miércoles, 30 de abril de 2014

Cristo y la novedad

Cristo y la novedad... o más bien la novedad es el mismo Cristo. Cristo trae consigo toda novedad, y ésta no es el afán de novedades, cambios, noticias, sino la transformación más profunda que se puede realizar: comienza todo de nuevo, un nuevo inicio de esplendor, de vida y de gloria.

La vida que conocemos, limitada y llena de debilidades, queda asumida por la novedad de Cristo y se convierte en vida eterna.


El tiempo, que lo experimentamos en su fugacidad casi como un amenaza, se convierte en tiempo de salvación, de gracia y de comunicación de Dios, recibiendo un nuevo nombre: "eternidad".

El amor, que ahora lo experimentamos mezclado con nuestro éros sin purificar, con nuestra concupiscencia, se eleva a algo nuevo, la cáritas, un amor sobrenatural que dignifica y se sabe entregar.

El hombre, cada uno de nosotros, sometidos a la fragilidad del pecado y a la muerte, nace de nuevo con Cristo -por el agua y el Espíritu- a una existencia espiritual, llevada por el Espíritu Santo, con vocación de santidad.

La novedad es Cristo para el hombre.

"Resucitó realmente, abriendo así a la vida un nuevo horizonte sin confín; lo dio Él de Sí mismo: "No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1,17-18). Un mundo nuevo ha sido fundado; ha quedado inaugurado un nuevo modo de existir. ¡Cristo ha resucitado, Cristo vive!" (Pablo VI, Mensaje pascual, 10-abril-1977).

El tiempo y el hombre son nuevos por Cristo resucitado; pero la novedad alcanza a todo lo creado, a este mundo nuestro que se va transformando hasta el día de su Venida, en un cielo nuevo y una tierra nueva.

Bien podríamos calificar que la novedad del Resucitado es también "cósmica" y que todo, absolutamente todo lo creado, participa de la novedad del Señor:

"[Cristo] ha vuelto a la vida, y con ello se ha constituido cabeza y fundador de un orden nuevo; y por la novedad que esta inauguración de un nuevo y estupendo designio divino reverbera sobre los destinos de la humanidad, sobre nuestro destino personal. La Pascua no sólo nos hace asistir al paso de Cristo de la muerte a la vida, sino que instaura además una nueva vida para nosotros.

Es necesario que nos formemos, dentro de lo posible, una idea clara de esta novedad. El concepto de novedad, aplicado a la vida misma del hombre, es una de las coordenadas de nuestra fe, como es uno de los principios de la vida espiritual y moral...

La Sagrada Escritura deja transparentar aquí y allá un sentido encantador de este orden misterioso al que estamos encaminados. Ecce nova facio omnia, exclama Aquel que en el Apocalipsis, está sentado en el trono de su gloria: ¡Yo hago nuevas todas las cosas! Es el eco de un vaticinio del profeta Isaías (43,19), que deja enrever una metamorfosis no sólo en el terreno humano, sino también en el cosmos; hasta tal punto que el oído metafísico de san Pablo logra percibir aquel gemido de la "creación entera"..." (Pablo VI, Audiencia general, 25-abril-1972).

2 comentarios:

  1. Lo NUEVO es humilde y sencillo. En el occidente ateo solo vale lo estridente. Siendo lo estridente viejo, revenido, casposo, rancio y siempre más de lo mismo, lo NUEVO, no tiene mucho público. Y en realidad, da igual, porque tenemos el partido ganado. Hemos ganado, la VICTORIA es lograda. Y sin embargo, URGE convertirse a través de esa VICTORIA. VICTORIA que nos ha de cuestionar permanentemente, a través de un constante "NO ES SUFICIENTE". Hemos convertirnos en NUEVOS ya. Lo asequible a lo humano no sirve. Solo es posible a través de la GRACIA que lo puede todo. Alabado sea DIOS.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga

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  2. El hombre experimenta continuamente que el mundo se hace viejo y que en él solo alcanza a gustar plenitudes efímeras en una espiral de frustraciones, pues todo lo nuevo es convertido inmediatamente en viejo por transcurso del tiempo (auque esta experiencia es aprovechable como incentivo en la búsqueda de aquella novedad plena que no pasa).

    Cuando hablamos de la novedad de Cristo nos situamos en ese significado denso del adjetivo “nuevo”, y no simplemente en alguna realidad que siempre queda sobrepasada por la historia de una u otra forma. El hombre solo ha conocido la vida sub sole (bajo el sol), ha buscado y percibido a Dios en la distancia, en el desorden. Pero el Señor, con su venida, nos trajo a la vida sub Deo, la novedad que no tiene en sí el germen de la vejez, la superación de la criatura encerrada en sí misma, enfrentada a Dios y a los otros.

    Eternidad y comunión, definen la vida divina y la consumación de la vida de la humanidad en Él, en aquel corazón nuevo, en Cristo, donde la sabiduría de Dios se hace lógica humana con naturalidad. Esto era lo esperado en la nueva Alianza y lo que se da en Cristo. El corazón de Cristo reconoce su dependencia radical de Dios asumiéndola como espacio filial en el que se sabe seguro y puede confiar frente a todo límite.

    Esta filiación vivida por Cristo desactiva la tentación mortal de ser por si mismo y desactiva, también, las ataduras del hombre viejo. Este acontecimiento por ser absolutamente nuevo necesita un lenguaje especial, un lenguaje que no se deje dominar por la facticidad del mundo.

    Ilumínanos, Señor, con la claridad de tu Cristo (de Laudes)

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