lunes, 22 de mayo de 2017

La paciencia (Tertuliano - IV)

Siervos humildes somos y sólo hacemos lo que tenemos que hacer. Pero el trabajo obediente a la voluntad de Dios, los trabajos del Padre, sólo se pueden realizar pacientemente, día tras día, momento tras momento.

Es necesaria la constancia, la fortaleza y la perseverancia, para que seamos servidores del Señor, hijos obedientes. Entonces iremos viviendo en una paciente sumisión a Dios, que nada interrumpe ni altera.


Dice Tertuliano en el capítulo IV:


"Capítulo 4: Paciente sumisión a Dios
Ahora bien, si observamos que son los mejores siervos, los que soportan con buena voluntad el humor de su amo y lo sirven para merecer un premio que es fruto de su dedicación y de su complaciente sumisión, ¿cuánto más no debemos nosotros estar solícitos en el servicio del Señor, siendo servidores de un Dios vivo, cuyo juicio no tiene por castigo grillos de esclavitud, ni como premio sombreros de libertad, sino penas o dichas eternas?

Evitemos por tanto, su severidad, y ganémonos su liberalidad sirviéndole con tanto mayor empeño cuanto más grande es el castigo con que amenaza y mayor el galardón que promete. Nosotros exigimos que nos sirvan no tan sólo los criados y aquellas otras personas que por algún derecho nuestro nos están obligadas, sino también los mismos animales domésticos y aun todas las bestias, porque entendemos que Dios las ha destinado y sometido a nuestro uso, y hasta parece que supiesen que deben obedecernos; y ¿será posible entonces que siendo tan buenos servidores nuestros los que Dios nos ha sometido, nosotros dudemos luego en obedecerle a El, Señor universal, de quien somos súbditos? ¡Cuánta injusticia y cuánta ingratitud! No es posible que la obediencia que se nos guarda por bondad de Dios, luego se la neguemos a Él nosotros mismos.

No he de insistir sobre esta nuestra obligación de obedecer a un Señor que es Dios; bastará que uno la reconozca para que luego sepa cuál sea su deber para con Él. Pero no ha de creerse, sin embargo, que la obediencia sea cosa extraña a la paciencia, pues aquélla nace de ésta. Jamás un impaciente puede ser obsequioso; como tampoco un paciente puede resultar desagradable. Por consiguiente, ¿cómo no vamos a discurrir intensamente acerca de la excelencia de una virtud que el mismo Señor, Dios conocedor y apreciador de todo lo bueno, la ostentó en su misma persona? ¿Y quién puede dudar que un bien de Dios no debe ser apreciado con todas las fuerzas por aquellos que son de Dios? En esto, como en un compendio de su valor y defensa, se funda la alabanza y la recomendación de la paciencia".

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