El conocimiento propio es una virtud ya que
necesita muchos actos de conocimiento hasta que se forme el hábito, la sana
costumbre, de conocerse. Y es virtud, porque engendra la capacidad de
corregirse y de crecer, dando lugar a la humildad, siempre muy unida al
conocimiento propio.
El conocimiento propio permite saber
los límites de cada cual, y por tanto, usará de la templanza para medir; conoce
los impulsos y las respuestas que se dan, y por eso, acudirá a la virtud de la
prudencia para saber qué hacer, cómo hacerlo y en qué momento es más eficaz y
prudente; quien se conoce, sabe cuáles son sus límites y no es ni temerario ni
cobarde, recurriendo a la virtud de la fortaleza; quien se conoce, finalmente,
es objetivo para dar lo que es justo según la virtud de la justicia, pues quien
no se conoce puede extralimitarse o quedarse siempre en el menos por su propio
interés o avaricia.
¿Qué hará quien no se conoce?
¡Correr mil peligros en su vida moral! ¿Qué hará quien no se conoce? ¡Tener mil
caídas que se podrían haber evitado!
Quien no se conoce jamás crecerá, le será
muy difícil avanzar y progresar, y es que no sabe en qué necesita crecer, qué
es lo que necesita avanzar en su alma.
El conocimiento propio es una
herramienta preciosa para el crecimiento de la persona pues le sitúa frente a
su propia realidad, y es desde esa realidad concreta que uno es –por
temperamento y carácter, por historia, por circunstancias- donde uno corregirá,
enderezará, robustecerá lo más débil, se propondrá lo difícil que hasta ahora
no tenía. Es por eso que está el conocimiento propio tan vinculado a la
humildad, ya que ésta es la verdad, la verdad y pobreza de uno mismo tal como
Dios nos conoce, tal como Dios nos ve. Una humildad que reconoce lo limitado,
acepta los errores, integra las debilidades, pero quiere superarse con la Gracia.
El conocimiento propio, que engendra
humildad, permite que nos conozcamos desde una adecuada percepción de uno mismo,
una mirada real y exacta de lo que cada cual lleva en su alma, o dicho de otro
modo, de la configuración actual de su alma.
El conocimiento propio es muy
realista; entonces uno no se valorará en menos, cayendo en falta de autoestima,
pesimismo, pensar que uno no vale nada ni para nada, que uno es muy pobre
interiormente y no tiene nada que aportar; tan realista que evitará su opuesto,
el orgullo y la presunción creyendo que uno vale más que nadie, que uno lo que
tiene son pequeños “defectillos”, excusándose de todo en todo, porque uno se ve
inmejorable y superior a los demás.
El conocimiento propio es muy ajustado a la
realidad de cada cual.
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