sábado, 3 de febrero de 2024

Eficacia de la acción de los santos (Palabras sobre la santidad - CXVIII)



            No están muertos, sino que viven en el Señor. No los mencionamos como personajes de la historia que ya no tienen nada que ver con nosotros sino como hermanos y amigos que nos tienden una mano, que nos auxilian, que velan por nosotros. La acción y obras de los santos no se restringen ni se limitan a su vida terrena, a su existencia histórica y temporal, se extiende al cielo donde siguen trabajando y obrando.



            El prefacio II de los santos nos permite asombrarnos, casi extasiarnos, al cantar la grandeza de los santos y sus intervenciones en favor nuestro.

            Para la Iglesia entera, sin duda, los santos son importantes.

            “Porque mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia”. La Iglesia muestra toda su vitalidad, toda su maternidad, en los santos a los que da a luz en cada época. Los santos son signos de una Iglesia felizmente viva y fiel al Señor: entonces abundan los santos; en épocas de crisis y decaimiento surgirán menos santos en número, pero Dios los suscita para revitalizar la Iglesia.


            Los santos son la auténtica riqueza de la Iglesia, su mayor potencial. Una Iglesia que genera santos, que los acompaña con una eficaz pedagogía, es una Iglesia viva. Este y no otro, es el criterio para valorar la acción de la Iglesia.  Con los santos, Dios “fecunda sin cesar a la Iglesia con vitalidad siempre nueva”, ya que cada santo arrastra a otros tras de sí, difunde vida cristiana, expande oleadas de bien, amor y belleza. A nadie dejan indiferentes, sino que despiertan las almas en mayor seguimiento de Cristo. Son fuerzas vivas, desencadenadas, de evangelización y conversión. Son testigos convincentes. En ello radica la vitalidad de la Iglesia, no en construcciones humanas (reuniones, proyectos pastorales, etc…).

            “Dándonos así pruebas evidentes de tu amor”: cada santo es un signo del amor de Dios, un regalo que hace a la Iglesia, una prueba de que el amor de Dios no abandona a su Iglesia. Los santos son obra del amor de Dios, revelación del amor de Dios.

            Termina recordando este prefacio II la incidencia real que tienen los santos en nuestra vida cristiana, peregrinante, sometida a combates y tentaciones: “Ellos nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su intercesión”. Al conocer sus vidas, recibimos ejemplos de entrega, servicio, mortificación, caridad, apostolado, oración… que nos permiten concluir que si ellos pudieron, nosotros también con la gracia de Dios. Y en situaciones parecidas, hallamos en ellos inspiración para poder nosotros afrontarlas.

            Podemos, debemos, es legítimo, recurrir a la intercesión de los santos. Nos protegen y ayudan, pidiendo a Dios por nosotros. La Iglesia lo hace en grandes momentos cantando la letanía de los santos (bautismo, ordenaciones, profesión religiosa, dedicación de iglesias, procesiones estacionales, etc.). Los santos, nuestros hermanos, los mejores hijos de la Iglesia, se interesan por nosotros y muestran una caridad solícita al interceder por nosotros. Podemos, pues, encomendarles nuestros asuntos, luchas, preocupaciones e intenciones.


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