3.
Consigo mismo
a) De
cuerpo
-La primera delicadeza consigo mismo
brota de una convicción: “soy templo del Espíritu Santo” y este templo no debe
estar descuidado o desaliñado, sino limpio, pulcramente vestido, con cuidado
hacia la propia salud (higiene, alimentación, descanso). Hay que dominar las
pasiones mediante la mortificación pero sin caer en el peligro opuesto de
castigar la corporalidad de tal forma que el sujeto pueda corromperse o
debilitarse. Es necesario una buena alimentación y el descanso necesario sin
forzar.
b) De alma
-La delicadeza de la propia alma
permite ser sensible hacia los propios pecados. El examen de conciencia induce
a conocimiento propio y es medio de estar vigilante. Sin esta sensibilidad, el
corazón se vuelve de piedra, apenas si siente las faltas y los pecados
veniales, y puede llegar a justificar cualquier pecado. La delicadeza es estar
atento a todo aquello que sea frialdad o desamor al Señor; delicadeza es no
acostumbrarnos a cargar siempre con los mismos defectos, pasiones y pecados,
sino rechazarlos y dolernos de ellos. Esta sensibilidad de alma la da el Amor
de Dios y el trato con el Señor.
-La delicadeza, la finura espiritual,
impulsa al alma a caminar tras el Señor, de modo que hay un deseo de avanzar en
mayor perfección, plenitud y amor. Nunca se siente satisfecha con lo ya alcanzado,
desea más porque allí halla la realización y vocación perfecta del hombre a la
libertad y a la entrega.
-Una finura de alma que engendra
humildad y sencillez pues atenta a la propia realidad de nada tiene que
gloriarse ya que todo le ha sido dado y entregado por el Señor, excepto el
propio pecado. Esta humildad lleva al reconocimiento de los dones que Dios ha
entregado ejercitándolos para bien de la Iglesia. No se gloría en los talentos, con
sencillez los negocia, y sabe bien sus defectos, limitaciones e infidelidades.
-Una sensibilidad atenta del alma es
capaz de discernir entre lo que Dios pide y las propias exigencias, pues ocurre
que a veces nos exigimos a nosotros mismos mucho más de lo que Dios quiere y
desea y espera. Este nivel de exigencia no es de Dios, y va destruyendo la
capacidad de respuesta ya que se debilitan las facultades del alma. Atentos a
lo que Dios nos pida sí, pero no exigirnos nosotros y poner metas que puedan
“corromper el sujeto” (S. Ignacio) y pueden ser inspirados por el orgullo, por
un afán de destacar o un perfeccionismo estéril.
c) De los actos y obras
-Por respeto a uno mismo y a los
demás, “en la actividad no seáis
descuidados” (Rm 12); es un modo de ser, un talante que, si no se posee, se puede ir
adquiriendo. Se puede ser descuidado cuando se hacen las cosas a la ligera, o
con prisas, o pensando que da igual y saliendo al paso; se es descuidado cuando
se es desordenado, de modo que sensibilidad del alma es también el ser
ordenado, poniendo cada cosa en su sitio si es de uso común, no olvidándose de
cerrar una ventana o una puerta o un cajón... El descuido, la dejadez, el modo
de hacer pensando y autojustificándose en que “da igual”, “es lo mismo”, revela
el desorden interno.
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