No
están muertos, sino que viven en el Señor. No los mencionamos como personajes
de la historia que ya no tienen nada que ver con nosotros sino como hermanos y
amigos que nos tienden una mano, que nos auxilian, que velan por nosotros. La
acción y obras de los santos no se restringen ni se limitan a su vida terrena,
a su existencia histórica y temporal, se extiende al cielo donde siguen
trabajando y obrando.
El
prefacio II de los santos nos permite asombrarnos, casi extasiarnos, al cantar
la grandeza de los santos y sus intervenciones en favor nuestro.
Para
la Iglesia entera, sin duda, los santos son importantes.
“Porque
mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia”.
La Iglesia muestra toda su vitalidad, toda su maternidad, en los santos a los
que da a luz en cada época. Los santos son signos de una Iglesia felizmente
viva y fiel al Señor: entonces abundan los santos; en épocas de crisis y
decaimiento surgirán menos santos en número, pero Dios los suscita para
revitalizar la Iglesia.
Los
santos son la auténtica riqueza de la Iglesia, su mayor potencial. Una Iglesia
que genera santos, que los acompaña con una eficaz pedagogía, es una Iglesia
viva. Este y no otro, es el criterio para valorar la acción de la Iglesia. Con los santos, Dios “fecunda sin cesar a la
Iglesia con vitalidad siempre nueva”, ya que cada santo arrastra a otros tras
de sí, difunde vida cristiana, expande oleadas de bien, amor y belleza. A nadie
dejan indiferentes, sino que despiertan las almas en mayor seguimiento de
Cristo. Son fuerzas vivas, desencadenadas, de evangelización y conversión. Son
testigos convincentes. En ello radica la vitalidad de la Iglesia, no en
construcciones humanas (reuniones, proyectos pastorales, etc…).
“Dándonos
así pruebas evidentes de tu amor”: cada santo es un signo del amor de Dios, un
regalo que hace a la Iglesia, una prueba de que el amor de Dios no abandona a
su Iglesia. Los santos son obra del amor de Dios, revelación del amor de Dios.
Termina
recordando este prefacio II la incidencia real que tienen los santos en nuestra
vida cristiana, peregrinante, sometida a combates y tentaciones: “Ellos nos
estimulan con su ejemplo en el camino de la vida y nos ayudan con su
intercesión”. Al conocer sus vidas, recibimos ejemplos de entrega, servicio,
mortificación, caridad, apostolado, oración… que nos permiten concluir que si
ellos pudieron, nosotros también con la gracia de Dios. Y en situaciones
parecidas, hallamos en ellos inspiración para poder nosotros afrontarlas.
Podemos,
debemos, es legítimo, recurrir a la intercesión de los santos. Nos protegen y
ayudan, pidiendo a Dios por nosotros. La Iglesia lo hace en grandes momentos
cantando la letanía de los santos (bautismo, ordenaciones, profesión religiosa,
dedicación de iglesias, procesiones estacionales, etc.). Los santos, nuestros
hermanos, los mejores hijos de la Iglesia, se interesan por nosotros y muestran
una caridad solícita al interceder por nosotros. Podemos, pues, encomendarles
nuestros asuntos, luchas, preocupaciones e intenciones.
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