martes, 23 de mayo de 2017

La oración es conocimiento (teología de la oración)

Más que una exposición sistemática, vamos a volver a lo mismo desde distintos enfoques o perspectivas, una consideración global, para captar algo nuclear de la oración: la oración es conocimiento.


Quien ora, va conociendo poco a poco a Dios, quién es Dios, cuál es la obra de Dios, el inmenso amor de Dios. Será una oración sabrosa, que avanza y profundiza muy poco a poco, que necesita tiempo, pero que va logrando conocer a Dios.

La oración, vivida con fidelidad cotidiana, nos permite adentrarnos en el conocimiento de Cristo, en este caso, por la vía de la amistad. El amor quiere conocer más y mejor. La vida de oración no es un lujo elitista, sino una dimensión normal de nuestro ser cristianos. Claro que habrá que iniciar en la vida de oración, acompañar, enseñar a orar y estar con Cristo. Pero sin la oración, difícilmente habrá la solera, la hondura, en la fe.
"Es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8)" (Benedicto XVI, Disc. Vigilia de oración, 20-agosto-2011).

Es verdad que se puede alcanzar mucho en el conocimiento de Dios mediante el estudio razonable de la teología, la lectura de buenos libros, e incluso en la meditación llevado de algún buen libro espiritual. Pero la oración no se puede constreñir a los libros, y el conocimiento de Dios es algo más que un conocimiento intelectual.

Conocer a Dios se conoce con la inteligencia, la memoria y la voluntad, con la razón, el afecto y el ser entero, porque es un conocer sabroso, sapiencial, que ilumina de modo distinto, toca el corazón, transforma todo nuestro ser.

“El verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros” (Benedicto XVI, Audiencia, 16-septiembre-2009).

Se conoce lo que se ama... y se ama lo que se conoce: amor y conocimiento están relacionados. El amor es una luz para la inteligencia hasta el punto de que el amor ve en el amado cosas y elementos que no otros no pueden llegar a ver.

La oración, que es una relación de amor, nos permite conocer guiados por la luz del amor.

"Conocer no es sólo un acto material, porque lo conocido esconde siempre algo que va más allá del dato empírico. Todo conocimiento, hasta el más simple, es siempre un pequeño prodigio, porque nunca se explica completamente con los elementos materiales que empleamos. En toda verdad hay siempre algo más de lo que cabía esperar, en el amor que recibimos hay siempre algo que nos sorprende. Jamás deberíamos dejar de sorprendernos ante estos prodigios. En todo conocimiento y acto de amor, el alma del hombre experimenta un «más» que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva" (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 77).

El conocimiento de Dios se nos da en la oración, en la escucha, en la contemplación, porque es Dios mismo quien se revela al que ora, le va mostrando la verdad completa y le conduce hasta ella. Es verdadera "noticia" de Dios, que dirían los místicos, noticia sabrosa, llena de amor que colma y sacia el alma, la inteligencia, el afecto.

Orar es un acto de conocimiento de Dios llevados de la caridad sobrenatural.

"No hay amor sin un cierto conocimiento. Amar a Dios supone entonces un cierto conocimiento de Él. Pero sobre este punto igualmente debemos recordar humildemente que nuestro pensamiento humano articulado permanece siempre ligado a las representaciones sensibles espaciales. El amor no se deriva con claridad del conocimiento en un orden causal esquematizado con las categorías de espacio y de tiempo. Los dos actos están como recíprocamente inherentes el uno en el otro.

Se puede decir que se ama algo porque se reconoce su bondad y en la medida en que lo puede aprehender (acento tomista). Pero se puede decir igualmente que se descubre la bondad de algo en la medida en que se le ama. Es la inteligencia la que reconoce lo que el amor desvela (acento scheleriano). Estas dos afirmaciones no se contradicen. Son dialécticamente una. Cuanto más se ama, mejor se conoce. Cuanto más se conoce, más profundamente se ama. Pero ese "más", dicho del conocimiento, no consiste en una ampliación del conocimiento conceptual de la teología, sino en la profundización, la penetración siempre más segura en la realidad misma.

No se trata de "saber" sino de realizar, como dice Newman. Esta distinción entre la comprensión intelectual nocional y la comprensión real, hecha por Newman y profundizada por M. Blondel en "La Procès de l´intelligence", debe convertirse en el núcleo mismo de la epistemología religiosa. En la actualización perfecta y final de la vida espiritual unio amoris no es sino la visio beata como si la unión fuera una consecuencia secundaria de la visión.
La cuestión de saber cuál de las dos supera a la otra en perfección se convierte en una cuestión vana. En la medida en que el hombre, en el tejido vital del conocimiento y del amor, se acerca a su objeto (accedit ad Deum) el amor y el conocimiento se compenetran más.

A la unidad de la Verdad y de la Bondad perfectamente idénticas en la realidad divina, corresponde en el sujeto humano una unificación creciente de sus actos espirituales distintos por los cuales se dirige hacia el ser divino: el conocimiento, el amor y la admiración extática"

(WALGRAVE, J-H., L'expériencia des mystiques, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 81-82).

Son perspectivas interesantes, necesarias, de la oración. Una teología de la oración, que dé fondo y cimiento a nuestra pequeña oración personal, debe situarse en el conocimiento y el amor, el amor y el conocimiento.

Avanzamos en la oración si crecemos, amorosamente, en el conocimiento de Dios.

1 comentario:

  1. Excelente la reflexión hecha en la Audiencia de 2009.

    El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha. " Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti, será plena" (San Agustín, Confessiones, 10,28,39)- del resumen de la Profesión de fe, primera parte del Catecismo.

    Dentro de poco el mundo ya no me verá; pero vosotros me veréis, porque yo seguiré viviendo y vosotros también. Aleluya (de las antífonas de Laudes).

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