Cuando
se acostumbra uno a orar pausadamente los textos litúrgicos, meditándolos en
oración personal, se adquiere una profunda sabiduría espiritual, vivida en el
seno de la Tradición. Se impregna uno de eclesialidad, de fe eclesial profesada
en los textos litúrgicos. Entonces se avanza en la comprensión del Misterio.
El
común de santos y santas del Misal romano presenta en sus textos eucológicos
aquello que la Iglesia cree de la santidad en el mundo, la santidad de lo
cotidiano, aquellos santos que, en el estado laical, vivieron en el mundo,
santificándose en lo cotidiano, en las obligaciones y trabajos de cada día, sin
destellos de lo extraordinario ni misiones especiales, deslumbrantes, que
podrían ser recordadas en las páginas de la historia de la Iglesia. Santos de
lo común, santos de lo ordinario… santos en lo concreto de cada día.
En
estos santos, Dios nos revela su amor: “Dios todopoderoso y eterno, tú has
querido darnos una prueba suprema de tu amor en la glorificación de tus santos”
(OC, Misa I). Dios mismo nos “protege con la intercesión de sus santos” (cf.
OF, Misa I), y nos regala a los santos para que “su ejemplo nos mueva a imitar
fielmente a tu Hijo” (ibíd.).
La
Iglesia confiesa que Santo es Dios y que la santidad viene de Él, como don y
participación. Dios hace a sus santos y muchos de ellos, la inmensa mayoría,
vivirán esa santidad en el mundo sin ser del mundo: “Proclamamos, Señor, que
sólo tú eres santo, sólo tú eres bueno y nadie puede serlo sin tu gracia; por
eso te pedimos que, mediante la intercesión de san N., nos ayudes a vivir de
tal forma en el mundo, que nunca nos veamos privados de tu gloria” (OC, Misa
II). ¡Nadie es santo sin su gracia!, y viven la santidad en el mundo, a la
intemperie, sin muros que los protejan, expuestos en medio de la sociedad.
Con
los santos, Dios nos regala intercesores pero también modelos, ejemplos muy
accesibles de vida cristiana. Sus ejemplos son válidos para nosotros, son
orientadores para las circunstancias de cada cual, para hallar modelos de
respuestas a los distintos desafíos: “Oh Dios, que en nuestra fragilidad nos
has puesto a los santos como ejemplo y defensa para allanarnos el camino de la
salvación, concédenos, te rogamos, que al celebrar la fiesta de san N. sigamos
de tal modo sus ejemplos que podamos llegar al reino de tu amor” (OC, Misa
III). Es muy importante, al leer la vida de los santos, no solamente admirarnos
de ellos, sino confrontar sus ejemplos con nuestras vidas: “Señor, tú ves que
somos débiles y que desfallecemos; por medio del ejemplo de tus santos,
afiánzanos misericordiosamente en tu amor” (OC, Misa IV). Sus ejemplos nos
confirman en la lucha, nos afianzan. Los ejemplos de los santos despiertan
nuestra alma, la inflaman en deseos santos para vivir más cristianamente,
consagrados por completo a Dios pero en medio del mundo, de la ciudad secular: “Concédenos,
Dios todopoderoso, que el ejemplo de los santos nos estimule a una vida más
perfecta, para que al celebrar la memoria de san N. le sepamos imitar en las
obras” (OC, Misa VI).
Para
nosotros, es reconfortante y consolador saber que contamos con la oración de
los santos, con su intercesión en nuestra debilidad: “Señor, que la oración de
tus santos alcance a tus fieles el auxilio oportuno y nos haga partícipes de la
suerte de los bienaventurados en el cielo” (OC, Misa V).
Estas
son las dimensiones de la santidad que nos ofrecen las Misas del común de
santos y santas: son una ayuda y defensa, oran por nosotros, sus ejemplos nos
estimulan para una vida más perfecta en el seguimiento de Cristo, una entrega
generosa y fiel a Dios sirviéndole en el mundo. Éste es el camino cristiano.
Éste es el destino. La santidad no es opcional, sino vocación. Y sí, es
posible, realmente factible, vivirla en la ciudad secular, en el mundo.
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