en el misterio de su presencia permanente en la Eucaristía. ¡Qué fuerza, qué consuelo, qué firme esperanza produce la contemplación del misterio eucarístico! ¡Es Dios con nosotros que nos hace partícipes de su vida y nos lanza al mundo para evangelizarlo, para santificarlo!" (ibíd.).

No hay comentarios:

Publicar un comentario